El sábado se llevó a cabo el Congreso Internacional de Educación en Rosario, que contó con la participación de grandes referentes educativos de distintos países: el psicólogo Alejandro de Barbieri de Uruguay, la neuropsicóloga Lilián Pérez Loezar de Chile, la filósofa Elsa Punset de España, la psicopedagoga Liliana González y el Dr. Roberto Rosler, ambos de Argentina.

"Cómo educar a un niño emocionalmente inteligente (familia - escuela)", fue el título de la charla de Elsa Punset, reconocida a nivel mundial por ser divulgadora de la inteligencia emocional como herramienta para el cambio positivo.

En una entrevista con este medio, la escritora española enfatizó en la importancia de educar en la gestión de emociones desde la infancia, ya que son la brújula que guían las decisiones y comportamientos. También se mostró optimista ante la nueva revolución digital pero asegura que tenemos que mantener espacios de encuentro, que son fundamentales para la vida.

¿De qué hablamos cuando hablamos de inteligencia emocional? ¿Existe una inteligencia por fuera de las emociones?

¡Es una pregunta fundamental! Hace apenas 3 décadas, hablar de inteligencia era sobre todo hablar de las habilidades a las que hemos dado más importancia, históricamente, en las escuelas- es decir, las habilidades lingüísticas y matemáticas. Además, la ciencia nos decía que la inteligencia humana era el dominio de la razón sobre la emoción; y que no era fácil entrenar nuestra inteligencia.

Recientemente hemos corregido, afortunadamente, esta visión de la inteligencia humana. La neurociencia, que gracias a las nuevas tecnologías ha logrado por fin entrar en la “caja negra” del cerebro, revela que emociones y razón son interdependientes en el cerebro humano; y que éste es “plástico”, es decir, entrenable. Si tuviese que traducir este mensaje tan importante en palabras cotidianas, diría que ya nadie, en ninguna parte y a ninguna edad, puede decir eso de “yo soy así… ¡qué le voy a hacer!” Podemos entrenar cualquier aspecto de nuestra inteligencia, desde el optimismo, el autocontrol, la memoria, la toma de decisiones, la creatividad, la serenidad, etc.

Así que lo que llamamos “inteligencia emocional” no es una moda, es la nueva forma científica de entender el cerebro humano- un cerebro donde razón y emoción conviven. En la base de cada pensamiento racional hay una emoción; estas emociones son entrañables, y dictan cómo tomamos decisiones, como nos relacionamos con los demás, como creamos, nos expresamos, nos comportamos.

¿Cómo se educan las emociones? ¿Qué pasa si no las trabajamos desde pequeños?

Las emociones son la brújula que nos permite navegar por la vida diaria. Sentimos emociones- aversión o atracción hacia lo que nos rodea- como si esa brújula marcase norte y sur, y eso nos guía a la hora de elegir comportamientos y asegurar nuestra supervivencia.

Nos despertamos con emociones, nos comunicamos, generamos o resolvemos conflictos con emociones, sentimos placer, dolor, alegría, envidia, estrés… Las emociones nos acompañan a cada minuto, y determinan nuestra salud emocional y mental, por supuesto, pero también física. ¿Por qué? ¡Porque cada emoción deja una huella física en el cuerpo!... Por ello es tan importante aprender a gestionar esas emociones.

Y respondiendo a la segunda parte de su pregunta… a veces me preguntan, “¿no es extraño intentar gestionar algo tan instintivo, tan natural como las emociones?”  Pero esa preocupación parte del convencimiento de que lo natural siempre es bueno… ¡y no siempre es así! La naturaleza nos ha dotado de emociones al nacer, y estas emociones son fundamentales de cara a nuestra supervivencia.

 Pero la supervivencia es tan importante para la naturaleza, que también nos ha dotado de un cerebro emocional sesgado, programado para sobrevivir. A tu cerebro no le importa que llegues feliz a la noche, ¡le importa que llegues vivo!… y eso significa que los humanos tendemos a generar y a almacenar más emociones negativas que positivas.

Si no trabajamos, o gestionamos, nuestras emociones desde pequeños, nuestras emociones van a conformarse de acuerdo a la “educación”- los prejuicios y las costumbres- más habituales en el entorno en el que vivimos, y así perpetuamos lo que es tradicional o habitual, sin filtrar los patrones emocionales más negativos

¿En qué fallan los padres y maestros hoy en la enseñanza?

Sinceramente, creo que la inmensa mayoría de padres, madre y maestros educamos con enorme generosidad y dedicación. Vivimos en una época apasionante, pero también muy desconcertante, porque nunca todo- social y tecnológicamente- había cambiado tan deprisa. Así que nos están pidiendo que nos adaptemos, adelantemos y adivinemos un futuro que es bien diferente al mundo en el que crecimos nosotros.

¿Cómo trabajar con los chicos en las emociones negativas como el miedo, falta de autoestima, la tristeza, etc.?

Durante las conferencias que vamos a compartir en estos días en Argentina, vamos a ver formas concretas de gestionar las llamadas (¡y temidas!) emociones negativas. ¡Lo primero es perderles el miedo!... como decíamos hace un momento, todas las emociones tienen una utilidad, un mensaje. ¡Las emociones “negativas” también! ¡El miedo nos salva la vida, y la ira, bien gestionada, puede ser el germen de la justicia social! Por ello yo suelo decir que las emociones, más que negativas o positivas, son útiles o perjudiciales.

¿Qué podemos hacer? Lo cierto es que en la vida real caben todo tipo de emociones: evolutivamente, todas tienen su mensaje y su razón de ser. Suelo decir que no hay emociones buenas ni malas, sino útiles o perjudiciales. La ira, bien expresada, puede ser el germen de la justicia social… Y si sufro una pérdida, ¿cómo no voy a estar triste, a pasar por un duelo?

