Por obra y gracia de la pandemia el 20 de junio no pareció el 20 de junio. Sí, hubo acto en el Monumento. Pero el Día de la Bandera, sin gente, es como un partido de fútbol sin goles. Y por más que los protagonistas se esforzaron por ponerle emoción, sentimiento, todo resultó tan frío, tan contradictorio, que fue imposible no maldecir el coronavirus y esta "nueva normalidad" que, al fin de cuentas, nada tiene de normal.

No, no fue un 20 de junio normal. Eso estaba claro. Este Día de la Bandera el presidente se quedó en Buenos Aires. Y si bien lo presentaron como uno solo hubo en rigor dos actos: el de Buenos Aires, que fue visto desde el Monumento, más los hogares rosarinos y de todo el país. Y el de Rosario, ignorado desde Buenos Aires, incluso desde la mismísima residencia de Olivos. Tanto fue así que cuando Alberto Fernández le dijo al gobernador Omar Perotti que siguiera con la ceremonia y Nación desconectó la comunicación, la Televisión Pública hizo lo mismo y decidió no mostrar lo que pasaba en la Cuna de la Bandera, el Día de la Bandera. Una muestra de lo unitario de este país, donde el federalismo se declama pero nunca de practica.

Los tiempos de Nación marcaron la agenda. Y no se definieron hasta casi último momento, para dolor de cabeza de los organizadores y de la prensa locales. Se vio a algunos colegas desorientados y agitados que, no avisados a tiempo, casi llegaron para los aplausos.

A las 9 puntual fue el tradicional izamiento que terminó alrededor de las 10; y a las 11, el acto propiamente dicho. Esa hora se esperó con frío, mucho frío. 

Y fue el intermedio que aprovecharon algunos sectores para hacer sus reclamos. Un grupo de cadetes de aplicaciones de delivery “emboscó” a las autoridades en su camino desde la explanada hacia el Palacio de los Leones, donde a su vez, los esperaron los familiares y amigos de Carlos Bocacha Orellano, el joven hallado muerto tras ir a bailar a un boliche de la Fluvial, a pura batucada. Eran unos 50 con banderas, bombos y trompetas, con Edgardo, el papá de Carlitos, a la cabeza. Junto con los familiares de otras víctimas de la violencia rosarina, prepararon un petitorio escrito que luego entregaron en mano a Javkin. Pedían reformar el Poder Judicial y elegir a los jueces como se elige al intendente, por voto popular.

Los Orellano, los cadetes y más tarde los provida fueron los únicos que aportaron sonido a un acto que antes de la pandemia solía ser ruidoso y multitudinario. El color lo puso Steve, el referente de los africanos en Rosario, con un traje típico de Ghana. Con el barbijo de los muchachos que bailan en funerales explicó que fue su forma de honrar a un país, la Argentina, que no lo dejó "morir de hambre" a él "y a tantos otros extranjeros”.

El color lo puso el africano Steve con una traje típico de Ghana. (Foto: Alan Monzón / Rosario3)

“Vine contra viento y marea”, se apoyó Graciela en el andador. Una de las poquísimas vecinas que aprovechó la caminata permitida de fin de semana para acercarse al Monumento.

Tiene 76 años –“la energía de una de 14”–  y un fémur fracturado que la había dejado volver a caminar hacía poco pero que con la cuarentena se empeña en dejarla quieta. Su hijo le suplicó que se quedara en casa –es, además, persona de riesgo frente al coronavirus– pero Graciela no se iba a perder el 20 de junio. Cuando tenía 12 años fue testigo de la inauguración del Monumento y para ella el aniversario del fallecimiento de Manuel Belgrano es la máxima fecha rosarina. “Porque la bandera la izó acá y porque es la única fecha patria que se festeja acá”, fundamentó.

Desde Olivos, Fernández reconoció que debería haber estado en Rosario. La pandemia y el consejo del equipo médico presidencial lo recluyeron en la quinta. Allá también se guardaron las distancias entre la primera dama, Fabiola Yáñez, y el puñado de ministros que acompañó al mandatario, quien por videoconferencia le tomó asistencia y promesa de lealtad a la bandera a 31 niños de todo el país. La ideóloga, Celina, la niña neuquina que le había propuesto abrir los colegios sólo este sábado, rompió en llanto de emoción después del himno.

