“Quemarás el dolor
en el fuego más sagrado de hoy.
Y buscarás el amor
en un rastro ciego de lo que ya no sos.
Y quemarás el rencor
en el fuego de un infierno precoz.
Y buscarás esa voz
que te recuerde para siempre quién sos.”
(Quemarás, Indio Solari y Wos)
En la esquina de Nicaragua y Pitágoras, en barrio Industrial de Fisherton, una casa de dos plantas y terraza interrumpe la hilera de viviendas bajitas. El frente con mármol y piedra desentona con el gris del porlan imperante. Pero no es solo la fachada, la casa es única en la manzana, en la ciudad, en el país. Es la casa de Kevin, la que el Estado provincial incautó a una familia narco y que convirtió, paradójicamente, en un centro de recuperación de adictos, quienes, gracias a sentirse refugiados, se animan a iniciar un camino de búsqueda interior que les permita dejar de estar a la intemperie.

La antesala
La puerta de ingreso por Nicaragua lleva una sala de estar de pisos desnivelados, con una chimenea cubierta con vidrio. Desde allí se accede por una escalera a la planta alta y por el mismo nivel a un espacio amplio de cocina-comedor. Betina Zubeldía toma asiento de cara a la estufa apagada, es mediados de marzo. Tiene casi 60 años, lleva el cabello oscuro y atado a una cola de caballo. Puesta, una remera en que se puede leer “Madres Territoriales Nacional”, la organización que creó reuniendo a otras mujeres que, como ella, tuvieron que ver a sus hijos e hijas perderse por el consumo incontrolable de sustancias. Es el corazón de este nuevo hogar al que acuden unas 40 personas por día –10 de ellas viven allí–que quieren desengancharse y no pueden.
Betina también es moradora de la casa que lleva el nombre de su hijo Kevin, la razón por la que está, justamente, sentada hoy en esta silla. Fue por intentar salvarlo de un loop aniquilante que se metió con los narcos que le vendían la cocaína, sufrió amenazas y atentados en Pérez donde estaba radicada la familia. Y fue también por el desesperado amor hacia ese hijo, que estudió una tecnicatura en adicciones y violencias con el doctor Horacio Tabares. La transformación que encendió el padecimiento de Kevin la llevó muy lejos a trabajar contra las adicciones, al punto de que el año pasado, el gobierno provincial le ofreció el inmueble, decomisado entre otros 14 a diversas bandas narcocriminales de la provincia, para el tratamiento de otros hijos llevados por sus propias madres, tan angustiadas como estaba ella años atrás.
“Después de todo un proceso de recuperación, se estabilizó, formó una pareja –cuenta sobre su hijo– Me ayudaba con los chicos, me acompañaba a buscarlos a los peores lugares para sacarlos del consumo. También, me ayudó con la preparación de esta casa, pero un día, unos 8 meses atrás, yo estaba viajando a un congreso y me avisaron que Kevin se había suicidado”, revela con las manos juntas en el regazo, mirando de frente. “No dio aviso, estaba mejor que nunca. Por eso, creo que todo te deja una enseñanza, ésta es que tenemos que concentrarnos en la salud mental y no en el consumo en sí”, agrega.

La propia experiencia y la de otras madres le han hecho saber que para recuperarse de las drogas, hay que ir más allá de la sustancia para advertir qué traumas tapa el consumo, que “solamente es una consecuencia”. “El adicto no puede afrontar situaciones. «Entonces me drogo, me adormezco y que se vaya todo al diablo». Ya fue, diría uno de los chicos –dice pasándose la mano cerca de la cara, en un además de dejar algo atrás– Entonces, tenemos que empezar a ver y desmitificar un montón de cosas y tratar de sacar la mejor versión de cada uno. Cuando entran acá dejan de consumir, ya no son más adictos, pero tienen un montón de situaciones que hay que trabajarlas. Y eso es lo hacemos nosotros, intervenir para que puedan descubrir en su interior qué cuestión no los deja avanzar”, señala.
“El consumo es una consecuencia de algo –insiste Betina– pero después, cuando los chicos dejan de consumir, cuando se curan o por lo menos se estabilizan y empiezan a hacer su vida, ¿qué vida?”, se pregunta para reforzar su postura sobre la urgencia de cambiar el foco en el abordaje. “Todavía muchos se quedan en qué se consume y qué no se consume, cuando el tratamiento debe consistir en poder ofrecer a los chicos la autogestión de sus vidas. Si bien estuvieron mucho tiempo adormecidos, cuando se despiertan, te puedo asegurar que son muy capaces, pero así y todo, ¿cómo lo incluimos realmente en la sociedad?. ¿Los tenemos encerrados dos años para después decirles «Ya está». Porque ya no consume lo largamos a esta sociedad tan individualista?”, cuestiona.
“Entonces –continúa—creo que la muerte de mi hijo, aparte de haber marcado este camino tan hermoso, también me dejó un mensaje que no es por el lado solamente de dejar de consumir, de dejar de ser adicto, sino que es también poder darles las herramientas para que puedan seguir con sus vidas, que tengan motivación, que se sientan que son capaces de mantenerse”.

