Teatro lleno. Kevin Johnasen tocando anoche canciones hermosas casi a solas en el escenario (él tan feliz entre las orquestas). “Qué lindo es soñar, soñar no cuesta nada. Soñar y nada más. Con los ojos abiertos. Qué lindo es soñar y no me cuesta nada más que eso”.

En ese trance confortable un grupete de mujeres saltaban de la platea al escenario para bailar canciones auto referenciales (La Cumbiera intelectual). Aplausos, afectos, un músico susurrante y calmo en medio del volcán que a veces resulta la calle. Cómo se hace para andar en medio de tanta guerra alrededor, ajenos a ese mundo: Serenos y en Paz?

Podemos prescindir del espíritu bélico que nos impone el riguroso sumario de noticias del día? Podemos presentar batalla a los líos justamente no dándola? A lo Gandhi. Escuchando canciones hermosas y bailoteando danzas torpes pero nuestras.

El país vive en Guerra. Antes, durante y después. Es la palabra que mejor define los momentos. Guerra; en un tobogán de crisis nos trenzamos sin asco. Imaginate, se hunde el Titanic, la gente a los botes o a las trompadas por subirse a ellos, y unos cuantos dementes masacrándose con sus bandos para ver quien ocupa la cabina de comandos, el sillón del Capitán.

Pobreza creciente, inflación sin fin, heladeras vacías, jóvenes planeando sus futuros lejos del lugar donde nacieron y planes que cambian a diario porque nadie sabe qué hacer y cómo hacerlo. Conviene hacer piquete antes que trabajar y vender drogas antes que ir al piquete. Un esquema duro y perverso para el que espera respuesta del candidato.

Guerra. La fuerte acusación del Fiscal de la Causa Vialidad, Diego Luciani, obtuvo como defensa a la militancia en la calle y no estrategias jurídicas de los abogados de la acusada. No fueron los argumentos técnicos de Dalbón, Parrilli o Zaffaroni los que se escucharon, sino el estruendoso rugir de una multitud que copó el barrio de los siete mil dólares el metro cuadrado; Recoleta. El lugar donde vive Cristina.

Existe la sensación de que esto no se arregla. Que no habrá puentes, acuerdos o consensos. Ni moderación para intervenir un ovillo enredado con fuego. Si es una guerra hay que imponerse sobre el enemigo y todos parecen dedicados a eso. Alberto Fernández, el Presidente argentino, intenta que el tiempo sea veloz hasta el fin de mandato. Que diciembre 2023 sea ya, aunque el final de su gestión lo viva de esa manera hoy, como un final estiradísimo. Incómodo, desajustado y torpe.

La esperanza del encuentro con “el amigo Horacio” (por Rodríguez Larreta, entre otros) se esfumó con el ejercito del descontento y la resistencia pateando la calle. Ni amigos, ni perdón. Horacio quiere orden y respeto y mandó a cercar la esquina de Cristina. La política no piensa en la pobreza, en las soluciones a los problemas reales. Solo se apasiona cuando pelea poder: quien gobernará en medio de ese incendio. Con las llamas en el escritorio.

Las imágenes de la pueblada en la Plaza Vicente López y Planes entre la provocación y la respuesta de lo que la militancia cree injusto y tramposo (lawfare) definen el mambo argentino. El Kirchnerismo odia Recoleta y a sus habitantes. Fueron a gritarle a ellos “si la tocan a Cristina que quilombo se va armar”, el barrio donde su líder y su marido decidieron vivir cuando Cristina era senadora y Néstor el Gobernador de Santa Cruz.

Las miradas, registradas por la crónica, de muchos que pudieron cruzarla físicamente son de empatía y dolor. La observan emocionados como la esperanza en la eterna pelea por el bienestar. Ella es Vicepresidenta en ejercicio del Gobierno que hoy Gobierna. No está detenida ni destituida. Está en cumplimiento efectivo de sus acciones de Gobierno. No es mañana, ni siquiera el 2023, debería ser hoy, ahora.

Pienso en las mujeres bailando con Kevin Johansen en el escenario del Teatro Astengo, en sus estrofas delirantes. Una tregua a la batalla o un ejército distinto? Desertores o ilusionistas?

La provocación militante, ir a mear Recoleta. Perfumar el barrio con la brasa y el choripán. Con fuegos de artificio desatar una nueva batalla. Sin jueces, ni testigos, en un país donde las instituciones parecen ser parte de una farsa peligrosa.