Argentina se encuentra en estado de gracia. Solo eso explica que la fiesta por la coronación de la selección nacional en el Mundial de Qatar, con 5 millones de personas en la calle, no se convirtiera en tragedia. El fallido operativo de seguridad y la noticia que ahora le compite a Messi y compañía en la primera plana de los portales –el fallo de la Corte que destina decena de miles de millones de pesos de la coparticipación a la ciudad de Buenos aires– mostraron, en medio de la felicidad popular, los peores males de nuestra dirigencia: conflictos entre jurisdicciones y poderes, internas políticas salvajes y la imposibilidad de trabajar en conjunto en torno a un proyecto posible y perdurable. Todo lo contrario a lo que expuso esta selección que nos regaló una alegría que parecía imposible y que construyó esta realidad, esta celebración nunca antes vista.

La sociedad quiere espejarse con el espíritu de la Scaloneta: un equipo que trabajó unido, que supo sobrellevar dificultades y aprender de sus errores, para conseguir un objetivo colectivo. No con el de una dirigencia que antepone mezquindades y que ni siquiera en medio de la felicidad popular es capaz de correrse de las disputas de palacio. Así, la grieta más grave, la que separa a representantes de representados, es cada vez mayor. Todo un problema para esta democracia que se encamina a cumplir 40 años.

Diciembre siempre es complejo en una Argentina en la que las frustraciones están a flor de piel. Es el mes de los saqueos, de las tensiones sociales. Porque es cuando lo que a muchos les falta y a pocos les sobra se hace más notorio. 

Es cierto: la selección se negó a ir a la Casa Rosada, el intento de La Cámpora por obtener una foto cuando el avión proveniente de Qatar aterrizó en Ezeiza fue gambeteado por Messi y tampoco a Mauricio Macri se le permitió visitar a los jugadores en la concentración qatarí.  

Sometido siempre a la comparación con Maradona, esto llevó a algunos a una reflexión: mientras Diego tuvo una relación zigzagueante con el poder político –en algunas épocas de cercanía, en otras de enfrentamiento–, Messi lo ignora, lo desconoce.

Así y todo, sin que finalmente ningún dirigente en concreto pudiera sacar un provecho político del título mundial, el logro deportivo generó tal onda expansiva que también el sistema político en general, y muy particularmente este gobierno nacional declinante, obtiene un beneficio significativo: pasar diciembre con las nubes negras del estallido social lejos, despejadas por un clima de alegría que no para a pesar de la inflación, la pobreza en constante aumento y los desatinos de una dirigencia incapaz de generar expectativas de futuro.

Días atrás, antes de los 120 minutos infartantes contra Francia y la explosión de algarabía que produjo el último penal convertido por Gonzalo Montiel, había preocupación en ámbitos del Estado provincial y municipal vinculados a la asistencia social. Porque, en el marco del ajuste que lleva adelante el ministro de Economía, Sergio Massa, y de problemas logísticos posteriores al cambio de ministro de Desarrollo Social (se fue Juan Zabaleta e ingresó Victoria Tolosa Paz), varias organizaciones sociales se manifestaban en tensión debido a las bajas masivas de beneficiarios del Programa Potenciar Trabajo y a los retrasos de la Nación en el envío de asistencia alimentaria, una contención clave para que en el marco de un deterioro social sin freno no haya habido en ningún momento de 2022 situaciones similares a las de 2001.

El logro deportivo cambió el humor social. Puso sonrisas donde había llanto. Le dio a un pueblo sufrido, cansado de frustraciones, un motivo de felicidad colectiva, esa que une y contagia. El fútbol aportó, al fin de cuentas, una instancia para reconstruir una identidad nacional por la cual sentir orgullo. 

Ese clima, de por sí, amortigua los enojos, los posterga. Nadie sale a gritar en contra de nadie cuando se levanta de buen humor y se duerme contento, mientras en su cabeza suena y resuena la canción “Muchachos…”.

En los lugares donde, aun así, el hambre se hace indisimulable, el Estado puso lo suyo: mandó las asistencias alimentarias de diciembre. “La sidra y el pan dulce por suerte llegó”, resumió en diálogo con Rosario3 una fuente vinculada a la asistencia social en Rosario. Pero, como no podía ser de otra manera, sigue en deuda: aún no llegaron las partidas de octubre y de noviembre. 

Eso da lugar a dos preguntas: ¿qué hubiera pasado si la selección argentina no llegaba a la final y obtenía el campeonato mundial? ¿Hasta cuándo se sostendrá este ánimo positivo que invade a la sociedad toda?

El estado de flotación, la situación de liviandad gaseosa en la que nos pusieron Messi, Di María, el Dibu y el resto del equipo nacional, tampoco dio lugar a que capte la atención de la sociedad el gravísimo conflicto institucional que generó el fallo de la Corte sobre la coparticipación y la decisión del gobierno nacional de enfrentarlo.

Pero el diferendo es síntoma de otras desigualdades, de cómo los gobiernos emparchan en lugar de rectificar –el origen del problema es que Alberto Fernández le quitó a Caba recursos extra que le había otorgado Mauricio Macri solo para resolver un problema financiero de la provincia de Buenos Aires– y de cómo la Justicia se maneja con varas diferentes según quién plantea el problema. La Corte no solo obliga a ceder recursos coparticipables extra a la ciudad más rica del país y que paga los servicios, como el transporte, más baratos que ninguna otra, sino que además lo hace con una celeridad no habitual: a dos años de la presentación de el jefe de Gobierno, Horacio Rodriguez Larreta. 

Cabe como comparación: Santa Fe hizo en 2009 la presentación en el máximo tribunal para reclamar por el 15 por ciento de coparticipación que le descontaba la Nación, el fallo salió seis años después, en noviembre de 2015, y recién este año empezó el cobro de la deuda, que se completará a larguísimo plazo. Durante todo ese tiempo se alternaron en el gobierno nacional quienes hoy condenan el fallo sobre Caba –el kirchnerismo– y quienes lo celebran –el macrismo–.

Se sabe, toda fiesta tiene un final. Y, como escribió Antonio Machado y cantó el fanático de Messi, Joan Manuel Serrat, “con la resaca a cuestas, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas”.

No depende de la selección si la actual fiesta nacional se corta antes de tiempo. Porque la Argentina se encuentra en estado de gracia, pero su dirigencia no.