Las historias que crea han sido llevadas al cine con tremendo éxito, una de ellas obtuvo ni más ni menos que el Oscar a Mejor Película Extranjera ("El secreto de sus ojos", inspirado en el cuento "La pregunta de sus ojos"). Escribe desde siempre, pero no se consideró escritor hasta que pudo pagar unas vacaciones con la venta de sus libros. Era hasta entonces docente, una profesión que, en verdad nunca soltó y que ahora se animó a sacar del aula y volcar en el Los días de la revolución, una historia argentina cuando no era Argentina.

Nos referimos a Eduardo Sacheri, inconfundible, aunque a veces confudido con Hernán Casciari y el rosarino Negro Fontanarrosa. Los tres comparten la pasión por el fútbol y la literatura y una pluma fluida, que engancha rápido. "Mundos de cercanía", asegura el autor de La noche de la usina, aunque también advierte que, a diferencia suya, el director de la Revista Orsai –que también pasó por el Club de Lectura de Rosario3– puede ser "muy fabulador".

En esta charla, Sacheri habla de su particular (y muy estructurado) método de escritura, la incomodidad del lenguaje inclusivo y el doble oficio de docente y escritor todo terreno, que salta entre la novela, el cuento y el guión. 

Recordá que podés escuchar la nota completa en versión podcast acá.

–¿Cómo manejás tus distintos oficios de escritor y docente? ¿Y ahora, como escritor de no ficción, cómo fue enganchar a otro público?

Sí es raro para mí hacerlo y hacerlo a esta altura, digamos. Yo tengo 54 años y durante muchos años tuve como dos profesiones muy en paralelo, que era la escritura –estaba vinculada con la ficción tanto en cuentos, novelas o guiones– y mi trabajo docente en la universidad y en escuelas secundarias enseñando Historia.

Y hace cosa de un año empecé a pensar que a lo mejor estaría bueno tratar de llegar a un público más amplio que mis alumnos, que ahora son un puñadito porque tengo muy pocas horas de clase en secundario, con todo eso, que uno ha ido aprendiendo y comunica y enseña, tratar de llevarlo a un público más amplio.

–¿No te cansaste de hacer ficción?

No, para nada. Esto es como como un agregado, como decirte... me metí no en un lío más, porque encima este libro que yo acabo de publicar llega hasta 1820, pero quedan preguntas como para decir “y, tendría que seguir avanzando en el siglo XIX para que se entienda mejor lo que va pasando”. Bueno, la típica del profesor, ¿viste?: explico hasta acá, pero tendría que explicar también aquello y aquello y, bueno, en eso estoy.

–Como historiador, prestás mucha atención al contexto, aún en tus libros de ficción. Y el contexto hoy introduce el lenguaje inclusivo, ¿cómo te llevás con eso?

Mirá, es un tema incómodo para mí por lo siguiente. Explico el porqué de la incomodidad porque el campo de las reivindicaciones de género, del respeto de la diversidad, es un campo en el que yo me siento cómodo. Yo me paro desde ahí a pensar un montón de cosas y a relacionarme con las otras personas. Y sin embargo, reconozco que la mayoría de la gente, mucha gente que está en ese campo, le gusta el lenguaje inclusivo. Lo promueve, lo fomenta y a mí no me cierra. Sobre todo no me cierra la cosa como impositiva sobre el lenguaje inclusivo y esta cosa como de “debemos hablar de tal o cual manera”. Eso es lo que no me cierra.

Pero la incomodidad me viene: ¡pucha!, hay un montón de cosas que estoy de acuerdo o siento que en las cosas grandes yo estoy de acuerdo, entonces... Y además sé que decir que no me gusta el lenguaje inclusivo, que es verdad, me aproxima a gente con la que no estoy de acuerdo en casi nada salvo en eso de que no nos guste el lenguaje inclusivo, ¿me comprenden?

