En el fútbol el peor de los temores es el miedo a perder. Ese es uno de los mayores flagelos que sufre el clásico rosarino desde hace muchos años. Más de uno elegiría no jugarlo antes que someterse al estrés de tener que afrontar un compromiso que maneja brutalmente los humores de la gente.

Se sabe que mientras más se juegue menos se dramatizará, pero aquí es al revés. Hasta choques amistosos se evitaron para no tentar a la fortuna. Nadie lo reconocería públicamente, es más dirían exactamente lo contrario, pero muchos actores de la raya de cal para afuera se sentirían más tranquilos si se jugaran menos clásicos de los muy pocos que ya se juegan.

Es más, unos cuantos se restregaron las manos cuando se complicó la organización de este clásico por la pandemia. Y otros tantos pusieron tímidos palos en las ruedas para que no se juegue acá. Como si el objetivo fuera, con cualquier gobierno que sea, sacarse el partido de encima. Porque la organización del clásico llega hasta las máximas autoridades, aunque parezca de ficción. La película se transforma en tragicómica cuando ni siquiera hay que controlar la presencia de público. Hasta sin gente lo quieren evitar. Es muy difícil de comprender semejante impericia. Todos los clásicos se juegan, retoques más, retoques menos, en tiempo y forma. Menos este.

Esta vez la pandemia marca una coyuntura especial y por supuesto es absolutamente prioritaria, no hay margen para la discusión. Pero en 2018 no había pandemia. Y Central y Newell’s jugaron los cuartos de final de la Copa Argentina sin público en la cancha de Arsenal.



El pánico se amplifica cuando la realidad futbolística es endeble o al menos inestable, como ahora. Ambos llegan con rendimientos muy diferentes de un partido a otro, lo que transforma en una lotería cualquier diagnóstico.

¿Por qué apostar por Central y por qué no? ¿Por qué hacerlo por Newell’s y por qué no? Ninguno de los dos ofrece seguridades, son imprevisibles. Bien podría decirse que ambos padecen la sintomatología de equipos en formación con sus típicos vaivenes desconcertantes a los que habrá que agregarles el miedo a perder que se incrementa vorazmente con el paso de los minutos de juego.

¿Será Central el que jugó frente a San Lorenzo o el que enfrentó a Estudiantes? ¿Tendrá Newell’s mayores ambiciones ofensivas que las que ofreció hasta aquí el ciclo Burgos?

En el rubro anímico la Copa Sudamericana le acomodó la cabeza a Central y se la desacomodó un poco más a Newell’s que pasó de un invicto de 5 partidos a 2 derrotas consecutivas.



Desde lo futbolístico, los partidos de la Sudamericana no sirven mucho como proyección, ambos usaron equipos alternativos, o en el mejor de los casos muy mixtos.

Analizar esos partidos desde la estrategia futbolística probablemente llevaría a un error porque muchos de los actores serán distintos. Al menos la mitad de quienes jugaron para Newell’s y Central por la Sudamericana no estarán desde el arranque en el clásico.

No parece ser el partido ideal para suponer mejorías sustanciales en la calidad del juego, pero alguna contingencia podría obligarlos a cambiar el chip . Algún gol tempranero quizás.

Lo bueno de los análisis previos es que son sólo eso, preliminares. Y que el fútbol sigue siendo, por momentos, la dinámica de lo impensado.

Ojalá que el clásico esté a su altura. Es el acontecimiento cultural más importante de la ciudad. Se lo necesita sano, pero hay que curarlo. Y para ello se necesita de todas las partes.