La moto a toda velocidad. El ruido de la frenada es imperceptible. No así el de los tiros, uno a uno, como si golpearan una plancha de plomo. Suenan como los petardos en Navidad, pero sin nada que festejar. El motociclista abre fuego y en Rosario se produce una balacera más. Terminaba 2018 cuando el fiscal Matías Edery describía el fenómeno: generalmente, son dos o hasta cuatro hombres en moto que atacan con el objetivo de sembrar miedo, a cambio de dinero. De esta forma se refería a lo que popularmente se conoce como "sicario", “tira tiro” o “gatillero”. Aunque no son lo mismo, según pudo establecer Rosario3 al indagar sobre esta actividad criminal, que sigue vigente. 

¿Quiénes jalan el gatillo? Fuentes del Organismo de Investigaciones (OI) trazaron una división entre profesionales e improvisados. Los primeros “matan gente con el armamento indicado, con inteligencia previa, se entrenan en campos, son fríos y hasta reclutan gente a la que capacitan”, explicaron sobre el “sicariato” local. Integran las bandas criminales más fuertes y suelen utilizar armas más sofisticadas –calibres 9 y 11.25 en su mayoría–. Cobran abultadas cifras que varían de caso en caso aunque se pudo conocer que hoy se paga unos cien mil pesos un trabajo de este tipo. También puede ocurrir que el sicario tercerice su servicio y pague a otra persona para que ejecute el crimen.

En cambio, el gatillero “trabaja por poca guita o por identificación con un líder narco”. Incluso puede ser pagado con drogas y en el mejor de los casos con un vehículo. Según los especialistas, “son estos los que amedrentan y forman parte del esquema de seguridad de las bandas, son soldaditos que gestionan una territorialidad y lo hacen porque hay una valoración positiva, una gestión del riesgo, hay prestigio y dan ese paso por esto”, advirtieron al tiempo que deslizaron que son chicos varones menores de 16 años, es decir, jóvenes no imputables.

Alan Monzón/Rosario3

Para la Secretaría de Políticas Criminales y de Derechos Humanos de la Fiscalía General, no existe una profesionalización del sicariato en Rosario. Desde una mirada intuitiva definieron: “Es un delito amateur, esa idea de pensar la profesionalización no existe, no hay un «llame ya» de tipos disponibles”. En consecuencia, los ejecutores no son “outsiders”: “En los colectivos en los que se encadenan las violencias puede que haya personas un poco más preparadas aunque sea anímicamente para llevar a cabo estas tareas. Pero claramente no son especialistas”, remarcaron. Los investigadores, por otra parte, ven que hay un intercambio de roles entre víctimas y victimarios. “Se ejerce la la violencia pero no individualmente sino desde un colectivo. Esto explica que la violencia circule y que los mismos actores que la impulsan también la reciben”, observaron.

Esta violencia con un mínimo de previsión y planificación en manos de inexpertos vuelve la práctica mucho más peligrosa, advirtieron en este sentido. Lo mismo planteó el diputado provincial Carlos del Frade: “Hay sicarios bien preparados, con prestigio, que se venden bien y son cuidados en las bandas. Tienen una referencia. Siempre vemos el cuentapropismo bien pago. Pero empiezan a desaparecer y surgen estos otros que hacen otras funciones. Y aparece esto de gente que empieza a morir porque los balazos no son estrictos ni precisos y cuando se erra en dos centímetros viene el asesinato. Eso pasa porque se pierde el sicario, tenemos cada vez chicos más jóvenes pero menos precisos, porque el nivel de precarización es cada vez más grande”, sostuvo.

“Aparecen chicos y chicas jóvenes sin experiencia; por eso el nivel de ferocidad más grande y las víctimas inocentes. Están jugados. El «estar jugado» es el testimonio que usé en uno de mis libros de un pibe de 16 años que me dijo «A los 21 me matan o me muero».”, agregó.

Motivados

Suele repetirse que existe una guerra narco detrás de estos hechos. Sin embargo, los investigadores relevan un escenario más complejo: los conflictos dirimidos a los tiros pueden originarse en torno a otros mercados ilegales pero también por cuestiones afectivas. “Hay enfrentamientos por los territorios y ajustes de cuenta internos”, resumen desde el OI. “Hoy se mata por la droga y el control en las cárceles”, ahondaron sobre el primer motivo. “En 2012 se rompió la paz, hoy hay mercado consolidado de drogas y la rentabilidad está en disputa porque aún no se consolidan los territorios del oeste y el sur de la ciudad”, continuaron y remarcaron que “la droga no sólo es fuente de negocios en el territorio”.

Desde Fiscalía General hicieron foco en la “cuestión expresiva” que encierra el ataque a tiros, como un método certero de dejar un mensaje de amedrentamiento que puede visualizarse fácilmente y reproducirse en medios de comunicación y redes sociales. “Se busca hacer pública una situación y no necesariamente está ligada a lo narco. Esa idea podría inferir que el uso la violencia siempre es instrumental, que busca algo como que la víctima se mude de territorio o se borre, entonces estaríamos hablando de grupos que ordenan sus prácticas en torno a un objetivo”.

La realidad, de acuerdo a la lectura del MPA, es más diversa. “La violencia entre colectivos es de familias, también se pierde el límite entre la disputa por territorio y esto de que «te busco porque mataste a mi hermano»”, ejemplificaron para exponer que muchas veces se mezclan venganzas, viejas rencillas y hostilidades personales con los “negocios”.

La guerra narco es una etiqueta que simplifica un problema complejo que se alimenta de indicadores estructurales, falta de oportunidades para incluirse en circuitos formales y para construir trayectorias vitales estables y constantes por lo menos en que no haya daño para sí mismos o para los demás, el muy fácil acceso a las armas y los contextos más específicos territoriales”,  profundizaron.

Alan Monzón/Rosario3

La balacera de cada día

El vidrio destrozado pero en pie puede ser la imagen que resuma la situación. Rosario se convirtió en los últimos años en un escenario fértil para este tipo de acción delictiva. El caso es que en lo que va del año, Rosario3 pudo reunir unos 40 hechos de este tipo en distintos puntos –ver el mapa abajo– a sabiendas que un grueso queda en la clandestinidad teniendo en cuenta que no siempre es denunciado o bien informado por parte de los organismos oficiales que intervinientes. Tampoco hay un número estadístico ya que no se contabilizan como tales de parte del Ministerio Público de la Acusación (MPA). “No hay una categoría jurídica para las balaceras”, explicaron.

Consultados sobre la repetición de este tipo de acción criminal que se refleja en las crónicas periodísticas, analizaron: “No es una práctica nueva pero tiene más visibilidad”. Para los especialistas, los ataques institucionales “rompieron las barreras de lo territorial” cuando las bandas incrementaron su disponibilidad económica y consecuente movilidad de acción. Así, las balaceras registradas en el centro rosarino le dieron notoriedad al método de amedrentamiento. La repetición, en tanto, responde a la sedimentación de la práctica: “Surge con ciertos grupos que disputan mercados ilegales y después se va copiando y una persona cualquiera que no cobra una deuda por vender un auto, por poner un ejemplo, hace los contactos y recurre a un muchacho para que dispare”, evaluaron.