Brenda y Josefina (o como realmente se llamen) son dos hermanas de 9 y 13 años que viven en el centro de la ciudad. Pertenecen a una familia de clase media, van a un colegio particular de esa misma escala social, tienen buena conexión a internet en su casa, son hijas de una pareja de profesionales, y socias de uno de lo. clubes de la zona. Como al resto, sus vidas cambiaron con la pandemia y debieron adaptarse a los nuevos tiempos y protocolos.

De un día para el otro empezaron a usar alcohol en gel para frotar sus manos y en sus mochilas incorporaron envases para ese tamaño. Lo usan cuando salen y es tan común como llevar el teléfono celular o la billetera. Lo mismo sucedió con los barbijos y tapabocas. Buscaron modelos, colores y estampas que les combinaran con la ropa que elegían. Además se sanitizaban con alcohol diluido en agua y lo convirtieron en un hábito cada vez que ingresaban a su casa, algo tan común como limpiarse las zapatillas en la alfombra de pie. Todas esas acciones se convirtieron en una costumbre que hoy mantienen inalterable.

El primer gran impacto fue la cuarentena inicial que las guardó por mucho tiempo. Conocieron los videos de María Martínez (una trainner española que multiplicó sus seguidores en la web durante el confinamiento) y los ejercicios frente al monitor se convirtieron en una rutina familiar a la tardecita. Las clases pasaron a ser virtuales. El Classroom fue el organizador de las tareas escolares. Se descargaron Zoom y Meet en las computadoras y teléfonos que había en la casa. Y esas aplicaciones fueron también las que les permitieron seguir en contacto con sus amistades.

Josefina, la más grande, aprendió a cocinar tortas y postres, y hasta tomó clases de maquillaje vía Instagram. Brenda, la más chica, llenó carpetas con dibujos y pinturas. Hoy quiere seguir un taller de arte.

Los festejos de cumpleaños se mudaron frente a la pantalla con encuentros virtuales con familiares y seres queridos. Se divirtieron haciendo memes, compartiendo canciones, inventaron historias y recordaron momentos de no mucho tiempo atrás cuando estuvieron juntas por última vez. 

La relación con los abuelos fue la más compleja de encausar y más cuando volvieron a verse después de varios meses de encierro y quisieron abrazarse. Fueron conscientes de que la distancia era la mejor manera de demostrar el amor que sentían por los más viejitos de la familia.

La vuelta a las salidas al local de comidas rápidas más famoso, los encuentros con las mejores amigas y el regreso a la actividad deportiva fueron de a poco. Los saludos con el codo, las reuniones al aire libre, evitar el contacto físico y la cercanía fueron un desafío para ellas. Igualmente disfrutaron a pleno esos momentos.

Con la llegada del verano entendieron que irse de vacaciones era un riesgo para la familia. Si bien añoraron el mar, se organizaron para ir día por medio a la pileta del club y el resto de los días a buscar la mejor manera de pasarla bien. Así se volvieron cotidianos los juegos y salidas compartidos con la familia, el jugar con agua en el balcón, elegir una serie en Netflix, o hacer largas charlas y caminatas con papá o mamá aprovechando que no trabajaban.

El barbijo, el alcohol en gel, Zoom o Meet, y la distancia fueron incorporándose y se quedaron en sus rutinas. Hoy tienen ganas de volver al colegio en forma presencial, mucho más para reencontrarse con sus compañeros y compañeras. Pero saben que los cuidados que fueron incorporando con el paso del tiempo redujeron los riesgos de contagios. Tuvieron la suerte de no contagiarse. Pero cambiaron algunos hábitos. Están tan naturalizados como cuando aprendieron a cepillarse los dientes, hacer la tarea y acomodar sus cuartos una vez al día.

Esta historia seguramente puede ser muy parecida, o no, a otras. Las conductas de los jóvenes y adultos son muy importantes para con los más chicos y cómo pueden normalizar los nuevos desafíos y cambios que plantea una pandemia. Después también podrán aprender de ellos.