Viene del capítulo anterior.

Con el correr de los años, los rosarinos se fueron acostumbrando al cierre de persianas de aquellos lugares a los que acudían para consumir arte local. Si bien el fenómeno es multicausal, la ordenanza municipal que regula la nocturnidad en la ciudad también forma parte de los factores que influyeron en el adiós y la reconversión de muchos boliches y bares como Berlín. Hubo reiterados intentos fallidos para modificarla. En paralelo, una gran cantidad de espacios culturales reclaman por una normativa que los contemple, ya que actualmente son reconocidos sólo en forma parcial. 

La regulación vigente –Ordenanza Nº 7218– tiene más de dos décadas. Fue aprobada en 1996 y modificada en 2001 durante el segundo mandato de Hermes Binner como intendente. Con el paso del tiempo, pero especialmente durante los últimos años a partir del nacimiento y el desarrollo de nuevas zonas que hoy son epicentro de la noche rosarina, como Pichincha, y del cambio en los hábitos de los jóvenes, debería haber sido modificada nuevamente, pero por el momento eso es sólo una posibilidad inconclusa. 

La última vez que el tema cobró impulso y copó la agenda política fue en 2018, cuando uno de los proyectos ingresados al Concejo Municipal fue tratado en las comisiones de Gobierno, Planeamiento y Salud. Sobre fin de año, las últimas semanas de diciembre, los ediles de todos los espacios políticos conformaron un borrador de la nueva normativa, pero por desacuerdos en algunos puntos no llegó a ser debatida en el recinto. Y allí quedó, cajoneada. Nunca se reactivó, a pesar de los reclamos del sector cultural. 

En los últimos años creció exponencialmente la cantidad de bares en Pichincha. (Alan Monzón/Rosario3)

“La normativa que regula el sector nocturno no sirve para nada. Y cada vez que retocan algo empeoran la situación. Hoy las ordenanzas que tenemos te invitan solo a abrir cervecerías artesanales con papas cheddar. Parece que, para abrir un boliche, tenés que hacerlo en el medio del cementerio”, aseguró Lulo Corradín, dueño de Berlín, otro refugio del under y la cultura rosarina que se fue. 

En el mencionado cierre de 2018, el borrador confeccionado por los concejales fijaba las condiciones de funcionamiento de locales mayores a 100 metros cuadrados de superficie total, para los que se determinarían cuatro rubros de habilitación: bar o restaurante con actividad nocturna, local bailable, salones de eventos (de fiestas o de usos múltiples) y clubes sociales y culturales.

"Lulo" Corradín, gestor de Berlín Pub. (Alan Monzón/Rosario3)

Sin embargo, no hubo acuerdos en algunos aspectos vinculados a clubes sociales y culturales, uso del espacio público y menores, entre otros, según reflejó un parte de prensa oficial del 12 de diciembre de 2018. 

El proyecto fue trabajado durante seis meses e incluso contó con la visita a las reuniones del Secretario de Control y Convivencia de aquel entonces, Guillermo Turrin, junto a distintos integrantes del área, para que hagan sus aportes y observaciones en relación a cómo estaban trabajando en la noche con la normativa vigente.

También fueron convocados distintos referentes de los principales corredores gastronómicos y de bares de la ciudad, además de agrupaciones de vecinos. 

Concejales de todos los espacios en una de las últimas reuniones en diciembre de 2018. (Prensa Concejo Muncipal de Rosario)

No obstante, el impulso se frenó y después no hubo voluntad política para retomarlo. Fuentes del Palacio Vasallo le confiaron a Rosario3 que la cercanía de un año electoral (2019) fue uno de los factores, pero no el único, que incidió para que no se avanzara, ya que una nueva ordenanza de nocturnidad generaría un gran cambio en el funcionamiento de la ciudad y eso también representaba afrontar determinados riesgos que podían pagarse en las urnas. 

En los debates, chocaron dos posturas antagónicas: las que centraban como eje principal únicamente al control sobre las actividades y las que, sin flexibilizar, ponían el acento en un Estado que trabaje más en la promoción. Ninguna obtuvo el consenso necesario para que se avance

“No dieron los tiempos”, señalaron algunos ediles que participaron de las comisiones en aquel diciembre de hace cuatro años. En ese momento, la concejala y actual presidenta del Concejo, María Eugenia Schmuck, aseguró que el tratamiento de la norma no se extendería más allá del verano de 2019. 

La nueva ordenanza de nocturnidad será tratada en extraordinarias de Febrero, tal como acordamos con con diversos bloques del Concejo hoy, luego de un año de intenso trabajo que nos permitió alcanzar acuerdos centrales y estructurales importantes”, publicó en su cuenta de Twitter el 13 de diciembre del 2018. 

En el mismo mensaje, agradeció a los bloques del Frente Progresista, Cambiemos, Ciudad Futura, Iniciativa Popular y a la concejala Marina Magnani por el “trabajo responsable” durante el año y definió que la ordenanza se cayó “por la falta de compromiso de algunos”

Pero esa afirmación tampoco se cumplió. Pasadas las elecciones del 2019, al año siguiente la llegada de la pandemia alteró todos los planes y complicó aún más el posible tratamiento del proyecto. Incluso, desde el 2020 hasta hoy se multiplicó la cantidad de bares y espacios culturales que cerraron sus puertas por no poder sostenerse económicamente. La crisis pandémica los pasó por encima. 

