El Pringles Apart Hotel asentado en Santa Fe al 1400, en pleno centro de Rosario, es actualmente la casa de más de cien soñadores. Donde supieron ofrecerse comodidades tres estrellas a un paso de los lugares más emblemáticos de la ciudad, desde 2022 se erige la residencia universitaria Ismael Casiano Bordabehere, una de las tres casas –otra funciona en Tucumán 2257 y una tercera se construye en Moreno y Urquiza —que la Universidad Nacional de Rosario (UNR) dispone para jóvenes de otras localidades o países que persigan el deseo de transitar una carrera universitaria, pero que no cuenten con un respaldo económico suficiente. Hasta acá llegan cargando con la conmoción que significa encontrarse en un lugar extraño, sin familia ni amigos cercanos, y encarando un proceso académico desconocido, a lo que, actualmente, se le suma la crisis económica que atraviesa la universidad en todo el país y que recala en sus bolsillos.

Toman mate de a tres en una de las mesitas del comedor, entre apuntes y biromes. Algo del sol de abril se mete desde el solarium, donde una pileta sin uso, el césped sintético y un par de palmeras hacen imposible olvidar el pasado reciente. Tampoco la decena de pisos que se suceden al cielo y albergan habitaciones para 110 personas. El espíritu de hotel sobrevuela a pesar del “calor de hogar” que le irrigan los huéspedes, como Juan Manuel de 19 años, proveniente de Colombia, Iana de 18 años de San Jorge y Jennifer de 20, llegada desde El Trébol. Los dos primeros son estudiantes de Medicina, la otra chica cursa cuatro año de Psicología.

Juan Manuel, Iana y Jennifer desayunan en el comedor de la residencia (Alan Monzón).

El silencio imperante en la residencia permite que se escuche el ruido de las hojas que pasan entre los dedos, el chirrido de las sillas que se arrastran y el susurro de voces lejanas. Parece imposible que este edificio contenga a más de un centenar de jóvenes en pleno despliegue emocional e intelectual, pero las reglas de la casa están para cumplirse y las condiciones para promover el estudio son fundamentales. Es por eso que Jennifer suena alto cuando habla con Rosario3: “Estoy en la residencia desde que abrió, no tenía donde quedarme, estaba en la casa de un amigo y me anoté el último día. Me llegó un mail, había quedado”, recordó sobre su ingreso. Fue entonces que conoció a los otros residentes, mujeres y varones de entre 18 y 25 años provenientes de distintos puntos de Santa Fe y del país, incluso del extranjero.

“Estoy muy contenta de estar acá, es muy lindo y te abre la posibilidad de conocer personas que están en la misma situación. Yo ya lo pasé y puedo verlo, el ingreso de los nuevos, es como verte reflejada en ellos. Sentir lo totalmente desconocido y aprender sobre la vida porque estás lejos de tu familia. Es también aprender a vivir como adulto porque si vos no te cocinás nadie lo hace, si no lavás nadie lo hace. No está tu mamá que te despierta, ahora todo depende de vos, corre por tu cuenta y está en la voluntad de cada uno”, reflexionó sobre esta etapa en la que la autonomía es plena. Los residentes comparten sus piezas entre 3 y 4 del mismo género, allí disponen de una heladera en la que preservan los alimentos que compran o que, en su mayoría, traen de sus lugares de origen: mucha milanesa congelada o tuppers con guiso hechos por mamá. La higiene de cada habitación corre por cuenta de ellos, en cambio los espacios comunes son responsabilidad del personal de mantenimiento.

Jennifer es de El Trébol y quiere ser psicóloga. (Alan Monzón)

Además de limpiar, cocinan. Para ello, la residencia cuenta con hornos y microndas de uso común en los que preparan, sobre todo, cenas. Como en cualquier casa, es un momento especial para conversar, intercambiar y compartir. “La gente te hace sentir acompañada siempre y quizás una está mal y te acompañan. Quizás, uno estaba en una crisis o te cuesta estudiar solo y te acompañan en todo sentido. Se crea un sentimiento de familiaridad, es una de las características más lindas de la residencia para mí”, opinó la joven.

