La relación de fuerzas entre los dirigentes y los futbolistas es tan desproporcionada que en la práctica no existe. Aquí, en Argentina, no en otros lugares de la élite del balompié (la decisión de Barcelona de desprenderse de Messi para proteger a la institución es la muestra más descarnada de ello), los jugadores suelen hacer lo que quieren y los directivos son rehenes de ese pedestal desde el que los deportistas ejercen su poder.

Para ello es decisiva la postura de la mayoría de las autoridades de las instituciones elegidas por los socios: una vez en el cargo, se dejan la camiseta puesta y no gestionan. Siguen siendo los hinchas que eran antes y a veces profundizan su fanatismo.

Todo, el poder de los futbolistas y la precariedad de los gestionadores, que en algún punto son empleadores de los que mandan, atenta contra las instituciones, cada vez más socavadas, encima, por la crisis económica que encontró un aliado impiadoso en la pandemia. 

Ejemplos sobran. Las deudas de la mayoría de las entidades de la Liga Profesional -mejor no hacer referencia al ascenso- son multimillonarias. Hay clubes que tienen atrasos post concursales que superan el rojo original. Imposible de sostener. 

Es patético ver y escuchar a los allegados en las canchas, muchos de ellos directivos. Actúan como el hincha más básico de todos y así gestionan.

Trasladan la tribuna a los escritorios a la hora de tomar decisiones, comprar jugadores y hacer respetar los estatutos. Bien podría decirse que en ocasiones los barrabravas serían mucho más aptos en el cargo que algunos representantes de los socios sólo con aplicar el sentido común.

Y eso los futbolistas lo saben. Y se toman de esas debilidades para ejercer ese poder que les da la coyuntura y la popularidad, pero que no les corresponde asumir.

¿Qué dirigente podría cuestionar una decisión de una estrella o de la figura del equipo? O acompaña, o se va. Esas son las escasas opciones que los directivos supieron conseguir por la precariedad de sus gestiones y porque la relación de fuerzas, quedó escrito, es totalmente desproporcionada. 

Es patético ver y escuchar a los allegados en las canchas, muchos de ellos directivos. Actúan como el hincha más básico de todos y así gestionan

Así sucede que hay jugadores que acorralan a sus empleadores hasta que renuncian si no cumplen con ciertos requisitos o tan sólo no hacen lo que ellos quieren que hagan.

Salvo que los resultados deportivos sean devastadores, los dirigentes siempre van a estar en desventaja con los futbolistas que, en principio, sólo tendrían que jugar lo mejor posible para el equipo y cobrar su salario en tiempo y forma.

Pero nunca sucede así porque tienen la sartén por el mango, son los actores principales del espectáculo y los generadores más importante de un negocio que mueve miles de millones.

A la desproporcionada relación de fuerzas se le agregan atrasos en los pagos, incumplimientos en las primas y todo tipo de promesas que quedan en eso.

Justamente por actuar como hinchas y no como gestionadores, muchas veces, la mayoría, los directivos contratan futbolistas por cifras que todas las partes saben de antemano que no se van a poder pagar. Y ese vínculo, que puede tener beneficio deportivo o no, atenta contra las tesorerías cada vez más acotadas y deterioradas. Es decir, perjudica a las instituciones.

En el revuelo, en la escala de valores subvertida, los resultados, no ya los deportivos, son devastadores: los clubes, o la mayoría de ellos, agonizan hasta que aparece un Mesías, de un lado o del otro de la raya de cal y entonces el círculo vicioso empieza a desarrollarse otra vez hasta que su fracaso obligue a empezarlo de nuevo.