Ayelén Acevedo vivió demasiadas vidas y todavía no cumplió los 30. Se crió en la zona rural de Nuevo Alberdi, en el límite noroeste de Rosario. Aunque era duro no tener agua potable, ni escuelas cerca, ni asfalto, el espacio público era un gran jardín para jugar, pescar ranas y correr. Cuando se mudó con su familia al área urbana de ese barrio, uno de los más postergados de la ciudad, consiguió el milagro de abrir la canilla y tener agua pero quedó en medio de dos bandas narcos en disputa por el territorio. Quisieron usurparle la vivienda y entre todos lucharon.

A veces se habla de “lucha” como algo simbólico, como sinónimo de una construcción a largo plazo, cuando lo dice Ayelén se refiere a que su padre perdió la visión de un ojo y a ella le abrieron la cara con un ladrillo. Pero no se fueron. “Usurparon a todos mis vecinos pero nosotros nos quedamos”, cuenta en diálogo con Desde la Redacción, el podcast de Rosario3.

Los seis puntos en la cara son una marca. La marca de vivir allá lejos, en la periferia de la periferia, donde el Estado se diluye hasta la nada. Como ya ocurrió con Coco Ruiz Díaz, referente de Rancho Aparte en Tablada, Desde la Redacción visitó Nuevo Alberdi para hablar del tejido social deshilachado. Narrar historias de vida concretas y acercarse a cómo batallan las organizaciones populares en esa ciudad rota.

En este caso, Ayelén no está sola. Dejó cuarto año de la secundaria cuando fue madre por primera vez (tiene dos hijos de 12 y de 4) pero completó su educación después en la Ética, la escuela de gestión social que nació en 2011 de la mano del entonces Movimiento Giros (hoy Ciudad Futura). Ese bachillerato popular fue reconocido por el Ministerio de Educación de Santa Fe en 2018 (número 3188).

Además de los cien estudiantes de 17 a 60 años que asisten cada noche, en la casa alquilada de Somoza al 3000 abrieron un jardín que contiene por la tarde a 25 niños y niñas de 4 años. Y a la mañana funciona una de las Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario (Caac) de la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación (Sedronar). Asisten a personas con problemas de consumo y a sus familias (mujeres sobre todo). Esos dramas íntimos generan mucha violencia intramuros y a veces permea a lo público cuando una deuda impaga con los narcos se traduce en aprietes y venganzas.

“Esto no es una escuela, es una casa de puertas abiertas, los chicos cuando vienen agarran la pava y hacen unos mates. Llegan antes para armar el aula ellos mismos y después desarmarla. Todos hacen todo”, dice Silvia Perona, trabajadora social, cooperativista pero “no coordinadora” de la Ética. “Acá no hay un director, de eso se trata la gestión social”, sigue y aclara que su objetivo es “generar un proyecto de vida con otros”.

Esa premisa contagia. La Ética (Escuela de Territorio Insurgente Camino Andado) crece. La escritora y docente Hebe Uhart conoció la experiencia y en 2018, poco antes de morir, donó un premio en dólares que permitió comprar la casa que está en frente y que funcionará como anexo.

En contraste, Silvia recuerda que en 2004 cuando llegó al barrio para trabajar en el centro de salud “no había nada de nada”. Esa carencia absoluta estalló con la inundación de 2007. En abril de 2011 empezaron las clases en un espacio que fue, sobre todo, una herramienta de resistencia en tiempos de desalojos. Casi 12 años después hubo avances pero “siguen condiciones de vida muy indignas en el barrio”.

La ruta 34 y el ferrocarril se mantienen como límites. De este lado, existe una sola línea de colectivos para dos mil familias que se corta a la noche. No hay agua a tres cuadras de la Ética y hacia la zona rural. Tampoco se ven farmacias ni supermercados. El proyecto de una escuela primaria se presentó en 2004 y sigue en un cajón. La deserción escolar es hija de esa carencia.

Desigualdad y urbanización en marcha

  

En el relato de Ayelén asoman varias realidades paralelas. Por un lado la distinción entre “el camino correcto” que ella tomó de construcción comunitaria frente al recorrido de uno de sus siete hermanos, ligado al negocio de las drogas y la “plata fácil”. Más que una exaltación de la meritocracia, aparece como un reproche que se desprende de una dinámica familiar particular. Su sobrino fue baleado en un ataque que era para el padre.

El contexto hostil y el desigual acceso a las oportunidades también está presente en su testimonio. No hay alternativas económicas equivalentes a la oferta del narcomenudeo para los jóvenes. ¿Cuál es el horizonte cuando un barrio privado consigue de inmediato la conexión de agua y a una cuadra de distancia ese “avance” se demora por décadas?

La ausencia de un Estado mediador y presente también aparece cuando la joven de 29 años cuenta cómo enfrentó su familia los intentos de usurpación: “En los barrios populares vos tenés que defender lo tuyo”.

Aunque con otra intensidad, la violencia continúa. Hace dos meses balearon a un chico en la “Canchita de alambre” y en septiembre de 2021 hubo un feroz ataque de 70 balazos (30 quedaron en el cuerpo del joven de 23 años asesinado). Todo a cuadras de la casa de Ayelén, que describe la "pérdida de códigos" de los grupos criminales. El problema no es tanto la compra/venta de la sustancia sino la disputa cada vez más marginal por un botín no regulado.

Ella habla de “pelear sin miedo” contra ese fenómeno. Pero sería clave que “los de arriba” entiendan cómo viven los de abajo. Aunque más que reclamar a las autoridades, sostiene la importancia de organizarse por lo que falta. Son los vecinos y militantes quienes realizan el seguimiento de las obras de agua potable ya licitadas, por ejemplo.

Llama la atención que esos trabajos en la parte "ya existente" del barrio, demorados por décadas, fueron cotizados el año pasado en 35 millones de pesos, apenas el 0,07% del presupuesto municipal o el 0,006% del provincial. El detalle fue anticipado por Ciudad Futura en el marco de un plan para 60 mil personas que incluye las 500 hectáreas de la zona rural.

Junto con el agua se viene la construcción de la “Canchita de Servellera", la red de cloacas y la Escuela y Plaza Ética, entre otras intervenciones anunciadas por la Municipalidad, junto a la provincia y Nación.

“Después de 17 años de lucha estamos aprendiendo cómo urbanizar un barrio y mi idea es contagiar eso a otros barrios”, dice Ayelén. Está convencida que la construcción de otra ciudad, la salida a la Rosario fragmentada y violenta, debe ser comunitaria, compartida y sostenida.

Sobre el podcast

 

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