Creo que fue en el rellano de la escalera entre el primer y segundo piso. Una posible guerra de carteles resueltas en el armisticio de quitar los que tenían errores de ortografía. Desde ahí en adelante y hasta hoy nunca estuvimos lejos.

No conocí a nadie capaz de comunicar tanto con miradas o gestos. Que disfrute hasta la médula de la música. Que estudie las letras y se emocione al punto de soltar toda vergüenza.

Obsesivo al extremo, ordenabas en bloque nuestras charlas. Salud, trabajo, amor. Nos dejaste aprender de vos, pensar con vos, sentir y soñar con vos. Y me enseñaste como nadie a tener la guardia alta o bancarse el filo de la ironía inteligente.

Hace casi un año empezó esta mierda. No pudiste venir a nuestra ciudad que amabas como nadie y a la que defendiste como nadie también. Pero cuidaste a tu rebaño hasta el último minuto aún a costa de perderte el amor masivo que sabías que ibas a recibir.

Me voy a quedar con ese abrazo último como para agarrarme fuerte a todo lo que disfrutamos por acá. Porque no hay derecho a que el dolor nos tape el amor hosco pero incondicional que nos regalaste.

Te quiero amigo. Te quiero mucho