Hay una pregunta que ha atravesado a la humanidad por milenios y que nadie puede responder con exactitud: ¿qué pasa después de la muerte? La búsqueda de su respuesta fue semilla de religiones, cultos paganos, planteamientos filosóficos, mitos, novelas, series y películas. Dependiendo de las creencias personales, el abanico de opciones es bastante amplio, contemplando escenarios que van desde el descanso eterno, libre de dolor y sufrimiento en el cielo -o todo lo contrario en el infierno-, la reencarnación en un cuerpo físico diferente para comenzar una nueva vida, o la transición a otro plano o dimensión. También están los que creen que nada sucede, al morir simplemente se baja el telón y termina la obra. Sin bis y sin aplausos.

Independientemente de la modalidad post-mortem que se suscriba, hay un lugar donde viviremos virtualmente para siempre: Internet, el purgatorio digital. Si ningún pariente cercano se toma el trabajo de comunicarlo a las diferentes empresas, nuestro perfil en redes sociales permanecerá activo, enviando recordatorios de cumpleaños en Facebook, aniversarios de trabajo en Linkedin o apareciendo como sugerencia de contacto en Instagram a los conocidos que nos sobrevivieron, situaciones que pueden resultar un tanto perturbadoras.

Actualmente hay más de 30 millones de perfiles de personas muertas en Facebook, y se calcula que para el año 2100 -de seguir existiendo esta red social- este número puede llegar casi a los 5.000 millones. Un auténtico mega cementerio online.

Facebook permite transformar las cuentas conmemorativas tras nuestra muerte

Generalmente no nos detenemos a pensar sobre nuestra propia muerte, y mucho menos sobre qué sucederá con nuestro legado digital. Esas imágenes que almacenamos en Google Photos o en nuestra cuenta de iCloud pueden representar mucho para nuestra pareja o hijos y de un momento a otro pueden quedar inaccesibles si no tomamos unos mínimos recaudos.

Lo mismo sucede con el homebanking o las cuentas de correo laboral y personal. Algo tan simple como no comunicar a tiempo el PIN de nuestro teléfono o la clave de la computadora puede transformarse en un dolor de cabeza enorme para nuestros familiares que, inmersos en el dolor de la pérdida, además tienen que atender asuntos administrativos póstumos que no pueden solucionar por no contar con una contraseña compartida oportunamente.

No estaría mal considerar una suerte de testamento electrónico con nuestras preferencias póstumas para nuestra información online. ¿Quién sabe dónde guardaste ese Bitcoin que compraste en 2015 a 230 dólares? ¿Queremos que nuestros perfiles de redes sociales permanezcan como memoriales digitales o preferimos que sean eliminados? ¿Qué sucede con información privada, como nuestro historial de navegación o nuestros mensajes? Si no tomamos una decisión previamente, alguien lo hará por nosotros, y probablemente sea una empresa que continuará lucrando con nuestros datos.

Qué pasa con nuestra información online tras morir

Los términos y condiciones varían de plataforma a plataforma, y en muchos casos, nuestra propiedad digital termina con nuestro último suspiro, como sucede con iCloud, donde el titular de la cuenta no es propietario del contenido sino un mero licenciatario. Una vez que Apple recibe una copia del certificado de defunción, las fotos, archivos y toda información asociada a la cuenta será eliminada, ya que es intransferible.

Distinto es el caso de YouTube, por ejemplo, donde los ingresos por publicidad que siguen generándose tras la muerte del creador de los videos pueden ser cedidos a herederos o a quien se haya especificado previamente a través de una práctica herramienta para administrar cuentas inactivas. Desde allí puede indicarse a partir de cuándo Google debe considerar nuestra cuenta como inactiva, a quién notificar cuando esto suceda, qué información compartiremos con alguien de nuestra confianza, o elegir si nuestra cuenta debe ser eliminada automáticamente.

Morir tampoco significa estar a salvo de las estafas o del robo de identidad, ya que muchos hackers se dedican a usurpar cuentas de usuarios fallecidos para engañar a los contactos desprevenidos. Si abandonamos este mundo dejando atrás prácticas de seguridad online objetables, como contraseñas reutilizadas o fácilmente adivinables, seguramente permanezcamos en el recuerdo de amigos y conocidos, pero por los motivos equivocados.

Para un ciberdelincuente, tomar control de la cuenta de una persona muerta tiene pocos riesgos y muchos beneficios, ya que el titular difícilmente pueda notar alguna actividad sospechosa. Además son cuentas repletas de contactos y grupos a los que les pueden sacar dinero mediante el engaño.

Sin dudas la tecnología cambió nuestra forma de vivir, trabajar, divertirnos y relacionarnos; pero difícilmente hayamos pensado en que también cambiaría nuestra forma de morir, o mejor dicho, de trascender a la muerte. El mundo digital es un tercer estado, donde no estamos ni vivos ni muertos, y donde nuestra identidad online permanecerá para siempre, mucho más allá de nuestra última conexión.