El jueves de la semana pasada los rumores sobre la renuncia de Jorge Lagna al MInisterio de Seguridad resonaban en ámbitos políticos y periodísticos. Omar Perotti guardaba silencio. Pero desde la cúpula del Ejecutivo se negaba la especie: “Lagna sigue y está instalado en Rosario”, fue la respuesta de una altísima fuente del gobierno provincial ante la consulta de Rosario3 aquel día. 

La ola de crímenes seguía en ascenso, al punto que ese día se produjo el homicidio 170 del año en Rosario. Ya se contaban 500 heridos de bala. Ya habían matado a Claudia, la mujer que fue a acompañar a su hija –Virginia, la bailarina que continúa internada– a tomar el colectivo en zona sur, a Lucas –el chico de 13 años que jugaba en las inferiores de Central– y a Zoe –la adolescente de 15 años que buscaba ganarse la vida con una granja que puso junto a su novio y estudiaba en el Normal 3–, por mencionar algunos casos de alto impacto. Agosto llevaba más asesinatos que días.

Pero Lagna seguía en su cargo, había sido ratificado. Tanto que el fin de semana, cuando se produjo otro homicidio resonante –el de Esteban Cuenca, un joven de 30 años baleado mientras realizaba una actividad solidaria–, se puso a trabajar en la presentación que iba a hacer este miércoles en la Legislatura, donde tenía cita para ser interrogado por los diputados. 

¿Qué cambió para que Perotti decidiera, finalmente, despedir al ministro? El gobernador lo minimizó este miércoles tras poner en funciones al nuevo ministro, el comisario retirado Rubén Rimoldi. Pero fueron las pintadas en varios edificios públicos, la evidencia de que cualquiera puede hacer cualquier cosa, que las calles de la ciudad se convirtieron en tierra de nadie.

¿Hacía falta que ocurriera algo como lo del lunes a la noche para corroborar la existencia de deficiencias en los patrullajes, complicidades con el delito, vista gorda, zonas liberadas? ¿No pasó lo mismo, por ejemplo, cuando el 3 de septiembre de 2021 un hombre en moto baleó el Sindicato de Empleado de Comercio de Corrientes al 400 y luego recorrió tranquilamente gran parte del centro de la ciudad y hasta respetó, según se ve en los videos, hasta los semáforos en rojo? 

Llama la atención que la reacción del poder político sobre la necesidad de un cambio de rumbo recién se produzca ahora. Que haya esperado a que las pintadas, que por su consigna principal –”Plomo y humo, el negocio de matar”– seguramente generaron empatía en una importante proporción de rosarinos que atraviesan estos días entre la asfixia y el miedo, hicieran visible algo evidente que ayer se reproducía en las redes sociales: cómo puede combatir a las mafias alguien que no consigue evitar que le pinten la casa.

Lagna no esperaba ser despedido ayer, probablemente porque ya había sobrevivido a otras crisis. Este martes, cuando Perotti lo llamó a la sede de Gobernación en Rosario, ya estaba en Santa Fe, para el informe de este mismo miércoles en la Legislatura. Uno de los temas fundamentales que sabía que iba a tener que afrontar son los cuestionamientos por la subejecución presupuestaria que según la oposición es escandalosa. Por lo bajo, él mismo se quejaba por como el ministro de Hacienda, Walter Agosto, regulaba la canilla de fondos hacia su cartera.

Giro conceptual

 

Lo cierto es que Lagna ya fue. Y si bien hay que dejar correr un tiempo para corroborar cuál es el rumbo que marca el nuevo ministro, a priori su elección parece marcar un cambio rotundo de la mirada de la administración Perotti sobre cómo manejar a la cuestionada policía santafesina, si se tiene en cuenta que su primer responsable del área de Seguridad fue Marcelo Sain, un convencido de que la fuerza necesita ser conducida con rigor desde la política. 

Es la primera vez que un hombre que proviene de la Santafesina está al mando de la cartera que la debe conducir políticamente. En Casilda, donde fue jefe de Policía y secretario de Seguridad municipal, Rimoldi tiene fama de ser un policía duro, de estilo "prepotente". 

Un jefe de los de antes, dicen desde esa localidad, donde se retiró de la fuerza en 2008, disconforme con cambios en la estructura policial que había implementado el ex gobernador Jorge Obeid y continuó Hermes Binner.

La oposición –off the record también algunos dirigentes del PJ– salió rápido a cuestionarlo. “Se ha perdido la conducción política de la policía”, criticó el diputado provincial socialista Joaquín Blanco. “Todo el poder a la Santafesina SA. Un retroceso en relación al concepto de seguridad democrática”, expresó, por su parte, el también legislador provincial Carlos del Frade.

Fuera de micrófono, otras fuentes opositoras interpretaban que la llegada de Rimoldi marca la decisión del gobierno provincial de pactar con la policía para que, a su vez, la policía “pacte con la calle”, y así bajar el nivel de violencia urbana, una receta que no sería novedosa en la provincia de Santa Fe.

El tema es que la realidad del delito hoy es muy otra a la de aquellas épocas. Con los jefes de las bandas presos, quienes protagonizan las guerras por el negocio de narcomenudeo que se libran en las zonas más peligrosas de la ciudad la lideran chicos cada vez más jóvenes y marginales que se manejan en contacto con la cárcel. Esta situación produce una atomización de la violencia, lo que a su vez complica su abordaje desde el Estado, que falla además en un aspecto clave: la contención social y la apertura de oportunidades para que los chicos no crean que la venta de drogas o el sicariato es su único camino posible.

“Hay mucha irresponsabilidad, mucha improvisación. Esto es un experimento a cielo abierto”, sostienen desde la oposición. Aunque la velocidad con que se anunció que Rimoldi iba a ser el sucesor de Lagna lleva a otra conclusión: el ex jefe policial, que trabajaba bajo las órdenes del ministro de Gestión Pública, Marcos Corach, se venía preparando para cumplir la misión que le toca ahora. De hecho, revelaron fuentes gubernamentales, hace varios meses que viene recorriendo la provincia. 

Otra pregunta queda flotando: ¿el ministro de Seguridad no debería ser alguien de Rosario, que conozca los rincones y el complejo entramado social de la ciudad que padece la lluvia de plomo que denunciaron las pintadas? 

Perotti probó con un porteño –Sain– y no funcionó, probó con un venadense –Lagna– y tampoco. Ahora le toca a Rimoldi, ex policía, de Casilda, sin un currículum que a priori genere confianza de por sí. Por la provincia, por Rosario, por la posibilidad de que esta ciudad pueda volver a ser un lugar de convivencia, ojalá su accionar le dé los antecedentes que hoy le faltan.