El miércoles pasado el periodista José Ignacio López, quien fuera vocero presidencial de Raúl Alfonsín, fue entrevistado en TN en el prime time televisivo. Este hombre de 86 años, que en el 79 se plantó ante Jorge Rafael Videla y en una conferencia de prensa le preguntó sobre los desaparecidos, estuvo 40 minutos en el estudio. Se trata de una figura desconocida para el público joven, un moderado que no sintoniza con los discursos polarizantes que suelen poblar los programas de esa y otras señales informativas.

Su presencia fue motivo de debate en la producción del canal donde había quienes dudaban de invitarlo. Pensaban que no iba a medir, porque hay una idea que desde hace tiempo prima en el ámbito político mediático y condiciona los discursos: el público no busca apelaciones al diálogo; no quiere paz, sino guerra. Pero el segmento, según datos a los que accedió Rosario3, levantó significativamente el promedio que traía la señal, que pasó unos minutos después a ganarle a su principal competencia por los televidentes no kirchneristas, LN+, que durante ese lapso emitió un informe sobre la feroz disputa entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, luego de que se conociera el video en el que se ve a la exministra de Seguridad amenazar al jefe de Gabinete del alcalde porteño. También estuvo bastante por arriba de C5N, que monopoliza las simpatías kirchneristas. 

Sin rating, la presencia de José Ignacio López no hubiera durado casi tres cuartos de hora. Los canales de Buenos Aires son despiadados en ese aspecto: toman sus decisiones según lo que indique el minuto a minuto. El que mide sigue, el que no se va.

José Ignacio López, ex vocero de Raúl Alfonsín.

La anécdota sirve para plantear una hipótesis que no solo genera debate en las producciones televisivas sino que, más importante, pone en cuestión el método de acumulación que hasta ahora prevaleció, al menos desde lo discursivo, en los principales bloques políticos: la moderación también puede tener buen rating y darle una oportunidad a los dirigentes que pretenden encabezar la disputa electoral del año que viene.

Un nuevo "vamos por todo"

La posibilidad interpela hoy, sobre todo, a Juntos por el Cambio, que es el sector donde por distintos motivos –como el fracaso del (falso) “progresismo” albertista, la derechización de la sociedad y la empatía entre el enojo de amplios sectores y el discurso anticasta de Javier Milei– más se extremaron las posturas.

Esa especie de nuevo “vamos por todo” discursivo que ahora encarnan Mauricio Macri y Patricia Bullrich –contra las empresas estatales deficitarias, los planes sociales, cualquier atisbo de acción “progre” como podría ser la ley de humedales– tiene desde el punto de vista estratégico sus razones de ser, pero tensiona a la coalición opositora hasta el punto que si bien todos hablan de unidad, la hipótesis de ruptura está en las mesas de arena en las que se diseña el 2023.

Para decirlo mal y pronto: así como Néstor y Cristina planteaban en su momento que a la izquierda de ellos estaba la pared, el líder del PRO y la presidenta de ese partido operan con la misma lógica pero en el sentido contrario. Es decir, a la derecha. 

Eso lleva al radicalismo y a Rodríguez Larreta a un lugar donde no quieren estar. El primero en plantar bandera para girar hacia el centro fue Facundo Manes, que se manifiesta convencido de que hay que construir un nuevo liderazgo opositor desde la UCR. El fin de semana también el presidente del partido, Gerardo Morales, pareció ir en la misma dirección junto a Horacio Rodríguez Larreta, referente de las palomas del PRO.

El acto que unió a los radicales con Rodríguez Larreta.

En el universo antikirchnerista estas tensiones generan preocupación, algo que se evidencia, por ejemplo, en las editoriales de los medios opositores que reclaman priorizar la unidad por sobre todas las cosas como garantía para desalojar del poder a un peronismo que atraviesa una de las crisis más graves de su historia.

Justamente, la crisis peronista hace que el riesgo de ruptura no solo sea solo patrimonio de la oposición. Y eso, a su vez, inestabiliza al propio Juntos por el Cambio, donde las diferencias ideológicas que aparecen ahora existían antes pero quedaban subsumidas en la necesidad de hacerle frente a un kirchnerismo que supo ir por todo y ahora teme quedarse con muy poco.

