El olor a limpio en la escuela primaria siempre reluciente. El vaho a nafta que quedaba flotando en la casa de mi abuelo después de guardar el auto en el garage. El aroma de la almohada, el perfume de mi mamá, el café recién hecho, el libro viejo. La fragancia de los bizcochos y, la de fresias y jazmines en algún jarrón del comedor. Los olores de alguien amado y el de la piel transpirada de los chicos que se parece al del pan. El incienso quemándose sobre la mesita. La pestilencia de la basura en la cocina.

Los tufos de los rincones sombríos donde personas y animales defecan y orinan, los que deja la humedad y la falta de higiene en los cuerpos. Las emanaciones de las parrillas y las cafeterías en avenida Pellegrini y en Pichincha –una combinación de carne cocida, salsas y café–; las del río sobre su vera – mezclas de pescado y barro–, las de los tilos en verano y de la podredumbre de los alimentos en los contenedores repletos.

Los olores de la pobreza en Rosario. (Foto: Alan Monzón/Rosario3)

El aroma de las tortas asadas y el que se escapa de la lata donde se guarda la yerba. El olor artificial del shopping, mezclado con los perfumes de quienes compran o pasean. El rastro que deja el jabón blanco en la ropa, la pestilencia que emanan las cloacas; el tufo de las zanjas cuando pega el sol y de la mixtura de caucho y sudor en el colectivo.

Oler y ser olidos. El olfato, a pesar de ser un sentido olvidado, incluso reprimido, tiende un puente entre las personas, habilitando una manera de comunicación única, que puede desprenderse del presente y viajar en el tiempo. Cada vez que se respira, se abre la puerta a la propia subjetividad, pero también a la ajena. Oler conecta. De adentro hacia afuera y al revés, el olor conforma mundos privados y al mismo tiempo, tramas colectivas.

¿A qué huele Rosario cuando llueve? (Foto: Alan Monzón/Rosario3)

A Rosario la vemos, la tocamos, la escuchamos y la olemos. ¿La olemos? El olfato es el sentido humano más relegado. Sin embargo, si se le presta atención, si se abren bien las narices, se pueden advertir los olores imperantes, que tienen la capacidad de revelar características de una ciudad y sus pobladores, de sus formas de vida y sus costumbres. Esa información que flota en el aire, permite trazar fronteras –movibles y difusas– y determinar áreas urbanas en un mapa rosarino diferente. ¿A qué huele la ciudad y sus contrastes?

El mapa de los olores de Rosario

Se puede hacer un mapa de olores de la ciudad y alrededores, que van a variar por zonas, según las actividades humanas y según las distintas emanaciones, tanto naturales como humanas que vayan a la atmósfera. También, van a variar estacionalmente, semanalmente e incluso a lo largo del día”, planteó la doctora en Física, María Isabel Micheletti, en contacto con Rosario3, sobre lo que denominó “patrones” de olor.

“La ciudad se puede dividir entre lo que serían grandes zonas en las que se detectan olores
vinculados a la contaminación del aire
de esas zonas y a las actividades que
la generan, y micro zonas, es decir, donde los olores se encuentran acotados a sitios
particulares, por ejemplo, vas a un parque y sentís olor a praliné de los carritos”, sostuvo.

La investigadora independiente de Conicet y profesora de Física en la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), advirtió que “no es el mismo olor el que se registra durante los fines de semana que en los días de semana, cuando hay más tránsito porque son días laborables”, indicó y añadió sobre cómo huele Rosario: “Hay olor a fábricas, a obras en construcción, y los fines de semana, en general, se siente más el olor a la naturaleza, al asado, al praliné o al choripán. Entonces, hay patrones estacionales, semanales, y patrones diarios de horarios, de más alto tránsito y de más
actividades humanas”, planteó.

La construcción despliega olores particulares en el centro. (Foto: Ana Isla/Rosario3)

Además de los patrones temporales, se tienen patrones de distribución territorial o espacial en la ciudad y sus alrededores. Se puede mencionar el detectado en la zona portuaria, donde “permanentemente ocurre la carga y descarga de granos y de otras mercaderías, y baja la calidad del aire”, y además, “el olor a aceite de las aceiteras”. Ambos patrones se advierten en los límites de la ciudad y localidades vecinas.

