Semana ring side. Dos púgiles se equivocan de rival. (¿Existe un rival adecuado?). Dos piñas a un extraño e inocente jovencito. “No me gusta tu cara, tu jovialidad, tu tono de voz, lo que sea”. El agredido se escapa, los golpeadores inflan el pecho. En su vida de batallas cotidianas sienten que ganaron una vez más. ¿Los reyes y dueños de la esquina? ¿Los campeones de “la puerta del boliche”? Pero no. A las pocas horas un ejército de funcionarios de diversas jerarquías y (en este caso) un disciplinado plantel policial salen a buscarlos por salvajes.

¿Hay jerarquías para el maltrato y la violencia? En la ciudad donde el narco crimen siembra muertos en barrios enteros el sistema judicial salió a la “caza” de los “salvajes agresores” (así los bautizó la crónica periodística, salvaje y brutal) que golpearon y lesionaron a Tizziano Gravier (no es dato menor, el hijo de una familia con una agenda cargada de contactos) una de las tantas víctimas de las piñas de la calle. Mandíbula fracturada, miedo, atenciones médicas, un calendario de obligaciones modificadas por la internación y el reposo. Sin duda, lo diría un texto obvio de una película de clase B: los agresores se habían metido con la persona equivocada

Historia rara pero habitual. La mirada agrietada los expuso en ambos extremos que bien definió Damián Schwarzstein en su texto en Rosario3, pero que además son parte de esta misma olla. 

Y en ese lodo cocinero se prepara un alimento peligroso. Al que golpea y al golpeado. Una simbiosis interminable de como ese plato cotidiano de la sociedad barrabrava termina construyendo un slogan repetido: en toda selva mandará el más fuerte.

Y no hablamos de muertos o asesinados. Los heridos por la violencia urbana son incontables. Fracturados por las piñas, los golpes, los robos ya ni siquiera denuncian la agresión. Hemos aceptado con resignación lamernos las heridas en soledad. Nadie busca a los ladrones de celulares, ni al que pega una piña en un boliche por cualquier cosa. Son episodios aceptados porque claro: en esta ciudad nadie busca a nadie. 

Cada lector tendrá un ejemplo del brazo cruzado de la justicia. Funcionarios escondidos en la pereza o rehenes de la orga parapolicial que nada hace si no les conviene. La lista de la impunidad es larguísima. Una marca que le queda al cuerpo judicial donde claro siempre la culpa será del otro. 

La política anda en lo suyo. Las peleas habituales por la disputa del poder organiza la agenda. Cuanto conviene o no mover los hilos para resolver los problemas. La obsesiva búsqueda del sillón del poder los transforma en ese ser espantoso que Tolkien bautizó Gollum en El Señor de los anillos. Adicto al “anillo del poder” un cándido hobbit se transforma en un ser horripilante y arrastrado babeante por esa sensación que le entregaba el anillo. 

Lo peor de la herencia de la cultura narcocriminal fue la impunidad. Muchos de los muertos no tienen a sus asesinos presos. Aunque es justo reconocer que en este tiempo hemos visto avances contra esos antecedentes. 

¿Será el caso Tiziano un emblema de cambio? ¿La piña y fractura que pondrá la vara alta para la condena de delitos en Rosario? ¿Si por una piña (con fractura, dato no menor) le corresponde pasar los 90 días de estudio judicial detenido, para delitos de más envergadura la dureza judicial será mayor?

Hace ya un par de años, tiempos de prepandemia, en ese mismo boliche, un ejército de patovicas (miembros del equipo de seguridad) encerraron en un cuartito oscuro a un grupo de “Tinchos” que había intentado ingresar sin entradas. Los pibes “hijos de” enfilados frente a los musculosos tuvieron que aceptar en silencio golpes, cachetadas y aprietes. Heridos y asustados salieron del lugar dispuestos a contarlo todo. A pesar de ser hijos de padres de renombre social solo uno presentó la denuncia que debió levantarla por un “prudente acuerdo” con el responsable de la acción, un empresario temido en el mundo de la nocturnidad. Claro, en toda selva mandará el más fuerte. . 

Piñas van, piñas vienen. Bocas con sangre de morder tanto adoquín y sus polvos. La desigualdad, el hambre, la injusticia, los privilegios, el maltrato institucional, la corrupción, enredados en el paso del tiempo conforman el combo perfecto para la olla donde se cocina la violencia de este tiempo. 

Funcionarios jubilados cobrando cien veces más que el 70% de los pasivos argentinos, un Presidente que viola sus propias normas paga multa millonaria porque hace lo que quiere y además tiene el “bolsillo cargado”. Mundo amoral sin ejemplos. Verás que todo es mentira y que violencia también es mentir. Los problemas siguen y siguen. Marchas de la bronca por doquier. Enojo, ira, leones políticos buscando las tripas de la casta. 

Y en ese barco roto que es la Argentina no es extraño que muchos busquen una mandíbula para romper.