Pero sería deshonesto de mi parte que por esas proximidades incómodas a las que me puede conducir esto que les digo, diga que me parece bien algo que no me parece bien, porque me parece gastar pólvora en chimango en el sentido de me parece que nos distraemos de cosas mucho más importantes con esas polémicas que, insisto, a mi no me molesta que nadie hable en inclusivo, que hable quien quiera en inclusivo, pero molesta cuando se establece esta idea de: “¡Ah! ¿No hablás en inclusivo? ¿Qué te está pasando con el tema de la inclusión?”. No, máster, no me está pasando nada.

–Como docente, ¿lo ves con los alumnos?

Mira, tené en cuenta que yo tengo solo alumnos de 16 años. Cambian tan rápido todo. Hace tres o cuatro años los chicos y sobre todo las chicas de mis cursos estaban mucho más atentas al tema del lenguaje, hoy en día te diría que no, lo cual no significa que no sigan atentas a un montón de cuestiones que tienen que ver con el género y con la igualdad, etcétera, etcétera. Pero el tema del lenguaje en mis alumnos no parece estar tan como en primer plano. Pero, insisto, tengo 80 alumnos, no es una muestra suficientemente representativa.

–Igual, nos quedamos con el género, en tu último libro, Lo mucho que te amé, tiene una protagonista mujer y hay una voz narrativa femenina, ¿cómo fue ponerte en ese lugar?

Yo creo que uno siempre cuando escribe está bueno que busque en su memoria intelectual y también en su memoria afectiva las anclas que te permiten acercarte mejor al mundo que queres narrar. Y en el caso de Lo mucho que te amé, yo me basé mucho en mi propia educación sentimental que tiene que ver con que me crié con mi abuela, con mi vieja, con mi tía, con mis primas y con mi hermana.

Y Ofelia que es la protagonista de Lo mucho que te amé, es de la generación de mi vieja y de mi tía, y su mamá es de la generación de mi abuela. No es casual que yo lo elija de ese modo, ¿por qué? Porque me siento más cómodo, porque siento que es un mundo en el que me puedo empezar a meter.

Yo empecé a escribir esa novela en tercera persona, centrado en Ofelia pero con una cosa un poquito más distante de: “Ofelia siente, Ofelia piensa, Ofelia dice...” Ahora cuando ya llevaba, no sé, seis, ocho, diez meses escribiendo y tenía el 60% el libro hecho, hecho en una primera versión, pasa algo que es hermoso que pase, que es cuando vos te metés adentro de tu propio libro pero te metes en el sentido de te sentís tus personajes. Si es una novela como más coral, como repartido en distintos personajes, pero en este caso que es una novela muy de una protagonista y yo me sentí Ofelia. Por supuesto que no soy una mujer, pero tampoco soy el asesino de El secreto de sus ojos.

En realidad, siempre nos estamos trasladando a ser otros, pero a veces nos llaman más la atención este salto en el género, que otros saltos de ficción biográfica nos mandamos cuando escribimos, pero la verdad que me encantó hacerlo porque aparte te permite ver las cosas desde otro lado que no es tu vida. Y es una de las cosas que más me gustan de escribir.

–Recién mencionabas que te metés en tus libros, y tus lectores también. Y recordamos una entrevista que hicimos para el Club, al ex jugador Sebastián Domínguez, muy fan tuyo y dijo que estuvo tentado en llamarte y preguntarte qué le hiciste a la mujer de (Fermín) Perlasi, en La noche de la usina. ¿Te ha pasado que lectores cuestionen las decisiones que tomaste sobre la historia?

Sí, pasa, pasa. A veces con decisiones que tomás y con decisiones que no tomás. A a mí me gusta algunos hilos de la trama dejarlos sin explicar en el desenlace de los libros. No te digo un final abierto general, pero sí dejar alguna cosa: “¿y qué pasó con tal personaje?”. No sé. O: “¿qué pasó con los protagonistas después de ese momento?”. No sé. Eso enoja mucho los lectores y a mí también me pasa como lector pero la parte linda es que si te enojaste, quiere decir que te metiste.