“Lo mismo sucede en las zonas fabriles, por ejemplo, la zona oeste, en Circunvalación Oeste, adonde no llega tanto la contaminación portuaria o de las aceiteras o del humo de los incendios de las islas,, porque se dispersa, pero sí hay muchas fábricas, industrias, empresas en esta zona al oeste, en la zona de Circunvalación que emiten a la atmósfera, entonces, cada zona tiene sus características”, completó. Y en cuanto a la zona central, observó: “En el centro los olores de la naturaleza están apantallados por las obras en construcción y los vehículos”.

“El olor a río”, sumó la también directora del Grupo de Física de la Atmósfera, Radiación Solar y Astropartículas del Instituto de Física Rosario (Ifir/Conicet/UNR). “Habrá momentos con mayor o menor olor a río dependiendo de su régimen, si está alto, si hay bajante, entre otros factores”, detalló sobre este aroma tan local y que, según explicó, impacta en cómo huele Rosario: “Al estar sobre una barranca y al lado del río, salvo en casos extremos como fue el humo en las islas del Delta, no es una ciudad que tenga muy mal olor permanentemente porque en general tiene circulación de aire”, determinó y aseguró: “La topografía de Rosario no la haría una ciudad crítica como pueden ser otras ciudades que tienen menor circulación o que están en un valle, hundidas, con montañas alrededor como Ciudad de México o Santiago de Chile, al igual que algunas ciudades argentinas”.

El olor a río tan característkico de la ribera de la ciudad. (Foto: Ana Isla/Rosario3)

Humo y viento que le dice a la lluvia

Micheletti hace foco en el humo que emitieron las islas en llamas voraces durante la pandemia. Se trata de un evento altamente contaminante que sufrió la ciudad durante meses y meses en coincidencia con la sequía sufrida durante los pasados años. “Rosario ha estado muy afectada estos últimos años por el tema del humo -dijo- Hemos hecho estudios para ver la distribución, por ejemplo, de gases emitidos durante los incendios como el dióxido de nitrógeno que hemos observado en las zonas más cercanas a los focos. Y según cómo iban los vientos, hemos observado un crecimiento abrupto en los niveles de esos gases que, además transmiten un olor desagradable”, indicó.

Julio de 2020, la ciudad bañada de humo de las islas. (Foto: Alan Monzón/Rosario3)

La científica aclaró: “Hay que tener en cuenta a la meteorología, evaluar las trayectorias de las masas de aire, ver cómo se desplazan. Porque puede haber una fuente emisora, pero según para dónde apunta el viento, determinadas zonas de la ciudad van a ser más o menos afectadas”. Durante los extensos meses de quemas cotidianas, el viento proveniente del este las partículas y gases contaminantes que tornaban al aire irrespirable.

Si el viento es un condicionante esencial a la hora de percibir un olor, también lo es la lluvia. “Lava la atmósfera, la limpia, y después surge ese olor característico a tierra mojada. Muchas veces ese olor es un anuncio. A lo mejor todavía no está lloviendo en un lugar, pero ya se empieza a sentir el olor a tierra mojada que indica está lloviendo en las inmediaciones”, apuntó.

Olor

El otorrinolaringólogo Pablo Di Capua definió al olor como “la capacidad que tiene nuestro órgano del olfato, o sea, las células sensitivas que hay en la nariz que se encargan de percibir ciertos estímulos, producto de la emanación de gases y de partículas, junto a partículas, que generan todo lo que hay en el universo”. Es decir, “todos los objetos animados e inanimados generan vapores y generan partículas. Esas partículas tienen capacidad de estimular células nerviosas en el nervio olfatorio, que está localizado en la parte superior de la nariz y después el cerebro discrimina esos diferentes estímulos”, precisó.

El olfato es uno de los cinco sentidos más primarios. “El bebé recién nacido se da cuenta que la madre está cerca por el olor, porque el bebé no ve, o también por el ruido o la voz de la madre, pero también la percibo por el olor. Los animales, nosotros lo tenemos bastante cegado al olfato, pero para los animales es un sentido muy muy importante”, remarcó el médico, en diálogo con Rosario3.