Los estudiantes se mezclan, se cruzan, se enamoran. Los pasillos del viejo hotel son los escenarios de lo que, seguramente, puede ser la etapa más entrañable de la vida, estos días en los que se conjuga el compromiso con un deseo y el pulso arrebatado de la juventud. Para darle un cauce a este río en crecida constante, autoridades de la UNR se ocupan de contener. El secretario de Bienestar Estudiantil, Gustavo Simonetta, es uno de los que se encarga tanto de las goteras como del alacrán que aparece en uno de los baños. Es quien, junto a un equipo nutrido de profesionales, no les pierd. pisada a los chicos, velando tanto por la continuidad de sus carreras profesionales, como también de los asuntos personales a través de múltiples áreas de compañamiento socio efectivo y pedagógico, de consultas personalizadas con psicológicos, talleres colectivos interdisciplinarios para abordar la ansiedad frente a exámenes y el desarraigo y la organización para los estudios, entre otros aspectos fundamentales de la vida del estudiante. La convivencia en armonía, destacó una y otra vez, es esencial para que estos chicos y chicas permanezcan en Rosario y terminen sus estudios.

El secretario de Bienestar estudiantil, el odontólogo Gustavo Simonetta. (Alan Monzón).

De esto da cuenta Juan Manuel, el joven colombiano que además de mudarse a otro país, arrancó nada más ni nada menos que un carrerón. “Me levanto, voy a cursar, vuelvo –resumió su día a día–. Tengo la oportunidad también de interactuar con los que viven acá y con mis compañeros de cuarto me llevo bien, gracias a Dios, hay confianza y nos comunicamos”, comentó. Iana, por su parte, también se mostró a gusto: “Estoy muy cómoda, aunque mi compañera de habitación asiste a otra carrera, nos levantamos juntas y estudiamos. Nos ayudamos entre nosotras, nos acompañamos. Acá tenés espacios donde se produce el silencio, que es una parte fundamental para el estudio, pero también podés compartir con otras personas, escuchar otras experiencias, es algo muy bueno”, indicó.

Tomarse un mate con un compañero es un momento de alegría que los chicos disfrutan mucho (Alan Monzón).

¿Alguien tiene un tomate?

El costo mensual de la residencia ronda los 35 mil pesos mientras que una pensión en la ciudad supera los 100 mil. La UNR recibe en su casa a aquellos estudiantes que habiten a 50 kilómetros de la ciudad, que acrediten recursos económicos limitados y que carezcan de empleos formales. También deben llevar al día las carreras. Hoy, muchos de los residentes deben rebuscárselas con un trabajo, generalmente informal y precario, para llegar a fin de mes. Simonetta confirmó la escena: “A diferencia de otros años veo más chicos que trabajan”, dijo, aunque aclaró que son instancias irregulares que no son consideradas empleos formales. 

Jennifer advirtió que “lo que pasa a nivel país, nos está tocando mucho a los estudiantes de la universidad pública”, y profundizó al respecto: “Sabemos que está en riesgo, no es algo que quede por fuera.  Yo trabajo y estudio, también tengo ayuda de mi papá, pero la realidad es que no alcanza, todo está por las nubes. Vivir en la ciudad es caro”, apuntó tras contar que consiguió un trabajo en marketing que puede realizar on line y en diversos horarios.

Espacios de uso común dentro de la residencia (Alan Monzón).

“Te vas haciendo. Yo al principio no trabajaba y después sí empecé a trabajar y es llevar la carrera al día porque es mi compromiso, es lo que yo quiero y es por eso que estoy acá, pero también tengo un trabajo con el que debo cumplir porque es también lo que me permite estar acá”, razonó.