Las habitaciones
La escalera conduce a la planta alta en donde se ubican cuatro habitaciones amplias y un baño marmolado con jacuzzi. Las comodidades que disfrutaron los criminales en un pasado reciente, ahora conforman la estructura material de rehabilitación de 10 varones y mujeres adictos a diversas sustancias que temporalmente conviven como una gran familia, también integrada por unas 30 personas más que siguen un tratamiento ambulatorio en la casa.
Muchos de ellos llegaron a esta esquina traídos por sus familias o por propia voluntad, luego que en diciembre se publicó su apertura. Arriban consumidos, desgastados, secos por dentro y Betina, como una mamá larga y ancha que abarca a todos con su dulce determinación, los abraza fuerte junto a su equipo terapéutico. “El consumo de cocaína y crack están entre los más visibles, también el consumo de alcohol. Por lo general llegan con policonsumos”, precisa Zubeldía, quien remarca el avance del uso de la cocaína fumada en los barrios de Rosario, que se evidencia en los caminantes incansables con sus zapatos hechos jirones producto de la excitación psicomotriz que les provoca la sustancia, así como también las llagas en boca y manos causadas por la manipulación de los tóxicos.
“Hay muchos chicos que tienen relación con el tema del delito, sobre todo si están totalmente solos. Son captados por algunas organizaciones delictivas en su desesperación para tratar de conseguir droga. Aceptamos a todos, no es que decimos «Porque vos fuiste soldadito, acá no te queremos, porque vos tenés una familia bien constituida, no te queremos, vos tenés obra social y acá no pisás»”, comenta y aclara que el servicio es gratuito, bancado por el Estado provincial y nacional. “Tenemos la oportunidad de poder ofrecerles esto a los jóvenes a quienes les digo siempre que cada ladrillo de esta casa es de ellos”, manifiesta.

Cocina comedor
La cocina y el comedor están unidos en un mismo espacio luminoso y amplio. Hay una mesada de mármol y muebles de madera maciza para guardar los comestibles. Una mesa rectangular, en el centro. Allí se sientan con el mate Martín, Tomás y Milton. Acaban de barrer y limpiar los pisos de porcelanato junto a otros compañeros. También, como ellos, habitantes de la casa en proceso de renacimiento.

Milton es el mayor, tiene 49 años. De piel morena, sus brazos musculosos están tatuados. “Empecé acá el 12 de enero pasado. Estaba consumiendo desde los 25 años cocaína por la nariz, solo eso. Tenía mi trabajo y mi hijo de 14 años. Yo entré con un mes sin consumir porque había salido de una relación fea y no estaba bien. Me había puesto una meta: este año no consumo más. Y entré acá, y me salvó la vida. Rehice prácticamente mi vida”, cuenta con una sonrisa.
Aunque no duerme en la casa de Kevin, se siente un habitante más. Va y viene a su hogar cada día, pero asegura que, actualmente, disfruta mucho la compañía de sus compañeros. “Trato de estar y ayudarlos, me gusta estar acá. Yo cambié mi forma, mi temperamento, mi paciencia, me hice más responsable gracias a que acá te abordan de todos lados”, explica y profundiza: “Drogarse es fácil y dejar también, el tema es cómo mantengo eso”.