Escenario incierto

Decir hoy quiénes van a ser los candidatos el año que viene es casi un ejercicio de adivinación, si ni siquiera se puede asegurar la unidad de los frentes mayoritarios. Es un escenario atípico, producto del fracaso de ambos en la gestión y el debilitamiento pero a la vez la confirmación de los liderazgos.   

No hay, por ahora, referentes de mayor peso que el de Macri en el PRO y el de Cristina en el peronismo. Él más que ella coquetea con la posibilidad de ser candidato por una razón simple: la mesa parece estar servida para un triunfo opositor y anhela su segundo tiempo. Su lugar, entiende, no es el del 2015, cuando el viento iba para otro lado y llegó a decir que estaba “en una etapa nacional y popular” de su vida.

Toda la escena política está, en realidad, corrida a la derecha. Alberto se convirtió en una caricatura de progre y Cristina, aunque en estas horas haya recuperado foco por su discurso de este viernes en Pilar y el clamor por su candidatura que alentó el triunfo de Lula en Brasil, hizo espacio para que Sergio Massa instrumente el programa económico del FMI.  

La lectura de los halcones es que frente a eso lo que hay que hacer es ser más halcones. Entonces, Macri alienta hacer pedazos el Estado y Bullrich cree que amenazar a un funcionario de Rodríguez Larreta con romperle la cara le da mayores chances de ganar las simpatías del electorado opositor y convertirse así en la candidata de Juntos por el Cambio.

Si bien se puede interpretar que son solo recursos discursivos para posicionarse y ganar una elección –algo así como el salariazo que prometió Menem para luego ser el más ajustador de los ajustadores–, lo cierto es que se traspasan límites que en democracia no se habían cruzado.  

El año de Alfonsín

Eso preocupa a amplios sectores del radicalismo, que entienden que hay que ocupar el espacio de centro, no cederlo al Frente de Todos. Como si intentaran revivir el sueño socialdemócrata que alumbró 40 años atrás Raúl Alfonsín.

En 2023 se cumplen 40 años del triunfo electoral de Alfonsín.

Alfonsín, seguramente, será celebrado por todo el arco político (menos Milei) durante todo el año electoral que viene. Es justo, porque se lo reconoce como padre de una institucionalidad que es la que aún resiste, pese al desencanto que produce en la población la falta de capacidad de la dirigencia política para evitar que gestión tras gestión se agraven sus problemas. 

De hecho, el propio Alfonsín protagonizó un fracaso económico durante su presidencia, que terminó anticipadamente en medio de la hiperinflación, los saqueos y la desestabilización empresario-peronista que luego se sintetizó, en el gobierno que lo sucedió, en el esquema de poder Menem-Cavallo.

Las instituciones fueron más fuertes que todo eso. Como también que el desastre de la Alianza, que la eclosión de 2001, que el conflicto por las retenciones móviles, que la grieta, que el endeudamiento macrista, que el intento de magnicidio de Cristina y ahora de que el experimento fallido del Frente de Todos que llevó a que la misma fuerza que reconstruyó la autoridad presidencial con Néstor Kirchner la vaciara con Alberto Fernández.

Pero nada es eterno. Finalmente, si la figura de Milei crece por su supuesto perfil antisistema es porque el sistema tiene que dar respuestas que no está dando. El escenario político, sin mayorías claras ni cheques en blanco, marca que hoy nadie está en condiciones de afrontar ese problema solo, pues alguien ganará la elección pero el poder estará repartido. Se vaticina que el peronismo, aunque debilitado a nivel nacional, conservará gobiernos en muchas de las provincias, la mayoría de las cuales irán a elecciones anticipadas a las provinciales. También que, al menos, conservará la mayoría en el Senado.

Más allá de eso, la propia gravedad de los problemas reclama diálogos, consensos, que se demoran desde hace tiempo pero que deberían ser la base de lo que siempre faltó en la Argentina: políticas de Estado perdurables. La polarización no parece el camino hacia ese lugar.

“Tenemos que tener la humildad de juntarnos y recuperar la conversación social”, fue una de las frases que pronunció en televisión José Ignacio López, el ex vocero de Alfonsín, la noche en que nadie gritó en cámara y la moderación también tuvo rating.