Miguel Soto (59) nació en Casalegno, Santa Fe, y fue parte de la guerra de Malvinas. El rosarino sobrevivió al hundimiento del Crucero General Belgrano, donde su trabajo estaba vinculado a la electricidad (División ECO). Por esos días –desde octubre de 1981– realizaba el servicio militar.  “El día 2 de abril de 1982 estaba a bordo del Crucero Belgrano que en ese momento estaba en la Base Naval de Puerto Belgrano. Nos enteramos que habíamos recuperados nuestras islas. El crucero estaba en reparación del casco y la cubierta principal. Desde ese momento se tuvieron que acelerar los trabajos para salir hacia la zona de la Islas Malvinas” comienza el relato Miguel para Rosario3.  

Una película de terror, pero real

"El Crucero General Belgrano partió de Puerto Belgrano a mediados de abril con destino a Ushuaia con el objetivo de resguardar la costa del continente contra un posible avance de la flota inglesa. Luego de varios días de navegación, desembarcamos en el Puerto de Ushuaia donde nos aprovisionamos de más víveres y elementos para una navegación de guerra. Luego de dos días, partimos con rumbo a nuestras Islas Malvinas.

El operativo de la flota de mar consistía en ubicar al crucero con dos buques escoltas los destructores Bouchard y Piedra Buena al sur de la islas, el Portaviones y el Hércules, ambos con dos escoltas al norte y al este de las mismas. "Navegamos fuera de la zona de exclusión esperando que las naves inglesas intentaran atacar el territorio de las islas, para luego realizar un ataque en conjunto desde el mar y desde las islas produciendo una emboscada. Dicha operación fue abortada el día 1º de mayo", precisó.

La ubicación del Belgrano era secreta, ya que se habían cerrado todas las comunicaciones que se establecían por radio para que no se pudiera detectar su posición. "El submarino nuclear inglés nos detectó por la información satelital de los norteamericanos, lo que le permitió seguir atentamente la marcha del crucero y de nuestra flota", continuó.

El momento del ataque  

Navegando fuera del radio de las 200 millas marinas que determinaban la zona de exclusión, eran las 16 del 2 de mayo de 1982 cuando fueron atacados por el submarino inglés. 

“Hacía cinco minutos me habían relevado de la guardia (que se encontraba en la proa donde hizo impacto el segundo torpedo), y estaba en el comedor en la parte central, tomando el mate cocido cuando sentimos una explosión que sacudió por completo el buque. Era el primer torpedo que había entrado y detonado en la sala de máquinas ubicada en las cubiertas inferiores produciendo una bola de fuego que subía a las cubiertas superiores hasta alcanzar el comedor principal, a pocos metros donde me encontraba. De inmediato se cortó toda la energía y la propulsión... Estábamos a oscuras, el humo y el calor que producía el fuego era muy intenso, nos quitaba el oxígeno”. 

En búsqueda de la salvación 

Miguel y sus compañeros corrieron hacia la cubierta principal, pero a los cinco metros recorridos, escucharon el segundo torpedo que embistió la parte delantera del Crucero. En ese momento, se produjo la explosión y el desprendimiento de gran parte de la proa donde se encontraba el ancla. 

“Continuamos corriendo a oscuras hasta poder subir dos escaleras para llegar a la cubierta principal, cerca de la salida se produjo un amontonamiento en la última escalera, porque solamente estaba abierto el tambucho, que es una salida más pequeña por donde sale una persona por vez. Con otro conscripto pudimos salir y una vez en la cubierta principal abrir la compuerta para que pudieran salir todos con mayor rapidez".

La peor imagen de su vida 

“Al llegar a la cubierta principal pudimos ver como el buque ya estaba escorado (de costado) hacia babor (izquierda) a unos 30º aproximadamente, el fuel-oil se había derramado en la cubierta producto de la explosión y el mismo oleaje del mar que mojaba el piso tornaba peligrosa la circulación. Fueron momentos muy críticos muchos de nuestros compañeros salían quemados y heridos por la explosión" explicó.

En ese entonces, el Capitán dio la orden de abandono. Cada uno tenía que formar en el sector correspondiente a su balsa, la que le correspondía a Miguel, estaba en estribor (derecha) y en la popa (atrás). 

Cuando estábamos formando sale un cabo primero de mi división todo quemado, bañado en combustible y con el pelo chamuscado, con otro compañero de mi división lo fuimos a llevar hasta la sala de primeros auxilios donde los enfermeros le aplicaron una inyección de morfina y lo subieron a una de las balsas que llevaban heridos.

Al volver a nuestra posición nuestros compañeros de balsa ya se habían ido, entonces comenzamos a bajar por las cuerdas que estaban atadas al casco y teníamos que saltar, de más de seis metros para caer sobre alguna de las balsas que todavía no se habían soltado, el oleaje las movía continuamente, teníamos que tirarnos y caer sobre el techo para luego ingresar al interior", detalló. 

Su vida, y mucho más 

Recuerdo que baje agarrado de la cuerda y dando pasos sobre el casco del buque, salté y quede en uno de los bordes con medio cuerpo en el agua, pero enseguida me ayudaron de adentro y pude ingresar a la balsa. Los que caían al agua había que subirlos rápido porque la temperatura del agua era muy baja y no se podía soportar más de 5 minutos. Una vez en la balsa nos unimos con otras a través de cuerdas formando grupos para apoyarnos mutuamente y tener un mejor avisaje para la búsqueda de rescate.

