La Argentina como un barco navegando en medio de un mar tormentoso. La población distribuida como en el Titanic. Metafóricamente ordenado. Los poquísimos que viajan cómodos con sus botes salvavidas cerquita y la mayoría con temor a naufragar y ahogarse. De golpe, lo que esos pasajeros escuchan en los pasillos: “la feroz pelea de los capitanes del barco” se transmite en vivo. Reproches, enojos, piñas. ¿Qué pasará con ese barco y con esos pasajeros?

“Hoy se desprecian y así es imposible todo”, dice en off (tan en off) una fuente cercana al hombre y a la mujer de la crisis. “Si pudiéramos hacer con el tiempo lo que se hace con los audios de WhatsApp (acelerarlos por 1.5 o 2.0) no dudaríamos. Nadie está convencido del buen resultado de las medidas adoptadas. Todos lo sufren. Esperan que llegue el final solo por el valor institucional del mandato cumplido”, confirma.

Palabra pesada el desprecio. Una emoción moral que ajustada al sentimiento se aplica como un hachazo implacable. Y ahí no hay manera de reconciliar nada. Se desprecian y no lo ocultan. En el campo de las segundas y terceras líneas de gestión se nota todo y más. Una guerra dentro de la guerra.

Guillermo Moreno, ex Secretario de Comercio, dijo que debían renunciar ambos dirigentes y por la Ley de Acefalía proponer una inmediata elección. “Ambos fracasaron, se tienen que ir los dos”, aseguró en Radio 2.

“El que trajo al borracho que se lo lleve”, arengó Sergio Berni, el Ministro de Kicillof más considerado de la provincia de Buenos Aires.

En la apilada de frases sería imposible encontrar consenso, amabilidad, empatía. Con las ideas o los problemas que tiene el país.

Cristina Fernández anunció hace tres años la candidatura de Alberto porque sabía que la suya no alcanzaba para ganar y que el “candidato” elegido tenía virtudes cómodas para el momento: no tenía estructura militante propia y había sido un hombre tan zigzagueante y moderado en sus vínculos, que -con amigos en muchos sectores- aportaría el caudal de votos para la victoria. Quedó demostrado una vez más (ya le había sucedido a Macri) una cosa es ganar las elecciones y otra muy distinta gobernar.

Cristina y los suyos se quedaron con las empresas y sus cajas; Alberto, con los fríos despachos de la Casa Rosada. Cuando ganaron las elecciones ambos tenían el mismo plan, “arrodillar al otro”. Ganarle los espacios del pensamiento y la acción política. La pandemia demoró la ejecución del plan, pero armaron así su peor pesadilla: un matrimonio divorciado con desprecio viviendo en la misma casa. 

Después de tres meses sin dialogo y con decenas de batallas mezquinas entre líneas, esta “Guerra de los Roses” planificó el encuentro del viernes. Modesto y frio, pero conciliador. El Centenario de YPF fue una excusa memorable para nuevas piñas. La chicana de la lapicera, el off de Kulfas, su despido, la llegada de Scioli al gabinete. Los nuevos capítulos de un Titanes en el Ring procaz y peligroso.

Los problemas serán más grandes. En la última liquidación el campo dejo 4.200 millones de dólares. Un 33% más que el mes anterior. El campo argentino lleva aportado en lo que va del año más de 15 mil millones de dólares. Cifras récord en un mundo que seguirá (por las consecuencias de la pandemia y las incidencias de la Guerra Rusia–Ucrania)  reclamando alimentos y materias primas. Buenos precios y buenas cosechas. Pero ese dinero entra y se gasta. Es el momento de acumular reservas y eso no “estaría” sucediendo.

Las metas planteadas por el FMI no se van a cumplir. No baja la pobreza, crece la inflación, cae del poder adquisitivo del salario, se tensará lo social y la política solo piensa en patear la pelota para adelante. Que lo arregle el otro. “Caminamos por un desfiladero muy riesgoso”, dijo el viernes Martín Redrado, mientras desde Kuala Lumpur (Malasia) dirigía una maestría para funcionarios de Bancos Centrales de Países Emergentes junto al premio Nobel de economía Robert Merton.

Mientras los capitanes discuten sobre qué ola es mejor meter el barco para evitar el naufragio, los pasajeros que pueden se bajan en silencio y con tristeza. Ezeiza calma la ansiedad de jóvenes y no tanto, cansados de ver que la película siempre será de misterio, trampas y terror. La mayoría se ajusta el cinturón mes a mes. Y en esa desesperada carrera a la nada muchos serán capaces de creerle al primer gritón que anuncie un plan mejor.

El guardiamarina Javier Milei anuncia su meteórica carrera al Almirantazgo del Barco con una receta ya probada en otras tormentas en el mundo: Trump, Bolsonaro, los 40% de votos de Le Pen en Francia o el ingresante al ballotage de Colombia Rodolfo Hernández. En la Argentina de hoy la rebeldía, la bronca y la impotencia la expresa Javier Milei. Y sobre eso muchos decidieron atornillar el tablero para evitar que su alocada patada desparrame peligrosamente las fichas.