El problema de las fake news que circularon durante esta semana en medio de la ola de violencia que atraviesa a Rosario es que, por el antecedente de hechos que sí fueron reales, resultan verosímiles.

Las fake news necesitan eso para cumplir su cometido: solo florecen, tienen algún efecto, si el campo es fértil para que lo que propalan resulte creíble. En Rosario ya hubo balas en el Concejo Municipal, en oficinas públicas, en los tribunales, en restaurantes de los corredores gastronómicos más importantes de la ciudad, en concesionarias de autos y comercios de diversos rubros, en casas de jueces, fiscales, y también en las de simples ciudadanos. Fueron noticias reales, lo mismo que los 107 homicidios en lo que va del año. Ojalá hubiesen sido solo fake news.

La dirigencia política salió en bloque el miércoles a repudiar las falsas noticias que circularon desde el martes. El propio intendente Pablo Javkin dijo al respecto que Rosario padece una “acción de terrorismo orquestada por las mafias”.

Y es cierto: los mensajes viralizados que advertían sobre balaceras en bares y facultades, entre otras cosas, generaron un ambiente de temor y zozobra. O, en todo caso, lo intensificaron. Pero lo más “siniestro”, como escribió en Twitter el periodista Pablo Makovsky, es el contexto que le da verosimilitud. Por caso, para salir del tema balaceras, el domingo cuatro pibes armados hicieron vivir una tarde de terror a cientos de personas que disfrutaban del sol en el Scalabrini Ortiz y se fueron amenazadas y asaltadas. “Ya no se puede ni siquiera ir un domingo al parque tranquilos”, describió una de las víctimas. Que es casi lo mismo que decir: ya no se puede vivir tranquilos.

Las bandas corren todos los días el límite: ¿alguien podría imaginar que iban a incendiar en forma intencional una secretaría municipal justo después de que detuvieran a un jefe histórico del delito organizado y descubrieran cajas para ayuda alimentaria en su casa?

Así, la realidad supera a la ficción. O, en este caso, a las fake news. Lo que convierte en terrorífico ya no un audio ni un mensaje, sino un conjunto de hechos que efectivamente ocurren sin ningún tipo de aviso previo y que incluso, algunos de ellos, no llegan a conocerse públicamente, porque aún hay mucho oculto de lo que pasa más allá de los bulevares. 

El verdadero poder de daño

 

Pero, igualmente, las fake news que circularon esta semana a través de Whatsapp tuvieron un poder de daño real: llegaron a los chicos, a los jóvenes, y extendieron o profundizaron en sectores donde no hay consumo habitual de noticias una atmósfera de temor que avanza a medida que se agravan los hechos reales.

Sí, guste o no, es la comunicación de hoy: los mensajes circularon en grupos de adolescentes de secundaria, jóvenes y también adultos; se reprodujeron por Twitter e historias de Instagram. Se reinterpretaron con dosis adicionales de dramatismo, algo que, por cierto, muchas veces también pasa en los medios con los hechos reales.  

Pero en este caso los medios llegaron después, para decir que eso que había circulado por fuera de sus carriles –y ya había llegado a muchísimas personas que podían creer que se trataba de noticias reales– era falso. También para darle aire al repudio de los políticos y a la preocupación de los fiscales que ponen el cuerpo en la investigación del delito organizado.

Tuvieron ahí que lidiar con algunas contradicciones: desde incluir en su agenda referencias a una falsa noticia hasta reproducir declaraciones de dirigentes que muchas veces prefieren no hablar de la violencia y se enojan por la difusión del fenómeno, pero que se pusieron en primera fila para repudiar las fakes news. Y con una debilidad: la desmentida no se viraliza o al menos no lo hace con la misma expansión geométrica que los mensajes falsos.

Pero además, son los propios medios, con la agenda real que trabajan todos los días, los que aportan las imágenes y transmiten un contexto real que da verosimilitud a la historia. Los chicos reciben y retransmiten los mensajes, los padres los consideran posibles. 

Desesperanza en la Argentina punk

Todo este cóctel –que incluye lo real y lo falso pero verosímil– suma a un fenómeno que, hay que decirlo, excede a Rosario: la desesperanza que atraviesa, sobre todo, a los jóvenes de todo el país.

En esos mismos grupos de Whatsapp por los que se expandieron las falsas noticias, chicos de clase media intercambian tips, información, para cumplir un objetivo que también se multiplica: irse del país. 

Desde este espacio ya se ha planteado: Argentina se ha convertido en un país punk. La idea de que no hay futuro, o de que lo hay para cada vez menos personas, gana terreno en un marco de decadencia político-cultural nunca vista. La imposibilidad de generar una expectativa de mañana es signo del peor fracaso de nuestras dirigencias.

La pobreza, la inflación, la falta de oportunidades, la inseguridad componen hoy una crisis integral para la que no se vislumbra una salida. 

En ese marco, la palabra de la política y de las instituciones –como la Justicia e incluso los propios medios– se devalúa. Es una paradoja de enunciado simple y solución compleja: las fake news resultan creíbles, y las acciones y planteos de quienes las desmienten no.

¿Por qué confiar que quienes dejaron que los problemas crezcan hasta este punto lo van a solucionar? Para enfocar claramente en Rosario: ¿alguien puede creer que el hecho de que la Corte Suprema de la Nación y un grupo de jueces federales se saquen una foto en la ciudad y digan que van a crear una instancia de coordinación con sus colegas del fuero local y las autoridades provinciales va a producir algún cambio en la acuciante realidad?

Pura puesta en escena

 

El Estado, al fin de cuentas, sigue con sus puestas en escena. Intenta mostrar que hace algo pero en verdad no sabe qué hacer, cómo remediar una situación sobre la que formula promesas pero que no conoce. Y así, no consigue más que generar mayor distancia con quienes la padecen.

Fue sintomático que este jueves al mediodía, mientras la zona de la Facultad de Derecho estaba militarizada con cientos de uniformes de diferentes colores y jurisdicciones, a 200 metros de allí, en San Luis y Dorrego, se escucharan los tiros que un comerciante de origen chino disparó al aire mientras corría a los tres ladrones adolescentes que asaltaron su negocio y se llevaron 40 mil pesos y un celular. 

Los ministros de la Corte y el resto de los jueces federales vinieron a analizar qué aporte podían hacer para remediar la ola de violencia que padecen los rosarinos. Lo hicieron rodeados de un operativo que los periodistas que cubrieron el evento describieron como bastante mayor al que se organiza cuando hay una visita presidencial. Pero solo ellos estaban en un entorno seguro. El blindaje era para ellos y se fue con ellos. 

Así, una vez más, vivieron una realidad paralela, bien diferente a la del resto de los mortales que atraviesan esas calles cuando no están cerradas. Casi una fake news.