En 2017, la palabra “aporofobia” (rechazo al pobre) fue elegida por la Fundación del Español Urgente como “palabra del año”. El término fue acuñado por la filósofa española Adela Cortina, para explicar el desprecio que manifiestan ciudadanos de diversas partes del mundo, no hacia el que viene de afuera o pertenece a otra raza o etnia, por el hecho de ser extranjero, sino al que migra y es pobre al mismo tiempo. El proyecto de ley del oficialismo que pretende aplicar la "reciprocidad" como condición para que las personas de otra nacionalidad puedan acceder a salud y educación en Argentina, desató la recurrente polémica en torno a los derechos de los inmigrantes.

Los cuestionamientos a la presencia del extranjero y la presión para que no gocen de los mismos derechos que los nacionales, no son nuevos en Argentina, ni tampoco constituyen una excepción respecto a lo que se observa en otros países del mundo.

Tal como lo describió la investigadora especializada en migraciones, Mariana García (UNR), en diálogo con el programa A la Vuelta (Radio 2), “los prejuicios y rumores en torno a la migración tienen mucha potencia comunicacional y se expanden de una manera muy irresponsable, sobre todo en contextos de crisis, utilizando al migrante como chivo expiatorio”.

“En Argentina –explica la docente– a pesar de ser un país de inmigrantes, siempre ha entrado en conflicto la tradición de rechazo y la tradición aperturista, de bienvenida al otro. Y el conflicto se desata cuando el extranjero reclama por sus derechos y deja de estar minorizado e invisibilizado. Cuando se empodera, participa de la sociedad y reclama lo que por ley le corresponde, porque todos los seres humanos tenemos los mismos derechos, independientemente de qué nacionalidad portemos”.

El conflicto se desata cuando el extranjero reclama por sus derechos.

“En otros momentos, cuando hubo epidemia de cólera en Argentina o cuando sucedió la tragedia del Parque Indoamericano, en Buenos Aires, el extranjero también apareció ligado a una amenaza. Ahora, nuevamente se ve una tendencia restrictiva en los discursos oficiales y en algunos medios, que pretende instalar la idea de que ese otro, el extranjero, significa una amenaza a la seguridad, a los puestos de trabajo y a las condiciones económicas del país, entre otras cuestiones”, explica García, y agrega que “la situación puede ser vista como un nativismo que lleva a las personas a creer que porque viven en el país tiene más derechos que otro ser humano. Esto no sucede sólo en Argentina, sino también en países de Europa, donde se reivindican las condiciones de primeras, segundas y terceras generaciones nacidas en determinado territorio”.

¿Hacia qué extranjeros está apuntado el rechazo?

En su libro “Aporofobia. El rechazo al pobre. Un desafío para la democracia”, la filósofa española Adela Cortina señala: “Es imposible no comparar la acogida entusiasta y hospitalaria con la que se recibe a los extranjeros que vienen como turistas con el rechazo inmisericorde a la oleada de extranjeros pobres. Se les cierran las puertas, se levantan alambradas y murallas, se impide el traspaso de las fronteras”.

“Angela Merkel pierde votos en su país, incluso entre los suyos, precisamente por haber intentado mostrar un rostro amable y por persistir en su actitud de elemental humanidad. Inglaterra se niega a recibir inmigrantes y apuesta por el brexit para cerrar sus filas. Sube prodigiosamente el número de votantes y afiliados de los partidos nacionalistas en Francia, Austria, Alemania, Hungría y Holanda. Donald Trump gana las elecciones, entre otras razones por su promesa de deportar inmigrantes mexicanos y de levantar una muralla en la frontera con México. Y, al parecer, parte de los votos provenía de antiguos inmigrantes, ya instalados en su nueva patria”.

“Realmente, no se puede llamar xenofilia al sentimiento que despiertan los refugiados políticos y los inmigrantes pobres en ninguno de los países. No es en modo alguno una actitud de amor y amistad hacia el extranjero. Pero tampoco es un sentimiento de xenofobia, porque lo que produce rechazo y aversión no es que vengan de fuera, que sean de otra raza o etnia. No molesta el extranjero por el hecho de serlo. Molesta, eso sí, que sean pobres, que vengan a complicar la vida a los que, mal que bien, nos vamos defendiendo, que no traigan al parecer recursos, sino problemas”.

Molesta, eso sí, que sean pobres

En el mismo sentido, Mariana García describe al fenómeno como ligado a una cuestión social. “La «amenaza» –dice– no proviene del extranjero rico que viene con tarjetas de crédito, en primera clase, o trae inversiones; sino del extranjero pobre que «amenaza» la seguridad, la salud, la educación y los puestos de trabajo”.

¿Cuál es el marco legal de la inmigración en Argentina?