–Y vos a quién hubieras llamado para preguntarle ¿por qué hiciste lo que hiciste?

Así rapidito El amor en los tiempos del cólera de (Gabriel) García Márquez que termina con Florentino Ariza y Fermina Daza ya mayores en un barco a vapor que va y viene por un río. ¿Qué pasa con estos dos finalmente? Y García Márquez no te lo cuenta. Cuando uno lo piensa un poco, creo que está bueno que no se cuente, o eso es lo que me parece a mí y por eso tiendo a dejar como esas hilachas sueltas, porque también es como una manera de que vos como lectora avances. Es como, “te hago trabajar”, pero también te dejo un margen de apropiación del libro superior. Y creo que al final termina siendo más provechoso, por eso lo hago así.

–¿Qué tipo de lector sos? ¿Te atrae más la historia, la trama o la forma?

Yo creo que si tengo que elegir uno de los dos lugares, elijo la trama. En eso soy muy clásico. Me gusta que me cuenten una historia. O sea, me sigo sintiendo a los 54 (años) como me sentía los cuatro (cuando te decían) “te voy a contar un cuento”, y uno se ponía, “dale, contame un cuento”.

Por supuesto, que en el mejor de los mundos, están esos libros que te están contando algo, pero en algún momento te lo cuentan de un modo tan bello que te detenés en tu búsqueda de saber a disfrutar el modo en el que te lo están diciendo. Esos son los libros que a mí más me gustan. Pero a mí me gusta que pasen cosas en la literatura, como en el cine. Me gusta la forma, pero es una forma subordinada a la estructura de la trama.


–Dijiste “clásico”, ¿la única forma de aprender a escribir es leyendo los clásicos?

Mira, no sé si los clásicos, pero sí creo que la única forma de aprender a escribir es leer. No me atrevo a decirte “tienen que ser los clásicos”; sobre todo porque creo que hay muchos recorridos lectores, pero sí creo que tenés que tener alguno.

Yo en todos estos estos años conocí a un montón de gente que escribe, que escribe y que publica, y lo que tienen en común es que leen. Y a veces, cuando te trae material... “te traigo mi novela inédita o mis cuentos autoeditados”... a veces hay cosas que están piolas, pero a veces hay cosas que vos notás que falta lectura, que faltan lecturas como para que eso que la gente escribió esté mejor. No sé si los clásicos.

Y de hecho yo estoy seguro que me faltan un montón de clásicos, tengo algunos seguramente leídos, pero me faltan otros. Ahora, como tengo un montón de libros leídos, bueno, lo que no saqué del Ulises de (James) Joyce... porque no hay manera, máster. El Ulises de Joyce me supera, pero bueno, Los miserables (de Victor Hugo) sí lo leí, pero La montaña mágica (de Thomas Mann) no la leí, bueno y así.

–Ese es tu recorrido lector...

Yo fui chico en los '70, entonces tenía esas colecciones Robin Hood, Iridium, Billiken, que eran una mezcla de clásicos adaptados y novelas que hoy llamaríamos juveniles. Y leí un montón: (Emilio) Salgari, (Alejandro) Dumas, Julio Verne me partieron la cabeza y después en la adolescencia creo que el más formativo para mí fue (Julio) Cortázar, los cuentos de Cortázar, mucho más que sus novelas, sobre todo por la plasticidad del lenguaje y por convertir cualquier cosa en literatura.

Si yo, desde mi rincón de la ignorancia, tengo que decir qué es lo maravilloso para mí de Cortázar es esto de lo que vuelve literario algo no es la excepcionalidad de lo que está contando, sino el ojo de quien mira y cuenta. Para mí los cuentos de Cortázar me habilitaron eso como lector y después como escritor.

–Como guionista, y como autor que ha sido llevado al cine, ¿cómo te llevas con las adaptaciones?

Yo siento que cuando se trata de adaptar cosas mías –o alguna vez que he laburado adaptando cosas ajenas también–, es complicado, pero a mí me da la sensación que los libros tienen como una esencia, un clima, un perfume... los personajes también. Que se lo dan más los personajes que la trama, para mí. Entonces, al momento de adaptar siento que la clave pasa por respetarles esa esencia a los personajes.

