La historia de Angela King es más que oportuna para el momento que vive Estados Unidos con la ebullición de los movimientos neonazis y de supremacía blanca. Le enseñaron a odiar a los negros, judíos y homosexuales pero ese mundo se desmoronó cuando, en prisión, se enamoró a una jamaiquina.

"Fui neonazi hasta que me enamoré de una mujer negra", contó en un perfil que publica la BBC.

King cayó presa cuando se dirigió a un bar en el sur de Florida con una banda de violentos skinheads a generar problemas. Tenía 23 años y llevaba una pistola de 9 milímetros en la cintura de sus vaqueros. Igual que sus amigos calzaba botas de combate y tirantes de colores. Su piel estaba cubierta de tatuajes racistas.

"Tenía tatuajes en todo mi cuerpo. Tatuajes de vikingos en el pecho, una esvástica en el dedo del medio y un 'Sieg Heil', que era el saludo de Hitler, dentro de mi labio inferior", cuenta King.

Ella y su grupo odiaban a los negros, a los judíos y eran homofóbicos. Además, uno de ellos era su novio. Así que King no se atrevía a admitir que secretamente era gay. Cuando tomaban se volvían más ruidosos y agresivos.

"Paseábamos en el coche envalentonados y hablábamos sobre cómo sería una guerra de razas en Estados Unidos", dice.

"Decíamos que estaba bien lastimar a la gente que no era como nosotros y decidimos encontrar un lugar para robar".

Su origen

King, la mayor de tres hijos, creció en una familia estricta y conservadora en el sur de Florida. Se educó en un costoso colegio bautista privado y asistía a misas en una iglesia católica cada semana.

Pero tenía un secreto que la hacía sentir confundida, enojada y resentida. "Desde el principio sentí que era anormal porque estaba atraída a personas del mismo sexo", cuenta.

Víctima de bulling en la escuela primaria, King optó por reaccionar de forma violenta, reconstruye la nota de la BBC. Desesperada por pertenecer a algo, se unió a un grupo de adolescentes a los que les gustaba el rock punk y que comenzaban a experimentar con el neonazismo.

"Me uní a ellos porque aceptaron mi violencia y mi enojo sin cuestionarme", dice King.

Entonces pensó que había encontrado el camino correcto, porque muchas de sus opiniones reflejaban el racismo casual y los prejuicios que había escuchado en su casa.

En su adolescencia King empezó a juntarse con skinheads de más edad y se unió a un grupo de extremistas blancos violentos.

"Me dijeron que los judíos habían sido dueños de barcos de esclavos y que habían traído a los negros a Estados Unidos para poner en peligro a la raza blanca".

La nueva vida

En la cárcel no esperaba hacer amigos, más bien todo lo contrario, pero se sorprendió. "Estaba en la zona de recreo fumando cuando una jamaiquina me dijo: 'Oye, ¿sabes jugar cribbage?'".

Fue el comienzo de una extraña amistad y King encontró que su sistema de creencias racistas comenzaron a derrumbarse. Su círculo de amistades se amplió cuando empezaron a protegerla un grupo de mujeres jamaiquinas, algunas de las cuales habían sido condenadas por tratar de introducir drogas a Estados Unidos.

"Nunca antes había conocido a una persona negra, pero aquí estaban estas mujeres que me planteaban preguntas difíciles pero me trataban con compasión", cuenta.

King fue sentenciada en 1999 a cinco años en prisión. Sus amigas fueron trasladadas a una prisión en Tallahassee. Pero conoció a otra jamaiquina.

Las dos mujeres comenzaron a hablar y se dieron cuenta de que aunque venían de mundos diferentes tenían experiencias similares. Gradualmente formaron un vínculo. Se dieron cuenta con el tiempo de que sus sentimientos iban más allá de una amistad.

"Nos dimos cuenta de que nos habíamos enamorado. Nos preguntamos cómo había podido pasar eso", contó. En 2001 fue liberado y comenzó una nueva vida, lejos de sus viejos hábitos. Obtuvo una licenciatura en sociología y psicología, y se acercó a la organización Life After Hate (Vida después del Odio).