El éxito mundial de La sociedad de la nieve, que estrenó el 14 de diciembre del año pasado, no se limita ni a las miles y miles de reproducciones del film, ni a los relatos de los sobrevivientes, ni al recuerdo de los que no pudieron volver. Lo cierto es que, la producción a cargo de Juan Antonio Bayona fue más allá. Despertó la curiosidad y la emoción por lo terrenal. Lo que provocó el récord de visitas, reservas y excursiones en el Valle de las Lágrimas, el lugar donde ocurrió el accidente, en 1972. 

“La película tocó una fibra que estaba olvidada, que es la parte humana”, así la definió en Podría ser peor, por Radio 2, Juan Ulloa desde Malargüe, Mendoza, dueño de Valle Verde Expediciones, guía turístico con más de 30 años de experiencia y, por sobre todas las cosas, protagonista de un historia resiliente aferrada, en todo momento, a la energía de la cordillera

El fenómeno turístico que despertó la película

 

El lugar donde cayó el avión Fairchild, que transportaba a los jugadores de rugby uruguayos en octubre de 1972, está a 3600 metros del nivel del mar, precisamente en la frontera entre Argentina y Chile. Es un valle atravesado por un río al que llegaron dos de los jóvenes después de recorrer más de 25 kilómetros durante 10 días, 72 días después del accidente

Si bien las travesías hasta allí se llevan a cabo desde hace años, Ulloa destacó que tras el estreno de la película nominada a los premios Oscar, las consultas se acrecentaron notablemente y “llaman desde todas partes del mundo”. Además, aconsejó a los interesados en realizarla que la hagan “en cinco días” para que así “se aclimaten a la altura”. 

Para Juan fue casi imposible no emocionarse al momento de describir el Valle de las Lágrimas. “Es un lugar que está embellecido por lo espiritual. Es una lluvia de sentimientos. Además de ser el departamento más sureño de la provincia de Mendoza, es el lugar donde ocurrió la mayor expresión de supervivencia del mundo”, dijo.

Poder ver todo, sin mirar nada

 

“Una vez que ascendemos a los 3700 metros, nos dedicamos a que la persona realice sus homenajes, que desplieguen todo lo que llevan en su interior”, describió sobre la travesía. 

Y profundizó: “En ese momento, damos dos horas para que practiquen lo que se denomina contemplación, que es poder ver todo sin mirar nada. Que toda esa energía que está ahí se despliegue. Toda persona que llega, se conmueve y pasa a ser un ser humano completo”.

Sobre ese instante, de una contemplación a flor de piel, Juan desarrolló: “Vale la pena porque a veces el ser humano necesita llegar a un lugar donde los que están ahí le abren el alma a uno. Al regreso de la travesía, uno elimina muchas asperezas y se dedica a vivir de una forma noble y humana”.

De acuerdo al relato del guía, es una experiencia en la que “lo espiritual está a flor de labio, en la que parece que el tiempo no existiera y solo surgen ganas de vivir”.

De no poder caminar por siete años, a ser un guía de montaña

 

Juan, protagonista de un historia resiliente aferrada, en todo momento, a la energía de la cordillera. “En el año 88 subí por primera vez, cuando se hizo el campeonato argentino de supervivencia en Cordillera en Malargüe. Pero cuando lo conocí, nunca pensé que iba a tener una relación económica con el Valle de las Lágrimas, fueron las vueltas de la vida”, recordó. 

Y sobre esas vueltas de la vida, ahondó: “Hace muchos años me intoxiqué y quedé en estado vegetativo. Demoré siete años en volver a caminar y después, subí siete veces el Aconcagua. Yo le debo la vida al Valle de las Lágrimas”, cerró emocionado.