Y me parece que cuando las adaptaciones eso está respetado y es la misma gente, no su apariencia física, sino en su manera de actuar, en su manera de decir y en su manera de sentir, al espectador de la peli que leyó el libro le gusta y no le hace ruido. Lo cual no significa que que no viva como pérdidas algunas cosas de las adaptaciones porque yo en un libro hago lo que quiero porque el libro es mío, mío, pero la película no es mía, mía. Yo soy uno más y no el que toma las decisiones finales, entonces ahí... donde manda capitán no manda marinero y vos ahí sos marinero.

–¿Cuándo te sentiste escritor?



Mira, yo sé que doy una respuesta muy polémica a tu pregunta... muy polémica. No, no sé si polémica es la palabra, muy criticable porque yo me sentí escritor muy de a poco. Y durante muchos años me pareció como un exceso, hasta que mi familia empezó a comer de eso.

Y, ¿por qué digo que es criticable? Porque hay un montón de gente que se puede sentir escritora y probablemente no le pase esta cosa tan rara de “sí, vivo de mis libros”. Porque eso es raro que te pase, pero si yo te tengo que responder de mí... o sea, yo era un profesor en la facultad, en el secundario... mi vida venía por ahí. Empiezo a publicar, empiezan a salir mis libros, empiezan a invitarme a las ferias del libro...

–Cuando los ingresos del escritor superaron los ingresos del docente...

Cuando por lo menos fueron lo suficiente como para decir “che, nos vamos de vacaciones con lo de los libros”. A lo mejor fue antes de decir “bueno, esto es lo principal”, pero sí necesité, no sé si tiene que ver con lo de la típica familia de gringo inmigrante, de uno es aquello que le da un techo que, insisto sé que no está bien, pero bueno.

–¿Y ahora tenés la presión de pensar en una nueva historia para volver a publicar y generar un ingreso?


Por suerte, por un lado están los libros, por otro lado de vez en cuando sale un laburo de guión, tengo mis horas de clase, dentro de un tiempo tendré mi jubilación docente... Necesito escribir o, mejor dicho, necesito encontrar una historia para contar porque me hace bien ponerme a escribir.

Por suerte ya mis hijos son grandes, ya están haciendo sus vidas. Eso a mí me da una tranquilidad muy grande de “voy a escribir lo que yo tenga ganas”. Ojalá que a la gente le guste, no me da lo mismo que mia libros se vendan a que no se vendan, pero no solo por los derechos de autor, sino porque está bueno sentirte acompañado. Entonces, en ese sentido, me encanta que pase. Ahora si el día de mañana lo que yo necesito escribir va por un lado y el gusto de los lectores va por el otro... y bueno, mala suerte. Pero sí, espero poder seguir escribiendo porque me hace bien escribir.

–¿Qué pasa cuando te llega el impulso de escribir? ¿Escribís en lo que tenés a mano, garabateás una idea, respetas puntos y comas...?

Yo en general tengo como muy dividido el momento de cranear una historia, del momento de escribirla. Dedico mucho tiempo a pensarla antes de ponerme a escribirla, entonces en esa etapa pienso, pienso, pienso y más que escribir, lo que termina validando que esté bueno lo que se me ocurre, es que no se me olvide, o que me vuelva.

Es como un germen de una imagen que te parece que está buena y "a ver, le agrego esto, le agrego aquello, le agrego..." Y cuando tiene una cierta densidad, ahí agarro una libreta, pero no me pongo a escribir, me pongo a armar como esquemita, como si fueran apuntes de la facultad: flechita, globito, encadenamiento de cosas. Y puedo llenar hojas y hojas de distintos ensayos, pero estructurales, no literarios. Y recién cuando tengo todo eso y puede llevarme meses y meses, o un año, recién ahí me pongo a escribirlo.

