Transformar una cosa. Mutar su estado sin malgastar su esencia para reutilizarla. No hay pérdida alguna cuando existe la posibilidad de conversión y las personas se permiten el movimiento para iniciar un cambio, tal como sucede en la naturaleza. Johana y Gabriel se animaron a dejar atrás una vida entera como cirujas para saltar al vacío de lo desconocido: por entonces, integrarse al Centro Ambiental de Tratamiento de Residuos de la Municipalidad, el epicentro de las políticas públicas de residuos.

Reciclarse para potenciarse. Así entendieron el porvenir estos trabajadores informales de la basura, naturalizados en revolver lo que otros desechan para reconventirlo en dinero. No sin miedo, aceptaron el desafío de dejar atrás lo conocido para aventurarse, teniendo que desintegrarse para rearmarse en otra; en otro: Johana tiene 36 años y a los 8 ya salía a cartonear con su padrastro; Gabriel, de 44, se dedicó a la basura desde muy joven “por necesidad”, “para poder poner un plato de comida y ayudar a pagar las cuentas en casa”.

Consultados por Rosario3.com, contaron que conformaron con otras 13 personas una cooperativa de trabajadores recicladores que actualmente lleva adelante tareas en el centro municipal ubicado en la zona oeste de la ciudad. Johana tiene el recuerdo latente de sus días empujando el carro: “Se trabajaba con lluvia, sol y tormenta. Todo lo que hemos pasado pero ahora estamos mucho mejor”, señaló. En la misma sintonía, Gabriel, agregó sobre sus días de cartonero: “Hicimos de todo, con la basura hasta acá –dijo señalando su cadera– nos enterrábamos a la par del camión”, contó en referencia a los días en los que urgaba entre los deshechos del relleno Gallino.

“Nos costó el cambio pero pasamos a trabajar de forma segura e higiénica, 8 horas de lunes a viernes, con patrones muy buenos y compañeros que nos ayudaron muchos”, coincidieron. Johanna mencionó “cambios emocionales” y después ahondó: “A mí me costó mucho tener que dejar a mi hija 8 horas porque soy mamá soltera pero mi familia me insistió, me habló de que esto era una oportunidad única y acá también me ayudaron los compañeros a seguir, a darle para delante”, precisó.

“El comienzo fue duro”, confesó Gabriel. “Pero después la buena convivencia y la adaptación que tuvimos con los chicos especiales fue increíble”, manifestó en relación a los empleados municipales con discapacidad que operan en la planta codo a codo con los ex cartoneros. “Tuvimos que aprender su idioma –hay chicos sordomudos–pero también nosotros teníamos miedo de nos ser aceptados y terminamos aprendiendo de ellos y ellos de nosotros”, resaltó.

Además de las condiciones seguras de trabajo y la construcción de lazos afectivos, la incorporación al proyecto municipal significó un aumento de sus ingresos. “Estoy construyendo mi casa y le pude hacer la fiesta de 15 a mi hija”, apuntó orgullosamente Johana. Para Gabriel, su economía repuntó y destacó que, al igual que su compañera, con el dinero ganado pudo hacerse de un techo.

Ambos conocedores de la crudeza de la calle, los combates contra el tiempo adverso o la incertidumbre de contar monedas, sienten dolor al ver el crecimiento de la recolección informal en la ciudad en el marco de la crisis económica. Sin embargo, saben que en poco tiempo 40 cartoneros más serán integrados al centro: “Los vemos y los queremos sacar de la calle, estuvimos ahí y sabemos lo que es y hay cosas mejores como esto, por suerte ahora se agranda la familia”, comentaron para terminar entre sonrisas: “Nosotros abrimos camino”.