El desengancharse es una decisión que se renueva minuto a minuto, a cada paso. Lo sabe muy bien Tomás, de 24 años, que lleva dos semanas con las Madres Territoriales. Lo trajo de una oreja la propia, desconcertada ante sus recaídas. “Yo empecé de chico a consumir distintos tipos de cosas. Al fin y al cabo uno en la droga busca el escape y el consumo problemático, no solo de cocaína, puede ser de muchas otras cosas. Y bueno, llegó un punto en mi vida que estaba por perderlo todo y tuve que tomar una decisión de cambiar de una vez, de ver qué me pasa”, se presenta.
“Ingresé en una clínica en la que estuve un mes, pero no traté los temas no resueltos que me llevan a ese consumo. Entonces, salí de la clínica y como dijo Milton, me topé con el mundo, con el afuera y era otra vez lo mismo y ¿ahora qué hago? Tuve que volver al trabajo, etcétera, y en la vida los problemas nunca se resolvieron”, continúa. “Entonces, recaí en el consumo, volví al pasado hasta que llegué acá que es un espacio, como comentaban, en el que se abordan las problemáticas de todos los ángulos. Estoy contento por eso, porque uno acá descubre quién es realmente, qué es lo que le gusta y por qué consumía”, agrega.
Casi 20 días limpio y la contención de la organización, que lo abriga no solo con un techo sino también con un tratamiento específico, le han permitido entenderse un poco más. “Creo que sufro de mucha ansiedad y en algunos otros momentos de mi vida, he padecido de depresión. Entonces, estoy descubriendo que mi consumo viene por ahí, y está bueno porque uno cree que el problema es la droga, y no. Revolver esas otras cosas te lleva a no consumir y a poder afrontar la vida, un trabajo, un deporte, una relación”, apunta.

Terraza al sol
El rincón más especial de la casa es la terracita que se abre al cielo, con quincho y decenas de macetas con plantas que enmarcan de verde el espacio. Desde ahí arriba, Romina mira la esquina usando una mano de visera, mientras repasa las tareas programadas para el día. Es la operadora del espacio tiempo completo –los fines de semana regresa a su hogar– y su trabajo consiste en organizar las múltiples intervenciones terapéuticas que se despliegan en el lugar, como también, las tareas de limpieza y cuidado del inmueble.
Es que ambas cosas forman parte del tratamiento: preservar la casa y cuidarse uno mismo. Ordenar afuera para aclarar adentro. Mantener una rutina de actividades personales y comunitarias para moldear la voluntad y la persistencia. Ella misma, años atrás, consiguió con este esquema deshacerse de sus adicciones en Resiliencia, otro de los espacios de Madres Territoriales ubicado en bulevar Segui 1375 de Rosario. Hoy, tras su recuperación y gracias a haberse capacitado, puede conducir a otros por el camino de la rehabilitación, mientras cursa Psicología en la facultad y cría a sus dos hijas.

“Con Madres Territoriales me pude recuperar de una manera totalmente diferente a lo que había experimentado en otros lugares, con un abordaje que trata lo anterior al consumo, es decir, lo que nos llevó a eso. Siempre, con mucho amor y con mucha contención, con un acompañamiento continuo del equipo que tiene Betina que es excelente, y del que hoy formo parte. Es lo que me funcionó y veo que es lo que funciona, porque no soy la única que está estudiando o que se convirtió en operadora”, indica.
Romina asegura que sabe lo que les pasa a cada uno de los ingresados. Por experiencia propia. “Una persona adicta es muy sensible, no sabe enfrentar las cosas y no quiere registrar, le duele mucho. No se aguanta lo que le pasa y se anestesia. Yo creo que el consumo es tapar algo para no sentir, ni propio ni externo. Después ya no hay registro de nada. El lo que hacemos acá es buscar qué es lo que estamos bloqueando, qué es lo que estamos tapando. A veces hay grandes conflictos y traumas y a veces no. Creo que hay que trabajar defectos de carácter o autoestima, o angustias o duelos”, establece.