Este “sistema” te diría que ya lleva... Debo llevar como 10 años escribiendo de esta manera, sobre todo desde que empecé a escribir más novela que cuento, porque los cuentos los podía tener todos en la cabeza y escribirlos, pero hacía lo mismo. O sea, nunca fue “che, me siento a escribir a ver qué me sale”, que es una manera recontra legítima de escribir. Uno escucha mucha gente que escribe así, yo no, nunca lo logré. Siempre tuve que tener como el mapa en el balero, con un cuento en la cabeza. Con una novela que es mucho más compleja, mucho más extensa, mucho más múltiple, bueno, en hojas.


–¿Ese mapa está de alguna forma condicionado por esta avidez actual de consumir y desechar, por ofrecer algo que enganche rápido? ¿Cómo apostar a la literatura en estos tiempos tan rápidos?



Uff. Sí intento entrar en tema, pero eso ya es un problema de cuando estoy escribiendo, del segundo momento. Alguna vez alguna editora me dijo, y me parece razonable, que las 30 primeras páginas de una novela son claves. Son claves como para que la persona te siga acompañando o no.

Entonces, a lo mejor no la primera redacción de un libro, pero cuando me pongo a hacer una primera corrección fuerte, trato de salirme de “ay esto es mío, mío, mío” y trato de mirarlo con un poquito de distancia: “¿esto entusiasma?”. No sé si lo pienso como gancho, pero se podría pensar a lo mejor: "¿entusiasma como para seguir, habiendo tantas cosas que pueden resultarte más atractivas y entusiasmantes que mi libro?". Eso sí trato de tenerlo en cuenta. Y vuelvo a esta cosa como lector: cuando yo me meto y estoy 50 páginas sin saber para dónde vamos... no me dan muchas ganas de seguir.

–Hernán Casciari contó que muchas veces, cuando los lectores van a las librerías, piden un libro suyo y no tienen, le piden al librero uno tuyo. ¿Te pasa? ¿Te ves beneficiado así por otros autores o pensás que podés beneficiar a otros?

No me pasó de presenciar una cosa así, igual Casciari es muy fabulador, así que probablemente sí le haya ocurrido a él. Pero sí, me parece que hay familiaridades: Casciari es de Mercedes, provincia de Buenos Aires, yo soy de Castelar, provincia de Buenos Aires, tenemos mundos de cercanía, de coloquialidad, barriales, que probablemente, compartamos un montón de lectores, entonces me parece bastante razonable que también pase al revés, que a lo mejor entren preguntando por un libro mío o es más, que me atribuyan cosas que haya escrito Casciari, que también pasan esas mudanzas.

En una feria del Libro alguien levanta la mano y se te pone elogiar un cuento que no es tuyo, eso es maravilloso. Está tan lindo lo que me está diciendo que, ¿lo saco de su error o lo dejo admirarme?

Una vuelta me pasó, en una feria del Libro de Buenos Aires, una señora se me pone a decir unas maravillas de mi cuento y me lo empieza a contar y era Viejo con árbol, de (Roberto) Negro Fontanarrosa. Yo pensaba, no le joroba al Negro que el elogio sea para uno de Buenos Aires, pero también me daba no sé qué por la señora y le dije, “no, señora, un gran cuento, pero es del Negro Fontanarrosa, no es mío”.

–¿Qué te costó más en pandemia: sentarte a escribir o dar clases por Zoom?


Dar clases por Zoom. Fue una experiencia horrenda. Todo el enclaustramiento, sobre todo el primer año la pasé horrible, pero pese a todo pude escribir. Sentía que era mejor lo que hacía escribiendo, que lo que hacía dando clases. Y eso que yo doy clases en Ramos Mejía, en el Gran Buenos Aires, en una escuela donde todos los chicos tienen Internet en sus casas, tienen dispositivos, o sea, estaba en el mejor de los mundos en ese sentido, pero siento que hicimos lo que pudimos y que fue bastante poco lo que pudimos. La pasé muy mal y sospecho que mis alumnos también la pasaron muy mal.

