Buenos Aires, 19 de diciembre de 2001. En medio del humo, de la nebulosa, de los gases, un cuerpo llega al equilibrio perfecto. El hombre se afirma sobre su pierna izquierda, mientras extiende la derecha hacia atrás y el tronco hacia adelante. Suelta la mano derecha y lanza la piedra con toda su fuerza. El brazo sigue su viaje hacia el costado opuesto, en un swing parecido al de un golpe de tenis. 

El tipo tiene zapatillas deportivas y bermudas. Está en cueros, con la remera se tapa la nariz y la boca. Diagonal Norte parece tapizada de basura, escombros, restos de madera quemada. Más atrás queda aún alguna llama difusa, tanto como las personas que parecen mirar hacia el Obelisco. Se ven cansadas. 

Pero él no, él está activo, enérgico. Sigue en la batalla, y sus ojos se clavan en la trayectoria del proyectil que viaja. Por delante están los policías, y más allá, bastante más allá, la Catedral, la plaza de Mayo.

No importa lo poco sofisticado del proyectil. La piedra, las piedras, dan en el blanco. Pegan en el frente de la Casa Rosada, al que no llegan a dañar, pero la onda expansiva se transmite hacia adentro y expulsa a un presidente en helicóptero.

En una nota por los 20 años de diciembre de 2001, Enrique García Medina, el reportero gráfico que tomó la foto, opinó que la imagen se convirtió en ícono porque retrata y resume el clima de esos días de estallido social, cuando "la gente salió a la calle como lo hace el agua cuando hierve en una olla".

Está claro lo que decían aquellas piedras.

Después de la foto

Aquella crisis sistémica, esa ruptura de un orden democrático resuelta con las propias herramientas de la democracia –este es un capital, una sabiduría adquirida–, abrió la puerta al nacimiento de un nuevo ciclo de representación que en una primera etapa, con la presidencia de Néstor Kirchner como eje, relegitimó la política. 

Desde ese lugar se configuró una suerte de nuevo bipartidismo entre el kirchnerismo y el macrismo, que con el paso de los años, los malos gobiernos y el desgaste de sus actores fundacionales –Cristina y Macri– derivó en el bicoalicionismo de hoy: el Frente de Todos vs. Juntos por el Cambio. Este esquema, justo cuando quien fue el jefe de Gabinete de Néstor Kirchner es presidente, es el que hoy languidece, luce agotado. 

La política vuelve a estar en cuestión –ahora bajo la acusación de ser una “casta”, terminología de la que astutamente se apropió Javier Milei– porque no da respuestas, se habla a sí misma. Pone el foco en resolver sus propias tensiones –”El tema favorito del Frente de Todos es el Frente de Todos y el tema favorito de Juntos es Juntos”, dice un artículo de Pablo Touzón y Federico Zapata en Panamá Revista–, y no aporta soluciones a las tensiones que atraviesan a una sociedad que se empobrece, se violenta, vive cada día un poco peor.

No, no estamos en 2001. Pero no es extraño que en el marco actual vuelvan a aparecer las noticias, las fotos, los videos sobre piedras.

Piedras de ayer y hoy

Buenos Aires, 10 de marzo de 2022. En los alrededores del Congreso una marcha repudia lo que está por pasar adentro: la Cámara de Diputados se apresta a dar media sanción un acuerdo con el FMI. 

Como no hay vallas ni policías, esta vez la piedra, las piedras, sí dañan un frente: perforan los vidrios del despacho de la vicepresidenta y, según se ve en un video que ella misma nos muestra, rompen un cuadro de Maradona, y terminan sobre dos libros, uno con la foto de Perón y el otro con la de Evita en sus tapas. 

No hay aquí un batallador anónimo, sino un grupo que, según se puede ver en las imágenes captadas por las cámaras de los alrededores del Congreso, está organizado, tiene banderas, usa gomeras e incluso arroja bombas de pintura para marcar el objetivo a apedrear. 

“Inmensa pena”, dice en su video Cristina Kirchner. Y su adversario político, Mauricio Macri, la cuestiona porque en su momento no repudió las piedras que, unos años antes, llovieron contra el Congreso, por parte de una movilización contra las reformas laboral y previsional que impulsaba el gobierno de Cambiemos y de la que participaron militantes kirchneristas. 

Pero Cristina entiende que hay piedras y piedras. No le reprocha al “reducido grupo” que se desprendió de una “movilización masiva” el uso de proyectiles, sino que lo hiciera contra ella, que es –lo dice textualmente en el video– “quien hizo frente a los Fondos Buitre, quien mantuvo fuera del país al Fondo Monetario Internacional cumpliendo el legado de Néstor Kirchner y que además, con su decisión, construyó el Frente de Todos que permitió derrotar a Mauricio Macri”. Y, en medio de su pelea con Alberto Fernández, abre incluso la sospecha de que en realidad, el ataque fue planificado desde algún espacio del propio poder. 

La vicepresidenta entiende que éstas no son las piedras de 2001, tampoco las de las protestas antimacristas de 2017. Si hay que tirar piedras no es acá, dice el subtexto.

Piedras y piedritas

La piedra es el malestar subterráneo –a veces más genuino, a veces más operado, pero siempre montado sobre hechos que producen disgusto a sectores más o menos importantes– que sale a la luz. El conflicto que se cristaliza en una escena pública e irrumpe en medio de la teatralización de la política. 

Acá no hay estallido, pero sí focos de incendio. Y esos focos, algunos son foquitos, se multiplican, en tanto y en cuanto el Estado fracasa como garante de derechos, incumple su rol como mediador entre intereses contrapuestos, y la autoridad se deslegitima.

La imagen de la mujer que le arroja un piedrazo a un colectivo en Rosario no tiene el valor histórico de la foto que tomó Enrique García Medina. Pero existe, es parte de un presente complejo. A otra escala, también habla de descomposición social y vale la pena intentar descifrar lo que dice, que no es solo una expresión aislada de bronca por las deficiencias del sistema de transporte urbano. Impresionó, por caso, ver en las redes sociales la cantidad de personas que apoyaban la actitud de la mujer, más propia de las historias reflejadas en la película Relatos salvajes que de los testimonios, en algunos casos épicos, de las movilizaciones de 2001.

La lógica de las piedras

La política suele tomar nota cuando los “elementos contundentes” golpean sus puertas, entran a sus despachos, impactan en los autos oficiales. Y es porque no se hace cargo, no quiere ver, el conflicto que incuba su propia indiferencia. Si no hay escucha, si no hay respuesta de las personas que nos deben representar y defender nuestros intereses, si se vislumbra distancia y sordera, se abre paso la lógica de las piedras.

La piedra, como elemento de la Tierra, es símbolo de lo perdurable. Está ahí, siempre a mano. Por eso aparece en los momentos más conflictivos de la historia política. El ser humano pasa, la piedra queda. Como las palabras y las fotos –ahora también los videos– que construyen la memoria.