Por cuestiones de fechas y calendarios (qué raro y extraño laberinto es el tiempo cuando miramos para atrás), me crucé por primera vez con el Turco Wehbe un sábado a la tarde. Cuando el patio de mi casa eran plantas y macetas que oficiaban de canchita prefabricada, mientras el sol pintaba la jornada volviéndola dorada, soñada y futbolera.

“Ideal para la práctica del más hermoso de los deportes” gritaba desaforado el parlantito con su áspera voz de gol brotando por los aires, que en la jerga radial por siempre será el eter.

Leyendas misteriosas de sempiternos clásicos jugados hasta el crepúsculo que justo-justo coincidía con el pitazo final. Y que no era otro que el llamado de la vieja a tomar la leche.

Mi imaginario y encumbrado Maracaná casero tenía de fondo el sonido incomparable de la ya inolvidable “Competencia” de la Cadena Continental. En esa cálida burbuja de partidos y radio andaba atrapada mi infancia todo el sábado por la tarde. Y ahí, a la vuelta de esa esquina futbolera, lo conocí al Turco.

Mi viejo me decía que era del interior (del mal llamado "interior") como nosotros. Y que ya había relatado con el gordo Muñoz en Rivadavia. Mirá…. Si me apuran un poco, les diré que hasta la fragancia de ese aroma regresa a mí colándose en lo más profundo del alma y sus recovecos, algunos tramposos y hoy todos melancólicos. 

Como pocos, el Turco tocaba esa fibra. La palabra como caricia al cuore, sin golpes bajos y todas al ángulo. Y pensar que muchos decían que el “Patas Cortas” (un alter ego suyo, a quien ponía en la piel del tipo que sufre en la tribuna) era un rústico obrero de la mitad de la cancha. (La clase obrera también va al paraíso, Turco).

Por esos días, el Huracán del Inglés Babington peleaba por su regreso a Primera y Osvaldo nos maravillaba partido a partido con su relato incomparable. Fue por esas horas que escuché hablar de “Pérez” y el Negro Dolina, que con sus hombres sensibles soñaban con la tan añorada vuelta a los confines del alma o a la pizzería de la esquina. Es que…. “no hay sueño más grande en la vida que el sueño del regreso”.

Cada metáfora era una invitación a viajar por el mágico mundo de la radio artesanal y pura. El Turco Osvaldo Wehbe fue eso, radio en su estado más puro. Brillante pluma de cristal. Ético accionar de teoría y praxis y un relator fantástico, de los llamados “fuera de serie”. De esos que, como el propio Víctor Hugo, trazan la senda e iluminan el tránsito. Arte en el micrófono. Luz en la sombra.

Catorce años después, me toco compartir la tarea en aquel gran equipo de periodistas, muchos de ellos muy admirados por quien esto escribe, entre ellos, él. Fueron casi 7 años de placer y aprendizaje.

Osvaldo Wehbe era maestro sin pretenderlo. Solidario compañero, mejorador de todo lo que tocaba. Un iluminado-iluminador de tiempos y espacios. El Turco fue contenido y continente. Grito en el desierto, pies en el barro y vuelo en los altares.

Su inconfundible voz de pájaro cantor hoy me atraviesa todos los recuerdos, como los de aquellos sábados cuando soñaba a ser él, mientras el Turco Mohamed de cabeza vacuna a Los Andes y hace estallar al otro Turco, nuestro Turco relator de emociones que deja sin palabras a “Pérez” y con lágrimas de ausencias a todos nosotros.

Escaleras arriba salió a trepar los cielos haciéndose luna en la noche, quizás antes haga alguna parada técnica en los zaguanes de San Pedro. Su pícaro tono de cordobés errante, desde su Río Cuarto imperial nos avisa que es hora de otro partido, aunque hoy nos duela el alma y nos falte tu impronta de juglar poético.

Donde quieras que ya estés……. Te abrazo con el alma, Turco.

Pd: “Si quiere... juéguele”.