Luego de una temporada de impacto y buena acogida popular, el predicador pudo observar un paulatino alejamiento de la gente, hasta quedarse casi solo. En esa instancia se le acercó un amigo y, con mucha delicadeza y con solidaria sinceridad le preguntó a quién quería convencer ahora; porque el tono y el énfasis de sus prédicas tenían el mismo entusiasmo que al comienzo. A lo que el predicador respondió: “Yo no quiero convencer a nadie, lo único que pretendo es que no me convenzan a mí”.

Hay gente resignada y hay gente convencida. El que se resigna tal vez se cansó y bajó los brazos, después de un empeño respetable; y termina “naturalizando” hasta lo más inaceptable. Su ánimo se va deteriorando y se le achica el “horizonte” en el traqueteo de lo cotidiano.

El convencido, en cambio, no afloja el tranco y se anima más cuanto mayor es el desafío. Puede atravesar los tiempos incalculables, aunque necesarios, para seguir en camino y, si es posible, ir también alcanzando metas parciales o logros momentáneos. Quien está convencido de una propuesta alternativa, que muchas veces pinta sueños o huele a quimera, no baja los brazos ni se resigna, aunque tenga “que remar contra corriente”.

Esa es la “gente tan necesaria” de Armando Tejada, la que se emparenta más con el torrente que con el estanque. Y también, vos y yo, necesitamos afianzar nuestras convicciones, distinguir con acierto melodías armoniosas, entre los ruidos que asustan; para seguir la búsqueda incansable de la Tierra sin mal.