La Argentina punk atacó de nuevo. Ese país que vive con la idea de que no hay futuro entró en acto una vez más, con formato de tragedia. Porque aunque no se haya consumado, es lo que representa el intento de magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Kirchner: una tragedia.

¿Tomará ahora nota la dirigencia política de lo que viene incubando desde hace años? Si bien los primeros síntomas después del atentado fallido fueron en esa dirección, con la foto de todo el Senado nacional –donde horas antes oficialismo y oposición habían cruzado durísimas críticas en torno al operativo policial y las manifestaciones frente a la casa de Cristina–, a partir del discurso del presidente el clima de concordia volvió a naufragar frente a los que solo saben navegar las aguas de la grieta. 

Fue irresponsable Alberto Fernández al apuntar contra la oposición, la Justicia y los medios, como también Patricia Bullrich, la presidenta del PRO, que lejos de repudiar el ataque a Cristina tildó el hecho como “un acto de violencia individual”, al tiempo que cuestionó al jefe del Estado.

Otra vez el corto plazo. Otra vez la búsqueda del rédito político a cualquier costo. La demonización del otro.

No puede haber síntoma más claro de lo que nos pasa. La máxima autoridad formal de la Nación y una de las principales de la oposición, que además tiene aspiraciones de presidir la República, enfrascadas en una disputa inoportuna, una nueva apuesta a la misma polarización como método de acumulación política, mientras el país asiste conmovido a una situación límite que pone en zozobra al mismo sistema democrático que ambos dirigentes deberían defender porque son dos de sus referentes principales. 

Esa pistola que fue gatillada a centímetros del rostro de Cristina Kirchner no nació de un repollo. Hace mucho tiempo que la dirigencia política y, es cierto, también una parte importante del universo de los medios, cultivan la grieta que, a la vez, los tiene atrapados. 

Ya no saben acumular de otra forma por una razón simple: ante la falta de logros propios, solo queda señalar los fracasos del otro. Y no solo eso: si se puede, hay que meterlo preso, sacarlo de carrera.

Así, construyeron la otra grieta, la más grave: ya no es solo la división entre el peronismo y el no peronismo –o entre el macrismo y el antimacrismo–, sino también la de las dirigencias de ambos sectores con la sociedad, que mientras ve por televisión la película que ahora incluye alegatos judiciales y políticos, disputas por el control de la calle, escraches y hasta atentados fallidos, padece los síntomas inocultables de la Argentina punk: inflación, desigualdad, empobrecimiento, violencia cotidiana.

Ese es el caldo de cultivo para hechos como el de anoche. También para otros sin esa trascendencia institucional, pero que por la forma en la que condicionan la vida cotidiana de la población socavan los cimientos del sistema democrático no con una sola pistola sino con las cientos o miles que se disparan todos los días en los barrios populares. La cultura de la violencia, al fin de cuentas, es transversal.

Hay que decir que, más allá de Alberto Fernández y Patricia Bullrich –más la vergonzosa referencia de la diputada provincial Amalia Granata a un autoatentado– el grueso de la dirigencia política repudió sin medias tintas el intento de magnicidio, que, de concretarse, en el actual clima político podría haber incendiado la Argentina.

Hasta Mauricio Macri fue claro y rápido en el repudio. Algo de lo que seguramente se agarró el diputado radical Facundo Manes para sugerir una reunión, una foto, entre el ex presidente y la actual vicepresidenta como gesto de distensión. “Qué bueno y ejemplar sería, en un día como hoy, ver juntos a nuestros ex presidentes en un gesto histórico para poner un freno a la violencia”, escribió en Twitter el neurólogo.

Esa posibilidad suena lejana y naif. Pero su enunciación convoca una pregunta: ¿serán los dos dirigentes que más apostaron a la grieta, los que la generaron, las personas indicadas para desmontarla y liquidar la lógica fatal del “ellos o nosotros” expresada en estos días por Ricardo López Murphy?

La hora pide autocrítica. Replantear rumbos y estrategias. Bajar la tensión y el volumen. Unirse en las diferencias, construir acuerdos, para lo urgente que imponen las circunstancias –abroquelarse en defensa del sistema democrático– y lo imprescindible para construir futuro: plantearle al país un proyecto de desarrollo realista, sustentable y sostenible en el tiempo.

¿La oposición y ciertos medios demonizan a Cristina y el kirchnerismo y apuestan a sacar de carrera a la ex presidenta de carrera a como dé lugar? Sí, lo hicieron incluso anoche, poco después del atentado que, antes de repudiar, algunos minimizaron. ¿El oficialismo descalifica todo lo que plantea la oposición e intenta descargar en Macri la responsabilidad de todos los males del país sin hacerse cargo de lo propio? También. Si hasta en estas horas aciagas se coincide en el repudio al ataque, pero a la vez se culpa al otro de haber generado los "discursos de odio".

Acaso lo que la Argentina necesite en este marco dramático, sin espacio para mayores tensiones, sea una revolución de los moderados. Que las palomas sean palomas y se la banquen, no que pretendan ser halcones porque las encuestas, Twitter y los consultores digan que gritar da más votos que debatir.

Si la crisis siempre da una oportunidad, el repudio al ataque a Cristina puede convertirse en la posibilidad de unirse en torno a algunas banderas fundamentales, como la defensa del sistema democrático. Para salir de la Argentina inviable, de la Argentina punk, un concepto debe estar claro, tanto en lo político, como en lo social y en lo económico: un país no se hace con medio país.