“¿Dónde está tu hermano?”. Es la pregunta que aparece en los albores de la conciencia humana, cuando Dios interroga a Caín después que había matado a su hermano Abel. Desde allí inicia un recorrido inquietante y doloroso que llega hasta nuestros días, multiplicándose tristemente por los tiempos y las geografías.

Y la respuesta evasiva del asesino también fue “contagiosa”: “¿Soy, acaso, guardián de mi hermano?” Y en estos tiempos alcanza los límites y se traduce en lo que se dio en llamar “la globalización de la indiferencia”. Es un cierto “desentenderse estructural del otro”, de los otros que padecemos y alimentamos.

Es necesario volver a enfrentarnos hoy a esta pregunta y su tamaño y empezar a ensayar una respuesta alternativa, creativa y solidaria. Escuchar atentos el “clamor” de la sangre que llega al Cielo, como Dios le hizo saber a Caín y arremangarnos para que el abrazo y los esfuerzos de Paz y Justicia vayan dejando una “herencia” distinta a las futuras generaciones.

Se trata de convocar con energía e insistencia las capacidades latentes, presentes y operantes de todos los corazones y poner en juego en la historia cotidiana gestos, actitudes, actividades, deseos, pensamientos y hasta organizaciones de Paz. Sumándonos a todos los esfuerzos de héroes y hasta mártires, y organizaciones de paz que vienen trazando rumbos, también desde siempre y que han logrado, entre tantas cosas, que el mundo no haya estallado todavía.

Hace falta sentir como propia y cercana y desatar “EL AMOR QUE MUEVE EL SOL Y LAS DEMÁS ESTRELLAS”, como asevera Dante en su “Divina Comedia” (Paraíso XXIII – v. 145)