En el artículo 31 de la Convención de los Derechos del Niño se reconoce su derecho al descanso y al esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes. Más allá del formalismo, el juego es una actividad fundamental en la infancia. Es uno de los recursos más importantes con que un niño/a cuenta para elaborar las conflictivas por las que va transitando en su constitución psíquica, las situaciones traumáticas, las preguntas a las que no encuentra respuestas. En el jugar los niños/as construyen hipótesis, elaboran teorías, implementan estrategias.

En y por la acción de jugar los y las niñas se encuentran con otros, generan espacios de pertenencia, reconocen legalidades que habilitan la posibilidad de compartir espacios y tiempos de los que pueden apropiarse. Hay diversidad de juegos y juguetes. Los hay reglados y de ficción – improvisación. Los hay presenciales y virtuales. Los hay solitarios y grupales. Siempre que en un niño/a aparezca el deseo de jugar, la tendencia a hacerlo, estamos frente a un indicador de salud.

Para la Psicopedagogía jugar y aprender son procesos análogos. Para postular un juego, así como para transitar un proceso de aprendizaje, se vuelve necesario poder disponer de los saberes y conocimientos previos, así como también establecer los acuerdos y concesiones que la legalidad de los objetos (de juego y de conocimiento) poseen y que responden a aquello que la cultura tiene para ofrecer.

Derecho a jugar

Las prácticas educativas enciclopedistas, vinculadas a la escuela de la modernidad, que tenían como objetivo la homogeneización, han insistido en la escisión juego – aprendizaje pedagógico. El juego ha sido destinado como dispositivo sólo al nivel inicial y reservado a los recreos en los niveles superiores. Esto se acompaña con otras acciones que responden a lógicas disciplinarias tales como: la disposición espacial de las aulas, que supone la mirada fija y pasiva en el pizarrón y la figura del maestro, la quietud de los cuerpos, el privilegio por los procesos de copia y repetición en detrimento de la promoción de los aspectos creativos de los y las estudiantes, entre otras que seguramente nos resultarán más que cercanas.

Esa escuela con sus lógicas, formatos y rituales preparaba para insertarse en el “mundo del trabajo”, que por lo general estaba encarnado en la institución fabril. ¿Cuál es hoy nuestro “mundo del trabajo”?

Hace un tiempo, estando en un aula de cuarto grado, un niño manifestaba con angustia no poder finalizar un ejercicio para el día siguiente. La docente lo tranquiliza, interesándose por las razones que llevan a este niño a plantear tal enunciado. El niño responde que a la salida de la escuela (tiene jornada extendida hasta las 16) tenía clase de básquet, a ello seguía un entrenamiento personalizado de otro deporte que practica y a las 20 concluía su “rutina” con clase de piano. La docente compartiendo penosamente el asombro, esbozó casi sin proponérselo ¿y entonces cuándo jugás?

La escena relatada nos muestra un modo de transitar la infancia en la actualidad que se corresponde con la demanda a seguir el ritmo de los adultos, que, a su vez, responden a la demanda de un sistema competitivo y consumista. Pero hay otros modos. Están aquellos niños y niñas que frente a la pauperización y la pobreza tienen que seguir el ritmo de los adultos y acompañarlos a trabajar, o hacerse cargo de sus hermanos menores.

Están los que salen a la calle y delinquen. Están los que no pueden salir. Están los que pasan su niñez entre médicos e internaciones. Y aquellos que transitan diversas instituciones a la espera de ser adoptados. Las referencias podrían extenderse al infinito. Cada lector/lectora podría aportar su propia experiencia.

Diversos modos de transitar la infancia, eso la hace plural. Es decir, se trata de “Las Infancias” porque frente a lo diverso no hay que retroceder. No hay un modelo de infancia, hay tantas infancias como niños y niñas. Aquellos/as que velamos por sus derechos (y que tampoco debiéramos olvidarnos de jugar) somos responsables de interrogarnos por las condiciones que brindamos para que las infancias se experimenten, se transiten, se desplieguen, se jueguen.

* Por María Laura Rotolo, profesora de las Prácticas Pre-Profesionales en Educación de la UGR