La llegada del invierno señala la fiesta del sol, inty raymi. Justo cuando estamos en el punto más lejano del sol en relación con la Tierra. Lo cierto es que, a partir de este momento, el sol comienza a acercarse poco a poco para preparar el nuevo ciclo de fecundidad de la tierra. Y aquí radica el sentido esperanzado de esta celebración.

Son 5529 años que esta tradición sagrada viene caminando en “nuestras tierras” y que continua su marcha “a la sombra” de las efemérides más impactantes y publicitadas por ejemplo los 24 de junio de estos últimitos años de nuestra historia. En ese “rinconcito” del acontecer los pueblos originarios siguen honrando la vida y ofreciendo a la humanidad un mensaje más que necesario.

Esta pandemia que estamos viviendo puede ser vista también como una clara señal que nuestra madre tierra nos está dando, acerca de nuestro modo de vida, en la forma de producir, de consumir y de vivir; para ponernos a cuidar responsablemente nuestra casa común. En esto nuestros “hermanos mayores”, por su manera de relacionarse amigablemente con la naturaleza y la madre tierra, tienen mucho para enseñarnos.

El acontecimiento de la conquista (1492) señaló un punto de inflexión en todo sentido, reduciendo en pocos años a la población existente a la mínima expresión: está registrado como el mayor genocidio de la humanidad. Quedó sólo el 5% de los habitantes del abya yala (luego conocida como América Norte, centro y sur) a causa del maltrato esclavizante y las pestes que trajeron los conquistadores, para lo cual no había ni defensas ni vacunas.

Después de 500 años estos pueblos con sus culturas, de sur a norte y de norte a sur, se reencontraron y siguen caminando juntos, ofreciendo un sendero cierto de reconciliación, de paz y fraternidad. Mostrando cómo es cuidar la tierra, sentir el sol, ser parte solidaria de un todo común; nunca dueños de nada y de nadie, sólo hermanos y amigos de la vida.