Todo se hizo por videoconferencia. Los niños en sus casas, el presidente en Olivos y el resto en Rosario.

En esa primera parte, al menos, pareció cumplirse el eslogan: separados pero juntos. Hasta que el presidente terminó lo suyo, agradeció a todos, le entregó a Perotti el resto del acto y se cortó la trasmisión nacional.

Quizás sin saber que ya no le hablaba al país sino solamente a los santafesinos, Javkin aceptó la invitación de la locutora y tomó la palabra que luego cedió al gobernador. Ambos trataron de infundir cierta emoción a la fecha, pero enfrente de ellos solo estaba la prensa, congelada. En el propileo no entra el sol y se da un fenómeno particular: el viento embolsa y sopla adentro, como si quisiera apagar la llama votiva.

Dylan González y su violín tampoco consiguieron emocionar a los presentes. Menos que menos el falso Manuel Belgrano y Catalina Echeverría con su demasiado energético “viva la Patria”.

En pocas palabras, fue un acto sin adrenalina.

Nada que ver con el año pasado cuando en la zona sur se agarraron a trompadas en el último Día de la Bandera de Mauricio Macri como presidente. El ex mandatario había elegido dar su discurso en un club de barrio, lejos del Monumento. Fue en plena campaña electoral y “la grieta” estaba a flor de piel. 

Ese mismo día, la ahora vicepresidenta Cristina Fernández también había viajado a Rosario: regresaba después de cuatro años para homenajear a su prócer favorito y presentar su libro "Sinceramente" ante una multitud que hoy resultaría contagiosa.

De asepsias y protagonismos

 

El pico de la excitación fue después del izamiento de la bandera, en el desértico, gris y frío Monumento, cuando la prensa salió del amplio corralito para obtener la palabra del hombre del momento. Para exasperación de los organizadores, no siempre se guardó la debida y aséptica distancia social. Todos querían un buen ángulo de Omar Perotti, el gobernador que logró que el presidente diera marcha atrás con la expropiación de Vicentín y aceptara su propuesta. 

Foto: Alan Monzón / Rosario3

Luego de la protocolar pregunta por sus sensaciones en un 20 de junio tan atípico, llegó la consulta por "el tema": el futuro de la agroexportadora.

Once día atrás, el presidente sorprendió con el anuncio de la intervención y expropiación de la empresa cerealera más importante y endeudada del país y desató un tendal de críticas y apoyos, y sacudió fuerte a la Casa Gris que tuvo que salir dos veces a desmentir que uno de sus ministros, Daniel Costamagna, de Producción, no iba a pegar el portazo enojado con la medida.

Consultado sobre el malestar de la militancia enamorada con la idea de la expropiación, Perotti, dijo que había que enamorarse con los puestos de trabajo y con la posibilidad de rescatar la empresa. Casi los mismos argumentos que usó Alberto para defender el abordaje contrario.

Después de Vicentín, se hicieron otras preguntas de rigor: ¿y la cuarentena? ¿y el fuego en las islas? ¿y el paro de transporte?.

Detrás de Perotti, escucharon atentos la vicegobernadora Alejandra Rodenas, el titular de la Corte Suprema, Rafael Gutiérrez y el intendente Pablo Javkin que esperó su turno de micrófono. Y algo separado del grupo, el ex gobernador Miguel Lifschitz quien por primera vez en muchos años, no fue parte del elenco protagónico del 20 de junio.

A sus cuatro años de gobernador hay que sumarle ocho de intendente y otros cuatro de senador departamental, casi siempre con el socialismo en el Ejecutivo provincial.

“Hace 25 años que vengo participando”, completó el cálculo el propio Lifschitz. Y habló de la “adaptación” que requiere la pandemia.

Y la política.

Lifschitz, hoy a la cabeza de la Legislatura provincial, con el intendente Javkin. (Foto: Alan Monzón / Rosario3)