Pasaron algo así como 48 horas del agónico triunfo de Argentina ante Nigeria. Entre las idas y vueltas a San Peterbusrgo, Moscú y Bronnisty, y el plan del viaje a Kazan, es difícil calcular naturalmente el tiempo. Lo fácil es replicar las historias de pasión que despierta la selección. Y entonces, todos hablamos del esfuerzo, la garra y la tan mentada actitud de los jugadores que emocionaron a un país. Se teje un gran marketing alrededor de los sentimientos. Casi que se los reconstruye para usarlos como una mercancía. Son mejores los genuinos e incluso son un gran complemento para el que mejor trata la pelota, lo cual es lo verdaderamente importante. Si fuera por las ganas, que salgan a la cancha los que están en las tribunas. Pero no, esto se trata del juego.

Está claro que el equipo tuvo un compromiso diferente al que mostró ante Croacia, pero no ganó por eso. Ganó porque jugó. Por una vez, hagamos foco en lo esencial. Generalmente juega el que sabe jugar y gana el que juega mejor. Y el martes, para Argentina jugó Ever Banega y mejoró a un colectivo que supo cómo ganar.

El hombre de Sevilla fue el filtro de pase que necesitaba Lionel Messi. Como todo parte desde el ‘10’ y como todo va hacia el ‘10’, siempre es valioso que tenga alguien en quien confiar. Hay piel entre Ever y Leo. Se notó hasta tras la falla del penal contra Islandia. Incluso en ese momento de bajón, estuvieron cerca y se asociaron. Lo del martes pasado no se reduce a la extraordinaria habilitación que luego fue control perfecto en el aire y remate seco al fondo de la red. Esa fue la joya que sacó a relucir la posesión con sentido de profundidad que consiguió la selección con Banega jugando como interior. Hasta la titularidad de Ever, el conjunto nacional adoleció de horizontalidad. Nuestros futbolistas no se la pasaban para jugar, jugaban a pasársela. Tan diferente como inofensivo.

La selección no se desesperó ante la inminencia de ser eliminada. En ningún pasaje del encuentro llenó el área nigeriana de pelotazos para zagueros que iban a la carga amontonando voluntades. Muy por el contrario, el 2-1 llegó desde la amplitud que dan las bandas y la agresividad de los desbordes de extremos naturales como Pavón, o laterales ofensivos como Mercado. Paradójicamente, con dos nueves en cancha el área se vació y los africanos perdieron referencia de marca. Ahí fue decisivo el optimismo de Marcos Rojo quien, así como anticipó los 90 minutos en defensa, lo hizo en ataque cuando los 90 minutos estaban por cumplirse. Ese tipo de señales las entrega un equipo que conduce un jugador del corte Banega. Asegura dominio posicional y estrategia de control con el balón hasta el momento preciso de herir al oponente.

Es una apuesta del entrenador. Más una fortaleza que una debilidad de Jorge Sampaoli. Cuando el Zurdo se fue a Sevilla, el mediocentro dejó el club siendo figura del tricampeón de la Europa League. Tras una temporada en Inter de Milán, regresó, pero el casildense fue elegido para insertarse en su país y fue allí donde por fin coincidieron. En la gira en la cual el cuerpo técnico comenzó a visitar a los jugadores, el primero que los recibió en su hogar rosarino fue el propio Banega, allá por julio de 2017. Todo un indicio de un DT que afirma que a los equipos los definen los centrocampistas. Con altibajos, entradas y salidas, Ever siempre estuvo en el ciclo Sampaoli aún muy a pesar de la prensa crítica que lo consideró por detrás de Leandro Paredes, Pizarro, Krannevitter y hasta Ascacibar. Sólo Fernando Gago prueba tener idéntico poder de resolución con la misma solvencia en escenarios tan destacados. Los demás son proyectos.

Argentina se debe muchos debates futbolísticos. De hecho, sólo el primer tiempo ante Venezuela en el Monumental, el período inicial del amistoso ante Nigeria en Rusia en noviembre pasado y el segundo tiempo de marzo de este año frente a Italia se encuentran cerca de lo que pretende su conductor. En todos esos espasmos de juego, el denominador común fue el chico que dio sus primeros pases en Oriental.

En tierra de pueblos revolucionarios y soldados vencedores de la segunda guerra mundial, es una práctica de asociación espontánea montar orgullosos de la sangre derramada por Javier Mascherano. Aunque haya sido un partido discreto, al que suda no se lo critica. Difícilmente se puede aspirar a crecer, si olvidamos lo artesanal. ¿Es traición o estupidez?, les proclamaron los líderes del bloque progresista a los zares en 1916. Vale la analogía para la media futbolera-argenta de estos tiempos. Respetemos la nuestra. Primero el juego, siempre.