El abordaje en la casa de Kevin es integral. No solamente se promueve la introspección de la mano de médicos y psicólogos, también se cuidan esos cuerpos que pasaron tanto tiempo anestesiados y comienzan a sentir. La planificación cotidiana de actividades incluye, además de la atención de la verdulería que montaron en una de las habitaciones de la casa con salida a la calle, la lectura diaria de fragmentos de libros que puedan analizar, la declaración del “solo por hoy” que reúne los propósitos de superación de la jornada, talleres, charlas en grupo y además, ejercicio físico, ya sea salir a correr o bien, ir al gimnasio.
La rutina les permite a los moradores generar una estructura que los contenga, una organización que no disponían cuando estaban en consumo y los días y las noches se confundían. “No es fácil, de un día para el otro, que alguien que no se levantaba y no dormía pase a tener una responsabilidad de manejar dinero y hablar con las personas, a ser educado y aprender a cerrar y a ordenar y todo”, subraya Romina.

“La adicción no nos permite hablar, entonces es muy importante trabajar y aprender las habilidades sociales y desarrollar la capacidad cognitiva. Y eso hacemos acá, interpretando un texto, leyendo de a poquito. Cada actividad está pensada”, añade y aclara que la casa tiene sus puertas abiertas para entrar y salir a voluntad. La idea es que permanezcan y que eviten salidas que pueden ser peligrosas para alguien que busca desengancharse de las drogas. “Si me dice que se va a la peluquería a las 10 de la noche, le voy a sugerir que no vaya”, ironiza la operadora.
Sin embargo, afirma que la mayoría opta por permanecer, por refugiarse y sostener el tratamiento. “Hay un nivel de conciencia de enfermedad y solos te dicen «Yo me quedo, no estoy bien para hacer eso». Tienen ganas de estar acá porque está todo abierto, no hay restricciones, acá uno decide día a día lo que quiere sin, obviamente, arriesgarnos”, destaca.
Garaje
El comedor se comunica a través de una abertura de vidrio y madera con un garaje enorme en el que, seguramente, entraban dos o tres vehículos en el pasado. Ahora, parte de ese espacio se utiliza para las reuniones y los talleres que llegan a congregar a unas 40 personas. Todas intentando dejar atrás las drogas. Sin dudas, la casa se ha transformado y resignificado.
“Hay un gesto simbólico en este proyecto porque esta casa fue decomisada al narcotráfico. Mucha de la plata con la que se compró provino de los chicos que pagaron para comprar droga en un búnker y, seguramente en este lugar también eso ocurrió. Entonces, es muy importante que por primera vez en Argentina se le saque una propiedad a imputados por droga y que sirva para la recuperación de los jóvenes”. El secretario de Gestión de Registros Provinciales, Matías Figueroa Escauriza, explica la profundidad de la política impulsada por el gobierno provincial.

Para el funcionario, la casa Kevin demuestra que es posible recuperar esas vidas gracias a la alianza que el Estado teje con las Madres, quienes son las que ponen el cuerpo. “Si no damos una oportunidad y no hay un lugar donde puedan ir, estos jóvenes son tentados. Cuando quieren salir (de las adicciones) hay que ayudarlos porque si no se convierten en soldaditos, por necesidad terminan siendo parte de la banda narco, y son la moneda de cambio rápido, porque la mayoría de los homicidios que tuvimos en los últimos años de Rosario eran jóvenes menores de 25 años”, indica.

“No se matan los jefes narco, no se matan las primeras y segundas líneas, se matan los chicos que por poca plata o por un poco de droga participan de la organización criminal y son la moneda de cambio o el fusible barato de la organización criminal, lamentablemente, y es a quienes les tenemos que dar una oportunidad”, insiste.
“Acá no hay clase social. Es una problemática le pasa a todos. Es una adicción y hay que abordarla también desde la seguridad, porque ahí es donde la desesperación les hace cometer delitos a los chicos que consumen. Esta casa también nos permite como Estado mejorar la problemática de la seguridad”, realza.

La vereda
En forma de V corta, un lado por Pitágoras, el otro por Nicaragua, la vereda de la casa de Kevin tiene un punto de unión. Allí se juntan los habitantes con Betina y Romina para sacarse una foto que perpetúe este momento en que sus vidas se están modificando.

Se ríen al abrazarse, las bromas van y vienen. Entre pose y pose, quizás para matizar la incomodidad que despegan los flashes, surgen pequeñas anécdotas sobre la convivencia. Vuelven a reírse.
La puerta queda abierta cuando regresan a la casa.