Tomás Machuca tiene 22 años y desde el día que le rompieron sus canilleras de una patada a los 17, mientras jugaba al fútbol en el club Tiro Suizo, todo cambió. Como no tenía plata para comprarse otro par, pero su sueño de “mejorar la calidad de vida de su familia a través de este deporte” estaba intacto, se las rebuscó. Pese a haber escuchado muchas veces “estos negros de mierda nunca van a llegar a nada” en barrio República de La Sexta, donde se crió, lejos de amoldarse a esa frase, la desafió. Hoy, es la cabeza de Fenikks, una empresa de triple impacto que se dedica al reciclaje de plástico y fabricación de canilleras con distintos puntos de venta y donación en todo el país. Aquella patada se resignificó y hoy, en la vereda de enfrente al prejuicio, ayuda a miles de chicos que juegan al fútbol en potreros humildes de Argentina.
Cómo empezó todo. “Cuando tenía 17 años, me rompieron las canilleras que tenía de una patada y, como no tenía plata para comprarme otras, me hice un par con un balde que estaba tirado en el patio de mi casa”, recordó en diálogo con el programa Podría ser peor, en Radio 2.
Así fue como decidió cortar el balde con una sierra y después lo moldeó con un secador de pelo de su abuela. Porque el deseo estaba intacto. Tomás quería jugar a la pelota. Y el toque final se lo dio cuando le agregó una foto de su familia que “diseñó con Paint, en un cyber del barrio”.
En ese momento, sus compañeros de fútbol de Tiro Suizo se fascinaron. “Cuando me las vieron en el vestuario todos me preguntaron de dónde las había sacado, que estaban buenísimas”, dijo. Pero ahí apareció “la vergüenza”, según describió, algo que se repite entre los pibes. Cuando faltan botines, medias, ropa, o incluso, comida.
“A mis compañeros, por vergüenza, les dije que las vendía un tío que vivía en Buenos Aires. Obvio que ese tío no existía. Todos querían comprarle canilleras”, mencionó entre risas y remarcó que, “hasta el día de hoy esas canilleras están intactas”.
La mentira tiene patas cortas y, en el caso de Tomás, metas claras, tenacidad y decisión.
Al tiempo nació Fenikks, la empresa que hoy lidera con presencia en todo el país. El material mutó y ahora se fabrican con tapitas de plástico. “Hicimos un proceso de ingeniería con diseñadores industriales y otras validaciones necesarias para que realmente sean útiles a la hora de jugar. Hoy no solo la usan jugadores profesionales, sino también, son productos oficiales de clubes”, comentó.
La marca lleva más de dos toneladas de residuos plásticos transformados en protectores para las canillas y actualmente tiene una capacidad de producción de 10 mil pares de canilleras por mes. Además de las instituciones con las que trabaja, que son 11, y ventas particulares, la empresa también creó puntos de recolección en clubes de barrios desfavorecidos, son más de 44 en siete regiones argentinas.
“Cada futbolista que admirás, pasó por el potrero. Donde nacen los sueños de salir adelante. Para lograrlos, tiene que haber condiciones”, es uno de los lemas de Fenikks y por eso, por cada par que se vende, se dona otro. “La situación de la patada me llevó a pensar cuántos chicos hay ahí afuera que les pasa lo mismo y por esa situación se alejan del club, por la vergüenza de decir «no tengo»”, señaló.
Al ser consultado sobre cómo fue el proceso de crecimiento de la empresa, que tuvo sus inicios en las cuatro paredes de su pieza, destacó la importancia de “darle mucha atención a la formación” y recordó: “Desde que comenzamos, constantemente, decidimos que había que aprender a partir de nuestros propios recursos. Libros, formaciones online, y hasta hablar con gente que ya tenía empresas, gente que estaba donde nosotros queríamos estar”.
“Nos dimos cuenta que en la personalización no íbamos a encontrar una escalabilidad y planteamos la idea de construir una marca. Que la gente se enamore del concepto y del producto porque forma parte de algo más grande”, explicó.
“¿Qué le decís al pibe que la ve re dificil emprendiendo?”, fue otra de las preguntas. “Que haga. Que no se limite por lo que escucha afuera, por el condicionamiento social. En el barrio en el que crecí, me tocó escuchar muchas veces la frase «estos negros de mierda nunca van a llegar a nada», pero, yo nunca me vi limitado por el lugar de dónde soy. Siento que nadie tiene que sentirse así. El lugar donde crecemos no nos condiciona y, al fin y al cabo, a mi me enseñó a lidiar con la incertidumbre”, se sinceró Machuca.
Para Tomás, aquel pibe de Tiro Suizo que soñaba darle un “futuro mejor” a su familia, “la mirada rara y el prejuicio siempre están, pero no hay que comerse la película”. “Nosotros (por Fenikks) no somos más que nadie. Es cuestión de que te conozcan, que sepan lo que hacés y la misión que tenés”.
Ahora, Tomás de vive del fútbol sin ser futbolista. Ayuda a su familia, como anhelaba cuando le pegaron esa patada, pero también a miles de potreros humildes.