Los aromas y olores de la cancha. (Foto: Alan Monzón/Rosario3)

Di Capua se refirió a la relación existente entre el olfato y el gusto. De acuerdo a lo que comentó, recibe pacientes que pierden el apetito porque no pueden sentirle el gusto a la comida. Si bien, la ausencia de olfato puede “afectar la conducta alimentaria, nadie se muere por no tener olfato”; mencionó y agregó: “Salvo que tenga un accidente por no tenerlo. Por ejemplo, un escape de gas o no sentirá algo que se le quema”.

En ese sentido, profundizó: “Psíquicamente es terrible porque nos sesga la capacidad de poder estar, por ejemplo, en estado de alerta, si se quema algo en tu casa o un escape de gas, poder interrelacionar, sentir un perfume, sentir olores lindos, sentir olores feos, Entonces nos condiciona un montón de acciones y de relaciones. Por supuesto, se puede vivir sin olfato, pero con ciertas alteraciones en la conducta y en los hábitos”.

Un ritual con sus propios perfumes y tufos. (Foto: Alan Monzón/Rosario3)

La historia cultural del olor

“Los olores tienen carga moral. La clasificación del olor (entre «bueno» y «malo») sirve para delimitar la otredad. Y siempre es el otro el que huele mal”, sostuvo Federico Kukso, autor del libro "Odorama. Historia cultural del olor", en diálogo con Rosario3 a fines de 2019.

El libro publicado por Editorial Taurus propone una relectura del pasado (el punto de partida es el Big Bang), el presente y el futuro desde la perspectiva del olor, concepto que integra “aromas, perfumes, fragancias, esencias, hedores, hediondeces, tufos, fetideces, pestilencias, emanaciones, efluvios, vahos y demás declinaciones”.

Su autor, a modo de introducción, sentencia: “A los olores se los silencia, se los ignora. Y en ciertos casos, se los desprecia y hunde en el abismo de la vergüenza”.

El particular aroma del porro en las plazas. (Foto: Ana Isla/Rosario3)

“«Cada día, respiramos unas 23.040 veces y movemos unos 133 metros cúbicos de aire —calculó en su momento la poeta y ensayista Diane Ackerman—. Nos lleva unos cinco segundos respirar, dos segundos para inhalar y tres segundos para exhalar, y, en ese momento, las moléculas de olor fluyen a través de nuestros sistemas. Inhalando y exhalando, olemos olores”, resalta.

Según escribe Kukso, “cuando inhalamos esa nube de moléculas, cada una de ellas, con su forma particular, se filtra como polizonte en nuestro cuerpo y estimula un conjunto específico de células receptoras en la nariz, pequeñísimos detectores que esperan pacientemente a ser activados. De allí se dispara una señal eléctrica que, a través de una red de neuronas modificada por cientos de millones de años de evolución, viaja al cerebro hasta llegar a una región muy cerca del núcleo de control de las emociones y de la memoria, donde el olor es identificado”.

Los olores como puentes

 

“Aromas que funcionan como ventanas y también como puentes: no se pueden recordar los campos de exterminio nazi sin hacer foco en sus olores”, se puede leer en otro tramo de la obra.

“Olemos y nos huelen. Emanamos e intercambiamos información: cada ser humano expele un olor absolutamente singular, una sinfonía aromática que cambia según las estaciones del año y de la vida. Los olores comunican. Dicen y ocultan. Las moléculas que los componen son el ticket de entrada, la llave a otras subjetividades, a otros cuerpos, a otras culturas. Nos conectan con desconocidos, cada vez que llenamos nuestros pulmones también cazamos en un respiro un puñado de átomos respirados alguna vez por los grandes protagonistas de la historia y que desde tiempos lejanos circulan en la atmósfera”, remarca.

Los olores que se escapan de los contenedores. (Foto: Ana Isla/Rosario3)

Los olores como huellas

 

En "Odorama" queda claro que el olor se impregna en la memoria personal y colectiva, en relatos, informes y dichos populares. “Detrás de cada olor se esconde una historia, una mitología”, sostiene. Y, también determina que “la interpretación y la reacción a los olores es cultural: desde que somos chicos somos socializados en un «gusto» nasal, en lo que nuestra cultura considera que huele bien o mal”.