“No dieron los tiempos” y tampoco el presupuesto


De todos modos, el crecimiento de las persianas bajas comenzó a observarse mucho antes y un relevamiento realizado en Ecos365 muestra que en la última década Rosario perdió casi 40 bares y espacios culturales.

El caso de Berlín tuvo un antecedente cercano con el emblemático Luna (Tucumán 971), que cerró sus puertas en 2015 y por el cual las redes estallaron cuando comenzaron a construir en el lugar que hizo bailar a cientos de personas. Otros pubs céntricos como Bar del Mar, OUI, Jekill and Hyde y Bracco también cerraron sus puertas en los últimos años. 

Si bien respondió a varios factores, el surgimiento y crecimiento de la movida nocturna en otros barrios, como el mencionado Pichincha, hizo que la gente cambiara sus hábitos y se volcara a nuevos lugares en detrimento de los tradicionales del centro rosarino. La pregunta es… ¿Los cambios son impuestos por la carencia de espacios culturales?

Oui estaba en la esquina de Mendoza y Sarmiento y cerró sus puertas durante la pandemia.

La misma semana en que se conoció que Berlín cerraba para siempre, los concejales que integran la comisión de Producción hablaron sobre la necesidad de volver a poner el tema en la agenda política luego de la pandemia y hubo consenso, al menos desde lo discursivo, para hacerlo. 

Los ediles conversaron acerca de incorporar al debate de la nueva ordenanza una perspectiva desde la producción y la generación de empleo, aspectos que no se tuvieron demasiado en cuenta en etapas anteriores.  

¿Qué espacio hay en Rosario para la cultura?


Fuera de los márgenes de bares y boliches, en la ciudad también hay una gran cantidad de espacios culturales que reclaman por una ordenanza que los incluya, debido a que hoy sólo están reconocidos parcialmente, con todos los problemas que esto genera a la hora de obtener permisos. Esta situación irregular hace que, muchas veces, deban tramitar distintas habilitaciones para poder funcionar e insertarse en el circuito formal y muchas otras sufrir clausuras con multas imposibles de abonar. 

Nombres que ya no están como La Chamuyera, El Olimpo, El Espiral, Stop in Brazil, Nómade, Club 1518, La Isla, Let's Dance, Bienvenida Casandra y Lúcuma se enfrentaron a este problema, debiendo lidiar con las denuncias de los vecinos por ruidos molestos y las sanciones de Control municipal por no contar con un marco regulatorio idóneo. 

El tradicional Bar Olimpo en la esquina de Corrientes y Mendoza, donde hoy está la radio LT3.

En este contexto, el año pasado unos 70 espacios culturales agrupados en el Colectivo Rosarino de Espacios Culturales (Crec) y el Movimiento Unión Groove (MUG) -que el último fin de semana hizo el FestiMug 2 en el Galpón de la Música- presentaron un anteproyecto de ordenanza para “Espacios de Trabajo Cultural Independiente” en el Concejo Municipal, que tuvo como antecedente otra iniciativa trabajada en 2015 denominada “Club Social y Cultural”.

En septiembre de 2021, transformaron su protesta en un festival de música y arte frente a las puertas del Palacio Vasllo, en 1º de Mayo y Córdoba. Con el objetivo de seguir haciéndose escuchar, "Picante el festival" hizo ruido a metros de las oficinas donde descansan los proyectos. 

El anteproyecto contó con el apoyo de la secretaría de Cultura de la Municipalidad de Rosario, pero luego de ingresar al Palacio Vasallo nunca avanzó. “Nos reunimos con concejales de todos los bloques y hasta con el intendente, estaban todos de acuerdo, sin embargo la ordenanza quedó cajoneada”, le contó Lucas Roldán, integrante del centro cultural Micelio, a Rosario3

Micelio, uno de los espacios culturales indpendientes que sobrevive. (@micelio_520)

Desde el Crec estiman que mueven alrededor de 20 mil personas a través de múltiples propuestas artísticas y culturales en la ciudad, a pesar de no contar con una normativa específica que los habilite ante el municipio, como sí tienen otras ciudades de Argentina, Buenos Aires por ejemplo. 

De esta manera, los espacios siguieron funcionando con un “sistema de permisos” de la secretaría de Cultura porque no existe una herramienta para habilitarlos y, bajo este panorama, los lugares oficiales del Estado (provincial y municipal) son los únicos que existen formalmente. “Necesitamos seguir trabajando, la actividad sigue. También nos encontramos con la falta de escenarios”, agregó Roldán. 

Otro pedido que pudo escucharse con fuerzas en la virtualidad es la necesidad de regular la actividad cultural como trabajo, en términos simplificados lo que se busca es que los artistas de la ciudad sean considerados como trabajadores y de esa forma adquirir todos los derecho. que le corresponden dejando atrás la precarización que enfrenta el sector en la ciudad. 

“Rosario, ciudad cultural” es el eslogan que repiten año tras año los distintos representantes políticos que deciden sobre la ciudad, sin embargo, los protagonistas que viven día a día del arte, no opinan lo mismo. Las distinciones a los artistas no logran mejorar su calidad de vida económica. “¿Cuántos espacios culturales más van a cerrar? ¿Qué tan duro va a ser el nuevo código de convivencia? ¿Cuántos artistas se van a quedar sin trabajo?”, son apenas algunas de las dudas que surgen dentro del sector que sigue apostando a la autogestión y la organización colectiva para sobrevivir.