Los derechos de la migración están contemplados en todos los pactos internacionales que Argentina suscribió, a partir de la última reforma constitucional. Los consagra la Carta Magna en su artículo 20 y tiene carácter de derecho humano fundamental: "Los extranjeros gozan en el territorio de la Nación de todos los derechos civiles del ciudadano; pueden ejercer su industria, comercio y profesión; poseer bienes raíces, comprarlos y enajenarlos; navegar los ríos y costas; ejercer libremente su culto; testar y casarse conforme a las leyes. No están obligados a admitir la ciudadanía, ni pagar contribuciones forzosas extraordinarias. Obtienen nacionalización residiendo dos años continuos en la Nación; pero la autoridad puede acortar este término a favor del que lo solicite, alegando y probando servicios a la República. […]".

Pero además, esos mismos derechos tomaron una fuerza mayor desde la sanción de la Ley de Migraciones 25.871, una norma muy consensuada por todos los partidos políticos, que sostiene el derecho inalienable de todo ser humano a migrar. Dentro de ese derecho están incluidos todos los demás, que garantizan el acceso a la salud, a la educación, etc., sin restricciones discriminatorias a favor del nacional o del nativo.

Los derechos de la migración están contemplados en todos los pactos internacionales suscriptos por Argentina. 

Inmigrantes en Rosario

Según el último Censo Nacional de población y vivienda, en Argentina hay 1.800.000 habitantes extranjeros (4,6% de la población total). En cuanto al asentamiento en Rosario, al ser una ciudad que tiene una Universidad muy fuerte, un puerto, y ser un punto nodal en el Mercosur, evidentemente es un polo de atracción de la migración interna e internacional.

Según estadísticas de la UNR, en 2017, en las distintas facultades estudiaban carreras de grado alrededor de 2.400 estudiantes extranjeros, algo que tanto autoridades como docentes, valoran de manera especial.

“Para nosotros, como docentes e investigadores –destaca García– contar con estudiantes extranjeros o que integren nuestros proyectos de investigación, recibir a docentes que vienen a formarse acá y con los cuales interactuamos y generamos procesos de internacionalización de la investigación, es invalorable”.

El proyecto del oficialismo que impulsa el cobro de la atención sanitaria a los extranjeros

En consonancia con la decisión del gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, de empezar a cobrar la atención en salud a los extranjeros, el diputado mendocino Luis Petri (Cambiemos) presentó un proyecto de ley que pone a la "reciprocidad" como condición para que las personas de otra nacionalidad puedan acceder no solo a los servicios médicos de forma gratuita sino también a la universidad pública en la Argentina.

Al respecto, Mariana García explica que “no puede incurrirse en esta discriminación porque se estaría violando no sólo la Ley de Migraciones 25.871, sino también la Ley 23.592 que impide discriminar a las personas por razones de raza, religión, nacionalidad, ideología, opinión política o gremial, sexo, posición económica, condición social o caracteres físicos”.

Además, enmarca la arremetida contra los inmigrantes en un momento social y político crítico: “Vemos que todos los prejuicios y rumores en torno a la migración tienen mucha potencia comunicacional y se expanden de una manera muy irresponsable, sobre todo en contextos de crisis, cuando se usa al migrante como chivo expiatorio. Sin embargo –sostiene la investigadora– hay múltiples estudios que dan cuenta del efecto positivo de la migración en las sociedades desarrolladas. No sólo desde el punto de vista del crecimiento demográfico (En Argentina, Estados Unidos o algunos países europeos que tienen bajo crecimiento vegetativo, estarían en serios problemas si no hubiera migración), sino también desde el punto de vista estrictamente materialista y económico.

"En Argentina, hay estudios que evidencian el aporte realizado por los extranjeros a la economía informal y a los entes recaudadores. Otro prejuicio que se repite es que los inmigrantes no pagan impuestos, pero esto es un error. Los inmigrantes pagan alrededor de 1.500.000 pesos al año en concepto de IVA”, precisa García y destaca, además, el aporte cultural de los extranjeros, que hace de Rosario en particular, una ciudad global, interesante y creativa. Constituimos nuestra identidad a partir de la migración y la diversidad”.

de ninguna manera debe recargarse sobre el inmigrante, que es un vulnerable, el costo de lo que su Estado no hace.

Argentina tiene una Ley de Migraciones que es reconocida por la ONU como un modelo internacional porque permitió regularizar, a través del Programa Patria Grande –fruto de un convenio internacional recíproco entre todos los países del Mercosur–, la situación migratoria de los extranjeros que llegaron al país, principalmente de mercosureños.

“La cuestión de la reciprocidad consta en el Acuerdo Migratorio de libre residencia en el Mercosur, de 2002. Ya existe. De modo que cada persona que ha nacido en el territorio grande del Mercosur puede residir de manera temporaria o permanente en cualquiera de estos países con todos los derechos de los connacionales”, explica la investigadora, y remarca: “Que cada uno de los Estados tarde o implemente de tal o cual manera estos acuerdos, de ninguna forma debe recargarse sobre el inmigrante, que es un vulnerable. No puede recaer sobre él, el costo de lo que su Estado no hace”, concluye la profesional.