Las lágrimas todavía salpican las teclas. Es imposible no seguir emocionado. Despojarse de un sentimiento tan fuerte como ganar un Mundial de fútbol es imposible.

Al Checho Batista le tiembla el pulso y Nery Pumpido apenas puede sostenerla. Ellos llevaron la copa al centro de la cancha para que la reciba Leo. Allí debió estar Diego para que la historia fuera completa. Para que el traspaso se produjera en la vida real. 

Pero Diego estuvo presente en la atajada de Dibu sobre el final de los 120 más que en el penal atajado a Koman. Y en el remate desviado de Tchouameni, que le había hecho un golazo a Inglaterra desde afuera del área.

Pasaron 36 años, casi la mitad de una vida convencional, para que muchos argentinos conozcan el sentimiento inexplicable de ser campeón del mundo.

En un país atribulado por su resquebrajamiento social, una alegría semejante no es la sanación, pero ayuda para calmar el dolor de un pueblo sometido por una grieta impúdica que sólo daña.

Argentina ganó la final un montón de veces antes de ganarla. Lo tenía 2 a 0, se lo empataron en un suspiro, lo tenía 3 a 2 y apareció un codo en el área. Tres veces hubo que sufrirlo a Mbappé. Y una más en la definición por penales. Pero no le fue suficiente.

Argentina, que no pudo cerrarlo en los 90 ni en los 120, fue implacable en los penales. Cuatro de cuatro. No hacía falta llegar a los penales, no era justo, pero si no se sufre no vale.

Tierra de Diego y Lionel, y de los pibes de Malvinas que jamás serán olvidados aunque algunos hijos de puta todavía intenten ponerlos abajo de la alfombra. 

Argentina es tricampeona mundial. La camiseta del Mundial ya quedó vieja. Ahora hay que bordar la tercera estrella, la que forjó Messi que al final pudo ponerle el broche de oro a su carrera. No es un juicio de valor, es la propia expresión de su deseo.

Treinta y seis años después Argentina pudo exorcizar la era post Maradona. A Brasil le había llevado 24 años cruzar la línea de Pelé. Ojalá que a Argentina no le cueste nada equiparar la etapa Messi, aunque será una ardua tarea.

Messi levanta la copa y las lágrimas vuelven a estallar.

A Diego, en el cielo, lo podemos ver. 

Fue el primer Mundial sin Maradona en las tribunas. Y el último de Leo en la cancha.

Que la transición sea lo más corta posible. Al fin y al cabo el fútbol demostró una vez más que es el principal motivo de orgullo de este país.

No es verdad que sea sólo fútbol. El fútbol no es solamente fútbol, es la Argentina misma.