Entrelaza sus manos detrás de la cintura, en ese inequívoco gesto de sabiduría y experiencia. Sufre en silencio, sonríe y maltrata un chicle en su boca seca y ansiosa. Su metro noventa y pico se sostiene en las piernas arqueadas, en sus pies gigantes, en sus largos pasos. De pronto, su corazón estalla con el grito de Matías Caruzzo, ese caudillo que fue su primer pedido cuando volvió a Central. También explota cuando mira a los miles de hinchas que lloran en la tribuna del estadio mendocino y hace esfuerzos por imaginar la locura en las calles de Rosario. Lo asalta el recuerdo vivo de su padre y las ganas de abrazar a su esposa y a su hijo allá donde el planeta se divide en dos mitades. Edgardo Bauza, que ya estaba en la historia grande del club de Arroyito, ahora empieza a cubrirse de bronce; de ese material que ya inmoratalizó a Don Ángel.

Bauza es el primer hombre en atravesar el pasillo más angosto de la historia de Central: el de ser campeón como jugador y también como técnico. El pelo ensortijado y el rostro de joven referente en aquel Nacional del 80, el regreso para celebrar otro título en aquel inolvidable campeonato de 1986/87, y sus manos todavía fuertes aunque un poco más arrugadas para levantar un trofeo deseado por tanto tiempo.

La línea de tiempo convierte en prócer a Bauza. Lo vuelve indiscutible y borra para siempre aquellos cuestionamientos que lo alejaron de su lugar más amado después de aquella primera experiencia en el banco a principios del nuevo milenio.

Esta Copa Argentina también le sirvió al Patón para quitarse de encima el karma de no poder conducir a Central a una victoria sobre el rival de toda la vida. Justo él, máximo goleador canalla en clásicos. Bauza eliminó a Newell's en este certamen y lo celebró sin rencores, sin excesos.

Quizás esta haya sido la Copa Argentina que menos mereció ganar Central; seguro la que peor jugó. Ganó cuatro instancias por penales, no tuvo figuras rutilantes y la forma de juego tuvo más de improvisación que de planificación a lo largo del torneo.

Las manos de Jeremías Ledesma, los goles del Toro Zampedri, la solvencia de Caruzzo, la solidaridad de Germán Herrera. Todos fueron importantes, pero nadie a la altura de Edgardo Bauza. Su sola presencia contagió al plantel de serenidad y espíritu ganador a pesar del pesimismo de los que llegaron a ponerle fecha de vencimiento a su segundo ciclo en el club como DT.

A esta altura de las cosas, en medio de la borrachera canalla, es inútil e innecesario analizar cuál de los dos está más elevado en el Olimpo de los dioses auriazules. ¿Don Ángel Tulio Zof o Edgardo Bauza? ¿El Patón o el Viejo Sabio? Ambos se estrechan las manos en un punto imaginario. Sonríen, charlan, se abrazan. Caen en la cuenta de que ya están cubiertos de bronce.