Para lidiar con estas emociones, la represión es una pésima estrategia. No se trata de reprimir o rechazar una emoción, sino de aprender a reconocerla y a gestionarla. De allí que hablemos de la importancia de la gestión emocional. Y eso no es algo frívolo, sino una necesidad para consolidar una buena salud emocional, mental y física.

Y por cierto, uno de los grandes educadores, el norteamericano John Gottman, nos recuerda que las emociones, también las más difíciles, ofrecen una gran oportunidad de intimidad y comunicación a padres e hijos. Para ello, hay que aprender a no rechazar las emociones de nuestros hijos, (el rechazo en todo caso sería a determinadas acciones derivadas de estas emociones). Se trata de escuchar para dar “luz verde” a sus emociones, ayudarles a ponerles nombre, y acompañarles en el proceso de encontrar formas constructivas de expresar y gestionar esas emociones.

Por eso yo insisto en recordar a los padres y madres que debemos abrazar- -no temer o rehuir- nuestra misión de ser los entrenadores emocionales de nuestros hijos.

¿Podrías dar un ejemplo?

Los niños suelen ser optimistas- es decir, aunque se enfrenten a retos y obstáculos, piensan siempre que pueden superarlos. Pero nadie, ni siquiera un niño, puede ser siempre feliz. Siempre hay nubes y nubarrones- la pérdida de un amigo que cambia de colegio, un abuelo querido que enferma, pierdes a tu mascota, tienes un achaque de salud, te peleas con alguien, tus padres tienen problemas laborales, económicos, personales...

Podemos hacer muchas cosas para ayudar a un niño a enfrentarse a la tristeza, y tal vez lo fundamental es permitirle que sienta esa tristeza sin vergüenza ni rechazo, acompañarle en esa tristeza, ayudarle a entenderla.

Al mismo tiempo, podemos mostrar en nuestra vida diaria la importancia de potenciar la alegría, encontrar esa alegría en las cosas pequeñas y cotidianas, como una puesta de sol, las hojas de colores que bailan con el viento en otoño, la sonrisa de alguien amable en el barrio, un cuento divertido... ¡así compartimos las alegrías con el niño, las celebramos, las recordamos! Como decía Albert Einstein, “Solo hay dos formas de vivir la vida. Una, como si nada fuese un milagro. Otra, como si todo lo fuese.”

¿Es compatible la educación emocional con el modo en que se enseña actualmente en las escuelas?

Bueno, ya sabemos que todo está siempre en constante proceso de transformación y de esa transformación tampoco se salvan nuestras escuelas. Los modelos educativos que tenemos actualmente todavía se parecen demasiado a las escuelas que creamos hace 100 años, cuando se trataba de aprender a leer y escribir y vivir en un mundo jerarquizado y bastante menos inestable.

Ahora educamos para vivir en un mundo muy diferente. El pensador y autor de Sapiens, Yuval Noah Harari, dice que “tradicionalmente, las escuelas, tradicionalmente,  construyen identidades fuertes como casa de piedra. Ahora necesitamos construirlas como tiendas de campaña, que puedas doblar y mover.”

 Y eso incluye educar habilidades a las que antes no dábamos tanta importancia, porque la vida era diferente- por ejemplo, pensamiento crítico para saber gestionar las oleadas de información (a menudo sesgada o fake) que nos rodea, habilidades comunicativas, sociales, o creativas, que se están disparando gracias. A los medios que ahora tenemos, y también a las necesidades de los nuevos trabajos que van a desempeñar las nuevas generaciones.

¿Qué papel juegan las nuevas tecnologías en el ámbito educativo? ¿Qué impacto emocional producen más allá de la educación?

Aún estamos en el principio de lo que las nuevas tecnologías van a suponer en el aula- la capacidad que darán al profesor de evaluar y acompañar al alumno de una forma mucho más cercano y exacta. Van a transformar el aula. Hay mucho escrito sobre este tema, y soy optimista en el impacto positivo que tendrán en la educación.

Pero quisiera centrarme en la última parte de su pregunta. La irrupción de las nuevas tecnologías y de las redes sociales ha generado enormes ventajas, como el acceso a la información como nunca antes, y medios que nos empoderan para poder comunicarnos, colaborar y crear. Es un antes y un después histórico en cómo vivimos, trabajamos y nos relacionamos.

Pero a la era digital le estamos pidiendo algo más- que alivie nuestra necesidad humana de sentirnos y acompañarnos, que resuelva nuestra epidemia de soledad, nuestro miedo a la insignificancia, la dificultad para expresar nuestros sentimientos, para resolver conflictos... ¡Y eso no es fácil! De momento, hemos trasladado nuestras vulnerabilidades y carencias al entorno digital.

De hecho, el declive del “capital social”- nuestras redes humanas interpersonales- sigue creciendo. ¿Por qué? Algunas razones: las redes suelen atraparnos en la necesidad de compararnos y presentarnos lo mejor posible al resto del mundo, facilitan comportamientos agresivos y ataques personales a las personas, alienan las emociones “negativas” que forman parte cotidiana e intrínseca de nuestras vidas.

Las redes no reemplazan nuestra necesidad profunda de estar juntos, de mitrarnos a los ojos y de empatizar, de ponernos en la piel del otro. Al revés, como hemos comentado, las redes pueden empeorar nuestra forma de tratarnos.

Necesitamos ser conscientes de ese peligro y fomentar una empatía que no se trunque cuando utilizamos las redes sociales. Y necesitamos también generar espacios físicos en las ciudades y barrios para reunirnos, sentirnos y colaborar cara a cara.