La cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan) esta semana en Washington, donde celebró su 75 aniversario, dejó muy en claro hacia dónde avanza el escenario internacional: una contienda de bloques. Ha comenzado a delinearse más claramente luego de la invasión rusa a Ucrania, aunque en las últimas semanas se sumaron desafíos internos que no se esperaban y preocupan. ¿Hacia dónde va el atlantismo?
El tema central y urgente del encuentro fue Ucrania. Los aliados consideran que hay que demostrar unidad, determinación e intenciones a largo plazo. Coinciden en que Vladimir Putin especula ganar apelando a la desmoralización y al cansancio. No obstante, también buscaron accionar por si Donald Trump llega al poder. El mayor temor es que si el republicano regresa a la Casa Blanca corte la ayuda a Ucrania e impulse una solución negociada que podría incluir la promesa de no expandir más la Otan, sumado a una demanda para que Kiev ceda territorio.
El nuevo compromiso destinará en 2025 más de 42 mil millones de dólares para financiar ayuda militar al país de Volodimir Zelensky. A su vez, se informó que ha comenzado la transferencia de los aviones de combate F-16, provenientes de Estados Unidos, Dinamarca y los Países Bajos para fortalecer la fuerza aérea ucraniana. También se dejó en claro que Ucrania se encuentra en "camino irreversible" hacia la membresía en la Otan. Sólo es cuestión de tiempo.
La declaración del encuentro no fue a medias tintas. Los 32 aliados, como no lo habían hecho hasta ahora, pusieron a China en los reflectores. Responsabilizan al gobierno de Xi Jinping de ser “cooperador decisivo” en la ofensiva del Kremlin en Ucrania. “La República Popular de China no puede facilitar la mayor guerra en Europa en la historia reciente, sin que ello impacte negativamente en sus intereses y reputación”, advirtió el propio secretario general de la Otan, Jens Stoltenberg.
En otras palabras, si el gigante asiático sigue en este camino, habrá costos. Aunque no especificaron cuáles. Como era de esperarse, el gobierno de Xi Jinping no tomó bien estos enunciados y a través de su ministerio de Relaciones Exteriores replicó que Estados Unidos y el bloque transatlántico suponen “la amenaza más grave para la paz y la seguridad mundiales”.
Los países occidentales le reprochan a China que el impacto de las sanciones económicas a Rusia luego de su invasión a Ucrania se han ido debilitando debido al aumento del comercio bilateral entre ambos. Pero la administración de Xi Jinping insiste en que sus relaciones económicas se rigen por las reglas de la Organización Mundial del Comercio. Y que “el flujo comercial normal entre China y Rusia no tiene como objetivo a terceros y no debe ser objeto de interrupciones o coacciones”.
Tanto Estados Unidos como países europeos han venido advirtiendo que China le otorga a Rusia productos de uso dual civil-militar. Lo ha afirmado el actual presidente estadounidense Joe Biden en la reciente cumbre del G7 en Italia: “China no está suministrando armas (a Rusia), sino la capacidad de producir esas armas y la tecnología disponible para hacerlo, por lo que de hecho está ayudando a Rusia”. En tanto, a Irán y Corea del Norte se los acusa de abastecer directamente con drones y misiles al Kremlin.
De esta manera, se va configurando la colisión de bloques. Los regímenes autoritarios vienen acrecentando su cooperación: China, Rusia, Irán, Corea del Norte y Bielorrusia. Este bloque no cuenta con alianzas colectivas formales pero sí con interacciones cada vez más intensas y frecuentes. Por ejemplo, el acuerdo de defensa mutua en caso de agresión firmado en junio entre Putin y Kim Jong-un. O en mayo, el encuentro en Kazajistán entre el mandatario ruso y el chino donde reafirmaron su alianza estratégica y aseguraron que “nuestras relaciones están en el mejor momento de su historia”.