–¿Te sirvió ese tiempo para descubrir nuevos autores o reconectarte con la lectura desde otro lugar?

Leí mucho, pero te confieso también, sobre todo durante el primer año era tal el nivel de incertidumbre con respecto al futuro... Me costó mucho entender lo que estaba pasando, me llevó mucha energía mental tratar de entender y tratar de aceptar y tratar de no enojarme con un montón de actitudes que veía a mi alrededor y que sigo viendo aunque sea en menor medida que me parecen muy jorobadas. Tenía tal nivel de tristeza y de ansiedad que me refugié en autores que conocía, en cine que conocía... no fue una buena época para explorar.

–¿Que qué estás leyendo ahora?

El último que leí que me gustó mucho fue un libro de una española que se llama Elvira Lindo, que se llama A corazón abierto, que lo escuché como audiolibro. En general, tengo uno en papel, uno en e-book y uno en audiolibro.

De acuerdo al momento del día estoy con una cosa o con la otra, pero lo que más me gustó últimamente es esto. Yo de ella había leído otra novela, que ahora no me acuerdo cómo se llama, pero es una autora que me gusta mucho. Eso una autora de infantil y juvenil y de guión, que de novela para adultos, pero el par de cosas que leí de ella, me encantó.

–Sos multiplataforma...

Sí, sí, porque me he dado cuenta... Al audiolibro le tenía, “che, no sé porque me voy a distraer”. Hasta que lo empecé a probar y manejando, saliendo a correr, lavando los platos... Las acciones automáticas recontra van con el audiolibro, porque lo que pasa a primer plano es el audiolibro. Si estás con algo importante, no, pero si estás con algo que simplemente requiere tu acción repetitiva, por eso te decía correr, manejar, lavar los plato o cortar el pasto, es como que lo que te acordás después es el libro y te pasa, o me pasa... ¿Viste como cuando leíste un libro en un café, y vas al café y te acordás del libro y de la parte del libro que estabas leyendo? Bueno, lo mismo pasa con los audiolibros. Siento que funciona bien.

–¿Probaste escuchar un libro tuyo?

Grabé uno. La noche de la bocina está grabado con mi voz , y escuché Lo mucho que te amé, que está grabado por una actriz argentina y no me acuerdo ahora cómo se llama ella y está muy bien leído, estupendamente leído. Pero me pasa lo mismo que leyendo, a mí no me gusta mucho leerme. O sea, te escucho un ratito, o me leo un par de páginas, pero automáticamente le entro a ver “uy, mirá, esto tendría que haberlo hecho de otra manera”. Mejor dejarlo en el pasado.

–Tu último libro, Los días de la revolución, una historia argentina cuando no era Argentina, ¿es una forma de acercar la historia?

En los últimos 30 o 40 años, en las universidades argentinas se ha laburado muy bien en historia, realmente muy bien. El laburo académico ha sido súper múltiple, diverso, hay un montón de planos distintos que antes no: economía, sociedad, género, vida privada, clases sociales, mentalidades. Hay un montón de preguntas nuevas, pero eso no perfora. El sentido común sigue esa historia de próceres, de buenos y malos, una cosa muy maniquea, muy épica, muy anticuada.

Entonces, ¿qué es lo que hace uno como profesor? Agarrar ese laburo académico y tratar de llevarlo a algo que respete la complejidad, pero al mismo tiempo que sea más accesible para los alumnos. Y si eso uno lo puede hacer con un libro que llega más gente... esa es la pretensión. Ojalá que funcione.

–¿Ya estás armando el mapa mental del último proyecto?

En realidad, tengo una novela súper, súper avanzada, ese fue el lado positivo de la pandemia. Como acabo de sacar este de historia, sospecho que para abril mayo del año que viene estaré sacando esta novela que vuelve a mi mundo tradicional de novela anclada en la Argentina, relativamente reciente, con personajes suburbanos como suelen abundar en mi mundo. Pero ya la tengo súper avanzada.