¿Cómo será un torneo entero sin tribunas? Sin gente en realidad. ¿Cómo se comportarán los delanteros temerosos que cuando levantan la vista parecen cerrar los ojos en un mano a mano en el que es más fácil acertar que fallar? ¿Y aquellos atacantes que se alimentan del bullicio para, ocasionalmente, maquillar sus precarias capacidades? ¿Seguirán simulando en el área? No habrá estruendo más que el griterío de un puñado de suplentes e integrantes del cuerpo técnico.

¿Los zagueros centrales locales irán al piso con la misma voracidad con la que lo hacen arropados por sus fieles desde los cuatro costados para que al árbitro ni se le ocurra sancionarlos? ¿Treparán sin prejuicios los laterales o quedarán estaqueados al grito de ¡“quedate!”.

¿Los técnicos desnudarán sus principios o preferirán el susurro para desplegar el manual de las estrategias sólo en el vestuario? Sin público se escucha todo, no hay forma de disimularlo.

¿Y los jueces? ¿Podrán sacarse la mochila de la localía para ser ecuánimes? 

En un contexto diferente, sólo con pequeñas muestras anteriores de partidos de canchas vacías por escenarios sancionados, el fútbol argentino arrancará el próximo viernes después de más de 7 meses.

Habrá planteles diezmados, o en todo caso muy juveniles, ¿se agigantarán las diferencias entre los ricos y los pobres? Sin descensos, ¿existirá verdadera competencia? 

Las dirigencias también jugarán sus torneos en contextos diferentes. No habrá pedidos de explicaciones hacia el palco oficial en caso de ser necesarios. Podrán ir a la cancha tranquilos. Las derrotas no serán tan dolorosas, el castigo por una mala campaña, inexistente. Aunque la genética de la mayoría de los directivos se mantiene imperturbable: ni clásicos quieren jugar para no arriesgar. No vaya a ser cosa que alguna butaca se exaspere. Todo sea por mantener el orden y las buenas costumbres de quienes apuestan a igualar para abajo en vez de apuntar lo más alto posible.

Los 12 primeros se clasificarán para seguir compitiendo. Y los 12 peores, también. El perdedor de la final, o sea el mejor de todos menos uno, jugará un partido con el ganador de la ronda de perdedores (los 12 peores) por un lugar en la Copa Sudamericana 2022. ¿Y los 10 que fueron mejores que el menos peor de los perdedores no juegan por nada?

Se responde que es para darles oportunidades a todos, pero se desatiende groseramente la competencia. ¿Cómo es que un equipo que fue decimotercero (en el mejor de los casos) puede acceder a una copa internacional y otro que quedó tercero o cuarto no tiene ninguna posibilidad?

Por la lógica de los resultados, la ronda de ganadores va a ser mucho más exigente que la de perdedores. Pero llegará un punto, cuando se juegue por un lugar en la Sudamericana 2022 en el que un perdedor tendrá la misma chance que un ganador. Injusto por donde se lo analice.

Cuando acertadamente los dirigentes decidieron corregir el horror de un torneo de 30 equipos que pergeñó Grondona, tan romántico como disparatado, se especuló que para esta época ya se estaría cerca de achicar esa cifra a 22, ahora se proyectan 28 equipos para 2023.

También es cierto que desde la muerte de don Julio en 2014 no apareció un solo dirigente que anteponga el bien común al de su club. Mientras eso no suceda, el temporal seguirá azotando.

Otro punto. ¿Por qué bajó tanto la cotización de los futbolistas argentinos comparada, por ejemplo, con los montos en los que se transfieren los jugadores brasileños a Europa? La respuesta más fácil es echarle la culpa a la pandemia y al dólar, que en realidad inciden, pero no son los únicos motivos.

¿Alguien podría atreverse a comparar el Brasileirao, que es siempre igual, con el enchastre que se juega acá?

Aquí no hay previsibilidad, todos los años se inventa un torneo diferente, todo el tiempo se modifican las reglas de juego.

El fútbol argentino no es serio afuera de la cancha. Y pierde cotización a cada paso.