Iana no trabaja y se declara dependiente de sus padres por el tiempo que dure la carrera. Lo dice y se larga a reír. Es que su modo de llevar adelante este proyecto le absorbe tiempo completo. La familia la mantiene, pero igualmente, sabe y siente que el dinero se le cuela por las manos. “Muchas veces, la economía es el tema del día en mi habitación”, indicó y pasó lista de los gastos: comida, libros y sobre todo, fotocopias. Juan Manuel, por su parte, también padece la inflación y la liquidez de sus ingresos. Sin embargo, los tres coincidieron en que ante las dificultades económicas se tienen unos a los otros: “Si yo tengo un tomate y vos tenés otra cosa y ella otra, bueno, hacemos todo junto, y es una comida que compartimos”.

“Nosotros tenemos un grupo, somos 100 y pico en todo el edificio. Y si alguno pregunta «¿Alguien tiene un tomate, alguien tiene un poco de sal?» y nunca nadie te va a decir que no”, sostuvieron, pero entre risas se corrigieron: “Bueno, sí a veces nadie responde”. Si la respuesta no llega por Whastapp, seguramente se encontrará, cara a cara, en vivo y en directo. La solidaridad y el compañerismo surgen entre los residentes, mucho más en el comedor que en la sala de estudio o la sala de Internet. “Estás en tu habitación y bajás porque sabés que alguien va a estar estudiando o comiendo y te sentás, simplemente con él y compartís. O estás estudiando y te tomás un mate con alguno y se entabla una conversación, hay un intercambio constante”, mencionaron.

Risas y mates compartidos entre los residentes Iana y Juan Manuel (Alan Monzón).

Privilegio

Es nuestro tiempo de conocer el mundo, pero sin olvidar el compromiso y las obligaciones que tenemos como estudiantes y también como residentes”, resaltó Jennifer sobre las bondades de habitar este espacio universitario. “No estamos acá por estar, tenemos que cuidar nuestro lugar ya que también es un privilegio en medio la situación de crisis, que muchos chicos no pueden disfrutar”, consideró y agregó: “Poder estudiar en la universidad pública también es un privilegio, entonces hay que sostener y cumplir”.

Para Iana, quien vivió en otras pensiones, la residencia de la UNR es diferente. “También en un privilegio poder tener cada uno sus cosas –dijo siguiendo la idea de su compañera- y poder compartir. En otras residencias muchas veces desaparecen cosas y en cambio acá es muy seguro. Hay que destacar qu. somos muy respetuosos entre nosotros, y eso es también porque hay gente detrás trabajando en el tema de la convivencia”, observó haciendo un guiño a los coordinadores del espacio. Otra de las comodidades es el acceso a un baño por habitación. “Cada pieza es como un departamento, y tenés privacidad junto a tus compañeras porque son grupos reducidos. Y cada uno es diferente al otro, como distintos mundos, porque existe flexibilidad para personalizar los cuartos”, subrayaron.

El frente de la residencia de la UNR, ex hotel Pringles (Alan Monzón).

Así, la residencia es un poco la casa grande en donde ahora viven. Para Juan  Manuel, un refugio: “Para mí que haya tanta gente viviendo acá y atravesando lo mismo que yo estaba atravesando, mudanza, no conocer a nadie y sentirse muy solo fue una manera de integrarme y poder tener un círculo social. Pude hacer otras actividades aparte de estudiar que también son importantes. Siento que este lugar me brindó esa oportunidad”, explicó.

El ascensor sube y baja llevando y trayendo residentes que, a media mañana parecen activarse. Sin embargo, la residencia está despierta las 24 horas porque los ritmos de estudio son disímiles. Hay chicos que cursan de día y estudian de noche, y otros que utilizan las mañanas para concentrarse. Cada rincón es un buen lugar para aprender y para alcanzar un poco más el sueño de una profesión.

El sol ya pinta otras paredes del ex hotel. Jennifer repasa en voz alta algunos conceptos en el solárium, de cara al sol. Escucharse le permite interiorizarlos más fácilmente.