En el interior de la balsa tratábamos de no dormirnos, de movernos continuamente, de hablar, cantar para evitar el congelamiento. A las pocas horas ya siendo de noche comenzó un temporal de lluvia, viento y olas de más de siete metros de altura, era muy difícil continuar ligado a otras balsas a través de las cuerdas, así que decidimos cortar las mismas y comenzamos a navegar a la deriva", siguió. 

"Teníamos que tratar de estar sentados en los flotadores haciendo fuerza con la espalda sobre los laterales y hacia el exterior para evitar que las balsas dieran vuelta de campana. Mientras tanto nos turnábamos en cada una de las puntas de la balsa para sacar agua con jarros y zapatos, pero era muy difícil achicar el nivel del agua interior porque cada nueva ola volvía a ingresar más agua",  agregó más detalles sobre el momento crucial. 

Y continuó: "Así fuimos soportando varias horas, recuerdo que una ola muy grande nos tapó por completo la balsa hundiendo el techo por sobre nuestras cabezas, pensé que era el último momento de mi vida, pero alguien gritó que nos levantemos lentamente todos juntos y así pudimos hacer deslizar el agua por todo el techo y que la misma cayera nuevamente al mar". 

Tuvieron una baja, de un cabo segundo que no pudo soportar y murió de frío. En la madrugada el agua que había en el piso de la balsa les congelaba los pies y la parte inferior de las piernas produciendo hipotermia también llamado “pie de inmersión”. 

Así fueron pasando las horas hasta la mañana del día 3 de mayo, donde el viento comenzó a amainar y el mar a bajar la fuerza en cada embestida, igualmente el día estaba muy nublado, no podían ver el sol y el celeste del cielo que tanto esperaban ,  igualmente el oleaje no los dejaba avistar a otras balsas. La situación era mucho más calma que durante la noche,sacaban de la bolsa de supervivencia algunos sachet de agua envasada y caramelos de glucosa que repartían entre todos. 

La larga espera del rescate 

“Pasado el mediodía sentimos un ruido de motor y pudimos avistar un avión que comenzó a girar y hacer vuelos más rasantes y arrojaba señales de humo como para que no quedaran dudas que nos habían visto y por los movimientos nos dimos cuenta que había otras balsas cerca nuestro. Solo nos restaba esperar que vinieran a rescatarnos”, recordó. 

Es ahí cuando Miguel aclaró que llegó el aviso de Gurruchafa, que venía rescantando balsas hasta que llegó el turno de él y sus compañeros. 

“Nos iluminaron con un reflector inmenso y nos hablaron por altoparlante, para que rompiéramos el techo de la balsa, nos tiraron dos cuerdas para atar a cada costado y así con el moviendo de cada ola teníamos que saltar para que nos agarraran de arriba o tratar de prendernos de la red que estaba en el casco del buque, así uno por uno fuimos siendo rescatados. En la cubierta del buque, intenté pararme y las piernas no me respondieron, así que tuve que ser llevado hasta el interior, una vez ahí pude ver a muchos de mis compañeros que ya habían sido rescatados. Después de navegar toda la noche a la mañana siguiente desembarcamos en el puerto de Ushuaia para luego ser trasladamos en avión a Puerto Belgrano”, completó.

Volvieron 770 tripulantes y fue el salvataje más grande de la historia de los hundimientos de buques, como lo describe Soto. “323 patriotas dieron su vida con honor, ellos son nuestros héroes que están custodiando nuestras aguas, no los debemos olvidar, tenemos que homenajearlos y respetarlos por haber cumplido con nuestra patria dando lo más preciado de una persona que es su vida”, expresó. . 

La pos-guerra para un excombatiente 

"Hubo más suicidios que caídos en combate durante los primeros años siguientes a 1982. El Estado tardo 9 años en darnos una cobertura de salud, recién en 1991 nos dieron la obra social Pami y una pensión” advirtió Miguel.  Fue traumático desde todo punto de vista: "En 1982 nos era muy difícil conseguir trabajo si decíamos que éramos Veteranos de Guerra. En mi caso pude conseguir trabajo en principio en el Correo Central y luego ingresé en un banco en donde trabajé 5 años. En 1989 formamos con un grupo de amigos la Cooperativa de Vivienda Rosario y hoy llevamos 32 años trabajando en la ciudad”, comentó.

Su familia 

La familia es todo en mi vida. Desde mi madre, mi padre que me guía desde el cielo, mi esposa Verónica que me acompaña de hace 31 años y es el amor de mi vida y mis hijos Juan Lucas, David y Marcos saben que por ellos doy mi vida. Los amo a todos profundamente”, remarcó. 

La vuelta al sur y el reencuentro con diferentes emociones 

Miguel, volvió al sur luego de 18 años del hundimiento: “Éramos ocho sobrevivientes que acompañamos a 200 familiares para que ellos pudieran estar en el lugar donde estaban sus hijos Custodios de Nuestro Mar Argentino..Fueron momentos que quedaran grabados siempre en mi memoria, ver a los chicos de 17 y 18 años que querían saber cómo había sido el momento que hundieron al Belgrano, esos chicos no alcanzaron a conocer a sus padres y lanzaron cuadros con sus fotos al mar para sus padres. Para muchos padres sus vidas terminaron en el 82´, junto a la vida de sus hijos”.