El otro bloque, el de las democracias atlantistas, ha cerrado filas en torno a la oposición a la invasión rusa en Ucrania. Este conjunto de países sí dispone de alianzas formales y consolidadas. La Otan es una de ellas. Ante la creciente proximidad de los gobiernos autoritarios -como ya lo han hecho en otras oportunidades-, invitaron a la cumbre a las democracias vecinas del Indo-Pacífico: Japón, Australia, Corea del Sur y Nueva Zelanda. Estos países buscan resguardo en una región de creciente militarización.
Lo cierto es que el rol de China preocupa a Occidente y no solo por sus estrechas relaciones con Rusia. Hace tiempo Pekín viene realizando actividades inquietantes como la militarización de aguas en disputa, ejercicios militares en Taiwán, restricciones a la democracia en Hong Kong, ignorar sentencias de tribunales internacionales, incrementar arsenales de forma encubierta y no mostrar intenciones de consensuar medidas de control de armamento, entre otras.
Aunque inesperadamente, en las últimas dos semanas la Otan se topó de frente con desafíos internos. Sorprendió el accionar del presidente húngaro Viktor Orbán, quien acaba de asumir -el 1° de julio- la presidencia europea por los próximos seis meses. Inmediatamente, sus acciones comenzaron a poner en jaque los principios y el consenso, no solo de la Unión Europea, sino de la misma alianza atlántica. Ha declarado que no quiere que la organización se convierta en un bloque “anti China” y comenzó a actuar en consecuencia.
El líder nacionalista inició lo que llama una "misión de paz" para Ucrania que lo llevó en las últimas dos semanas a visitar por sorpresa Kiev, Moscú y Pekín. En su informe, luego de pasar por el gigante asiático explicó: “El presidente Xi ve la política de China como una política de paz, mientras que la política de Estados Unidos y Europa es una política de guerra en la que Europa sigue automáticamente la línea estadounidense”. También aseguró que Putin y Xi celebrarán nuevas conversaciones de paz antes de final de año.
Estas acciones preocuparon primeramente a los miembros de la UE que le advirtieron a Orbán que no tenía ningún mandato para negociar nada con Rusia en nombre europeo. El húngaro aseguró que las preocupaciones son “infundadas”. Sin embargo, sus acciones volvieron a ponerse bajo la lupa esta semana, cuando aprovechó el viaje a Washington para reunirse con Trump en su casa en Mar-a-Lago, en Florida. El mandatario dijo que “la conversación versó sobre las posibilidades de paz”.
Pero no solo son Trump y Orbán. La crisis interna en Francia, luego de las elecciones legislativas, también podría ser otro elemento de conflicto. Es factible que, la falta de mayoría parlamentaria en la Asamblea Nacional, finalice con elecciones presidenciales anticipadas. Los dos principales líderes de los bloques opositores, tanto de izquierda (Jean-Luc Mélenchon) como de derecha (Marine Le Pen), se han referido a la Otan como una organización inútil y han insinuado hasta su retiro. Con todo, teniendo en cuenta la trayectoria de ambos líderes, no hay que descartar variaciones retóricas oportunistas.
De todas maneras, en estos 75 años de existencia, la Otan debe celebrar muy buena salud. Tiene más socios que nunca: 32 países, entre los que se encuentran las recientes incorporaciones de Finlandia (2023) y Suecia (2024) y con otros llamando a sus puertas. Además, 23 de ellos están cumpliendo los objetivos de invertir el 2 por ciento de su PBI en Defensa. En su último informe, se detalló que la organización ha “mejorado la calidad y la coordinación de sus defensas” y que la industria militar ha aumentado la colaboración entre los miembros para acelerar su producción.
Si bien persisten los problemas de sistemas anticuados y carencias en sus fuerzas navales y sistemas de defensa aérea, la Otan está determinando en estos momentos su futuro para las próximas décadas. Según sus registros, hoy su capacidad de respuesta es siete veces mayor que hace dos años. Puede movilizar a 300 mil soldados en 30 días y en seis meses esta cifra aumentará en medio millón más. ¿Con qué objetivo? Estar listos para poder enfrentar un conflicto prolongado.