Con mi amigo Sebastián Jarupkin reivindicamos un disco que nos gusta mucho, es uno de Facundo Cabral donde se hace acompañar por el guitarrista Osvaldo Avena, quien estuvo mucho tiempo al lado de Mercedes Sosa. Deben existir miles de discos mejores y posiblemente la carrera de Facundo -especialmente en el momento donde él llenaba auditorios y estadios por todo el país- poco ha aportado, pero a nosotros nos encanta ese disco: es intimista, reflexivo; él me contaba que lo escuchaba cuando lo mandaban a dormir la siesta y yo lo escuchaba seguramente dolido por algún amor y esas cosas que pasan en la vida de la gente. Al menos admito con dignidad tardía que algún amor me ha dejado triste, muy triste, y que luego eso se diluyó para pasar con los años a estar en una cola en la Afip regularizando mi situación como monotributista y recordando a aquel muchacho acongojado.

Recuerdo a un compañero de trabajo al que bombardeaba con los temas de Serrat, cantándole a poetas libertarios, al amor, a la España libre, a los poetas perseguidos por el franquismo, pero para él no había como Dyango y estaba convencido (o afirmaba o decía) que Serrat no le pisaba ni los talones a Dyango. 
Recuerdo también que tenía la costumbre en casa ajena, y dentro de lo que nosotros acostumbramos a llamar respeto en casa ajen. (esos protocolos de vida como no abrir las heladeras, usar el baño a discreción, ser respetuoso con los saludos…) bien, a estirar siempre un poco la vista para ver qué onda con la música que había en la casa; y vaya sorpresa... En mi pequeño censo visual musical y a través de los años he notado que lo que es infinitamente superior para el gusto patrón de la buena música y lo que mi Facebook me cuenta con el tiempo, da como resultado una infinidad de discos de D'Arienzo, infinidad de los de Julio Sosa, el simple de Abba con Chiquitita, La Cumparsita en versión for export de Alain Debray. Ray Conniff, Paul Mauriat, la banda de sonidos de Titanes en el Ring, un Usa For Africa, algo que quedó de la época del Club del Clan, vaya..., mi querido barrio: el barrio patrón de la trova rosarina ha cultivado la música que en mis círculos se ha condenado y minimizado.

Corroborando con amigos me vuelve la imagen de los muchachos y muchachas que sacaban a pasear "los discos" como hoy se sale con esos perros agresivos, o el Bulldog francés. Salían los flacos con el elepé (gracias Rosario3 por darme la voluntad de escribirlo así), con Kc & The Sunshine Band, con Fiebre de Sábado por la Noche. Recuerdo ver una muchachita que me gustaba mucho pasear por la calle 9 de Julio con Julio Iglesia. y su sillón de mimbre.

Estos nuevos y cuestionados edificios, con sus paredes pequeñas, vienen a arrasar con la oferta de una constructora todo un pasado musical de abuelos tanos, de tías gallegas cantando muñeiras, de algún santiagueño nostálgico que a la hora de la siesta hacía sonar los suyos. Estas nuevas construcciones, débiles en la acústica, hacen que la voz de Maluma cruce de un ambiente a otro, sin pedir permiso, sin preguntar por el disco Reunión Cumbre de Piazzolla y Mulligan, ni por el Adiós Sui Generis.

En la pileta de Echesortu, donde hemos pasado maravillosas tardes de verano, me recuerdo la música que salía de los bafles saturados y que animaba nuestras tardes mientras nuestros ojos entraban en trance por el excesivo cloro; qué música hermosa, mucho más linda que la que la vida me presentó en auditorios, en grandes conciertos, en presentaciones con celebridades. En el perímetro del natatorio nunca entró un encuestador de la Revista Pelo, pero seguramente hubiese ganado Andy Gibb como mejor vocalista , Richard Clayderman como tecladista muy por arriba de Rick Wakeman y la Avenida de los Tilos como canción revelación. 

Si con el tiempo nos vieron elogiando al grupo vocal Buenos Aires 8, a Tom Jobim con Elis Regina, a Troilo con Raúl Berón, al piano de Horacio Salgán es porque la vida es así.

La música, y usando un término muy de los enólogos, hace maridaje con nuestra almita, cada uno sabe con lo que combina, en el tiempo y en la forma.